lunes, 30 de diciembre de 2013

Un repasito

Querido 2013, no empezaste bien, para qué engañarnos. El hospital no es el mejor sitio para despertarte el día 1 de enero. Pero claro, desde ahí sólo podías ir a mejor, ¿no?

Bueno. Sí y no. Has sido un año de extremos. De muy, muy malos, pero también de muy, muy buenos.

Y como lo normal es acordarse sólo de lo malo y más si eres una pesimista profesional, sólo por llevar la contraria, me voy a quedar con lo bueno. Y es que me has traído muchas cosas extraordinarias.

Me has traído el mejor verano de mi vida. No, no el mejor, el mejor. Me has traído a mi hermana, a mi cuñado, a mis niñas de vuelta. No se puede explicar la falta que me hacían. Me has traído a todas las personas extraordinarias que ahora forman parte también de su vida, que son muchas. Me has traído el Preefa y el Hogar. Las Salesianas. Moni, Jorge, Marisol, el Santi. Y todos los lugares inolvidables: la selva y el altiplano, Santa Cruz, la Chiquitanía. Titikaka. Siempre Titikaka. Me has traído visión. Me has traído más regalos de los que me merecía. Creo que no he sido tan buena.

Me has traído Embarrados y Labouré. Todavía no os he hablado de Labouré, pero empezaré muy pronto. Son mi dosis semanal de cariño intenso, absorbente, incondicional. Mis niños. Son mi oportunidad, no de cambiar el mundo, a lo mejor ni siquiera de cambiar un mundo ajeno. Pero desde luego, de cambiar el mío. ¿Eso de "no dejes que el mundo te cambie"? Una soberana tontería. Me lo has enseñado tú, 2013. Deja que el mundo te cambie, que te remueva, que te transforme. Que no te deje nunca indiferente.

Me has traído también la poesía -que ya estaba antes, por supuesto, cómo no. Que se lo digan a aquella niña de seis años que recitaba a Machado... Pero ahora más. Y mejor-. Me has traído voces como la mía, que piden ser leídas. Me has traído a Eloy Tizón que, quizá, sea uno de los regalos más inmerecidos que tengo. Has traído a Lyrah de vuelta, más alta, más mayor, más importante que nunca. No sabes lo que la echaba de menos. Gracias.

Quién iba a decir que, además de un alergia mortal, también traías la cocina. Sí, 2013, ya lo sé, una de cal y otra de arena. Pero no pasa nada por acumular dos o tres de cal seguidas, ¿sabes? (siempre que la cal sea  la buena... que nos conocemos).

Y no me olvido, querido año de la mala suerte, que has mantenido todas esas cosas buenas que ya estaban. Y te has llevado algunas otras, pero no importa, porque ya me compensarás por algún otro sitio. Me niego a creer que todo sean pérdidas.

Creo que, mirado el conjunto, al final tendré que darte las gracias. Por todo en particular, por nada en general. Por la intensidad. Por la prisa.

Ya no me puedes pillar por sorpresa, DosMilCatorce. No te tengo miedo.

Ven con todo lo que tengas.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Feliz Navidad

Este año, una de las cosas más terroríficas que he hecho fue embarcarme en un viaje al lago Titikaka con cuatro personas a las que en aquel momento casi no conocía. También fue una de las experiencias más bonitas, gratificantes, llenas de emoción y de paz que he vivido nunca. Por eso, te deseo que el año que viene te tires a la piscina. Que hagas cosas inesperadas, cosas que no encajan con tu carácter, cosas que te sorprendan incluso a ti mismo. Ese tipo de cosas que nunca se hacen lo suficiente. 
Este año, te deseo que te prohíbas ser infeliz. Y que lo cumplas. Que tengas toda la ayuda posible para ser más feliz que nunca.

Este año, entre otras cosas, te deseo mucha poesía. Y para empezar la Navidad con buen pie, te dejo un trocito de un poema de Alfredo Cuervo Barrero, de donde he sacado la frase de la foto (que, por cierto, es la Cordillera Real, en Bolivia, vista desde la isla del Sol).

Queda prohibido llorar sin aprender,
levantarme un día sin saber qué hacer,
tener miedo a mis recuerdos,
sentirme sólo alguna vez.

Queda prohibido no sonreír a los problemas,
no luchar por lo que quiero,
abandonarlo todo por tener miedo,
no convertir en realidad mis sueños.

Queda prohibido no demostrarte mi amor,
hacer que pagues mis dudas y mi mal humor,
inventarme cosas que nunca ocurrieron,
recordarte sólo cuando no te tengo.

Queda prohibido dejar a mis amigos,
no intentar comprender lo que vivimos,
llamarles sólo cuando les necesito,
no ver que también nosotros somos distintos.




Feliz Navidad.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

11 de diciembre

Hoy es un día especial en esta casa, y por eso os quiero presentar a...



mi mamá

Vosotros deberíais llamarla Pilar, claro.

Mi mamá es esa persona que si le pides que se vaya a Japón cuando tenga un rato, te busque los huesos petrificados de un dragón y te los muela, que los necesitas para un hechizo budú contra el guarro del profesor de literatura, y seguramente se queje un poco de lo mucho que abusamos (porque abusamos), pero acabe haciéndolo.

Mi mamá está siempre de mi lado. Soy su persona favorita en el mundo, o lo parece (aunque mi hermano diga que él es el favorito por ser el mayor. Mentira.) Es la que se cree que el profesor me tiene manía. Es la que cuando corresponde me hace ser mejor persona y, cuando no, se ríe con mis maldades. La que me dice que debería ir a clase cuando me ve baja y la que me anima a hacer pellas cuando me paso de responsable.

Mi mamá vive en dos continentes ahora mismo. Y si cada uno de mis hermanos y yo nos fuésemos a vivir a una parte del planeta, se dividiría en cuatro. Ella es así. No entiende por qué tenemos que irnos a Bolivia, o por qué yo tengo que ver guarrerías de zombies y leer comics y hacer todas esas cosas que no entiende, pero nos quiere igual. No es que sea lo mismo, claro. Pero el caso es que nos quiere.

Mi mamá es, como dice una de mis mejores amigas, una señora de los pies a la cabeza. Esa profesora que puede castigarte y darte un beso, y no te enfadas porque mira qué hipócrita asquerosa, porque lo hace todo muy en serio. Cuando mi mamá mira fijamente a alguien, le paraliza, y no le mata porque tiene mucho respeto por las leyes de la naturaleza. Mi mamá es una de esas personas con el don de insultarte de una manera tan educada y exquisita que ni te das cuenta de que te está llamando imbécil.

Mi mamá es esa persona con la que puedo hablar de cualquier cosa. No voy a decir mi mejor amiga, porque es mi mamá y eso no lo va a cambiar nadie, pero me entendéis. Mi mamá es la que me ha mimado de mala manera porque nunca tuve abuela. La que me manda mensajes que dicen "Nena, tú vales mucho" antes de cada examen. La que me compra un vestido que no necesito para Nochevieja, me compra otro después que me gusta más pero decide no devolver el primero porque me queda fenomenal. Sabed que, si antes de salir de fiesta mi mamá no me dice que voy guapa, me arruina la vida.

Mi mamá es una persona bastante genial, no sé si lo estáis viendo. Y hoy cumple una pila de años que, francamente, no aparenta. Se viste de H&M, como yo, y está más guapa que nunca. Y eso que tendríais que verla con veinte años y su vestido hippy de flores.

Felicidades, mami.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Historias de terror

Se dice que no hay nada que dé más miedo que un "tenemos que hablar".

Pero más miedo dan las conversaciones por la espalda, sibilinas y traidoras, que ni se anuncian ni piden permiso. Llegan, te golpean en la nuca y se van tan contentas. Esas sí que son peligrosas, porque nada puede prepararte, no hay ni un aviso de diez segundos en el que levantar barreras o elaborar excusas. Te pillan desprevenido y así pasa: que normalmente, tocan y hunden.

Y lo más terrorífico de todo son los silencios. Porque al fin y al cabo las palabras pueden controlarse. Pueden pensarse, escribirse, borrarse. Pueden decir más de lo que se oye y pueden decir menos, y contamos con un cierto alfabeto que es común a todos y que nos permite descifrar todo el sistema de "implicaturas conversacionales" (perdonad que os meta una palabreja filológica) de manera que, al final, nos entendemos. Pero los silencios... Son imprevisibles. Incontrolables. Indescifrables. Los silencios simplemente son y, si puedes y quieres y tienes lo que hay que tener, los interpretas.

Se podría hacer una película de terror a base de habitaciones vacías.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Colocón

"Porque escribir, pensaba yo, es estar más despierto de lo normal. Un espasmo de lucidez recorre todo, nos sacude el sistema nervioso con una sobrecarga de vitalidad, de plenitud, de audacia, de algún modo hay que canalizar toda esa energía dispersa y un tanto alucinógena que desborda la conciencia. De la euforia molecular hasta el folio. Entran ganas de cantar, de bailar, de recibir una bofetada o un electroshock. En lugar de eso, volcamos toda esa actividad frenética hacia dentro y nos contentamos con enfilar, con gran palomo, un signo negro tras otro.
De modo que yo escribía. Llevaba varios años buscando un lugar acogedor para escribir, sin encontrarlo, rastreando estudios y apartamentos, entrevistándome con porteras y encargados de inmobiliarias y otra vez porteras, regateando precios de alquileres, anotando números de teléfono en papelitos y transcribiendo los mensajes que voces misteriosas dejaban al anochecer en el contestador; hasta que un día terminé rindiéndome a la verdad: que no existe nada parecido a un lugar acogedor para escribir. Que escribir es, en sí mismo (tiene que serlo), lo contrario del hogar: un lugar inhóspito, manicomial, un sótano con poca luz y humedad excesiva. Desde entonces dejé de buscar, me conformé con lo que tenía, me relajé. Asumí que escribir no es ese espacio apropiado para instalarse en él durante largas temporadas, sino solo para hacer visitas breves, entrar y salir, y el resto del tiempo pasarlo fuera y a ser posible lejos, cuando más lejos mejor. Y en esto -pero solo en esto- se parece un poco a la felicidad."

Eloy Tizón. Técnicas de iluminación.

sábado, 30 de noviembre de 2013

La voz.

Todos tenemos una voz. La nuestra, propia e intransferible y, aunque, nos puedan confundir con nuestra hermana por teléfono, en general distinguible. Todos, al oír una voz, sabríamos de quién es. Pero, ¿sabríais describir una voz? Hay voces agudas, voces graves, chillonas, cálidas, acogedoras, desagradables. Podemos describir una cara para un retrato robot pero, ¿cómo se hace un retrato robot de una voz?

Con los escritores pasa lo mismo. Cada autor tiene su voz, que no es lo mismo que el estilo, sino algo más sutil que les identifican escriban poesía, cuento, novela o una felicitación del día de la madre. La cosa se complica cuando, además, hay que buscar la voz dentro del relato. Porque sí, además en cada historia hay una voz apropiada y única para narrarla.

La literatura está llena de voces.

Así que, cuando después de tanto tiempo escribiendo, empiezas a oír la tuya propia, y encima te gusta, merece una fiesta.

Cuando, además, empiezas a descubrir otras voces vecinas, no iguales, pero suficientemente cercanas como para oírlas... En fin. Debería estar bailando hasta el amanecer.

Permaneced a la escucha. Oiréis voces. (No os mediquéis. Es lo mejor que podría pasaros).

jueves, 14 de noviembre de 2013

He would be ashamed.




Jesús: "Os doy un nuevo mandamiento: amaos unos a otros".

Jesús: "Aquel sin pecado, que tire la primera piedra".

"Bienaventurados los misericordiosos, porque obtendrán misericordia", Jesús.

"Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios", Jesús.

"Bienaventurados los perseguidos por mi causa, porque suyo es el reino de los cielos", Jesús.

Jesús es mi Salvador, papá, no tú.

martes, 12 de noviembre de 2013

Las horas previas

El hombre del schnauzer ha muerto.

Ha muerto ya, o morirá pronto. Hace días que no le veo en el parque y, aunque yo no vengo siempre, él no falta un sólo día. Pero hace mucho, puede que semanas —para ser sincera, no llevo la cuenta— que no le veo por aquí, con su gorra de felpa y su estúpido schnauzer. Es un perro pequeño y tonto que se empeña en ladrar a todo ser viviente que le saca por lo menos una cabeza. A lo mejor es él el que ha muerto. Quizá alguien no ha sido capaz de controlar a su bóxer, y le ha desmembrado. Muerto el perro… Pero no, seguramente bajaría incluso sin nada que pasear. Se pasearía a sí mismo. Le encanta, venir al parque y mirar a todo el mundo con esa sonrisita de viejo beatífico. Como si a los setenta años te diesen la llave de la paz con el universo. Nunca se enfadaba, nunca le molestaban los críos con la pelota ni su perro tonto peleándose con todo el mundo ni el hecho de bajar solo, solísimo, día tras día, a este parque miserable. Creo que está tan pirado como su schnauzer.

No sé cuántos años tendrá. Cuando le vi por primera vez yo tendría unos cinco, llevaba trenzas y un peto vaquero y estaba acompañando a una vecina a pasear a su perro nuevo. La niña ni siquiera me caía bien, pero era su cumpleaños y le habían regalado un precioso labrador de dos meses, una bola de juegos y pelo suave. Era perfecto y, a las ocho de la mañana de un domingo, me comía la envidia mientras le veía correr por todo el parque como una bala. Sólo estábamos nosotras y él, el hombre del schnauzer. Me pareció viejísimo, pero a lo mejor no tenía más de sesenta años. Ya estaba solo. Se ofreció a acompañarnos a casa, pero Sara contestó, toda orgullosa, que ya tenía seis años. Él sonrió y dijo que, con un guardaespaldas tan bueno —su perro y el nuestro ya estaban ladrándose, uno desde cada esquina—, no le extrañaba que pudiésemos volver solas. Yo pensé si aquel señor tan viejo no tendría nada mejor que hacer que hablar con dos niñas tan pequeñas.

Durante mucho tiempo, no volví a saber de él, porque mis padres se negaban a comprarme un perro. Da mucho la lata y es sucio y, ¿quién lo limpiaría? Yo no, seguro. Me compraron un periquito, como si fuese comparable. Y unos cuantos peces, que siempre morían a las pocas semanas y que yo enterraba con mucho sentimiento en las macetas de la terraza. Durante años pedí a los reyes, supliqué a mis padres, incluso fui a la iglesia un par de veces, a rezar que alguien, quien fuese, me trajese un perrito. No necesitaba que fuese grande y majestuoso, no pedía un husky ni un doberman. Me bastaba con un ser cálido y suave al que tirarle la pelota y que me recibiese a la vuelta del colegio con un molinillo por cola. Alguien que se alegrase de que yo estuviese en casa y no me mandase a mi cuarto a estudiar, aunque en quinto de primaria no tuviese exámenes.

Cuando cumplí los trece años, se hizo el milagro. Me desperté un día y mi padre ya no estaba en casa, pero en la entrada había una cesta con un diminuto bichón maltés blanco dormido en el centro. Era tan pequeño que ni siquiera tocaba las paredes de mimbre. Le gustaba acurrucarse a mi lado durante horas, mientras yo estudiaba en mi cuarto o leía o simplemente me encerraba para no molestar a mi madre mientras hablaba por teléfono. A Zuri tampoco le gustaba estar con ella, porque le asustaban los gritos, así que pasábamos mucho tiempo en mi habitación. Y tres veces al día, bajábamos al parque. Tres veces al día que el hombre del schnauzer estaba allí, sentado en un banco bajo uno de los dos árboles birriosos que había. Entonces sí que era viejo de verdad. Creo que me reconoció, aunque no sé si es posible que se acordase de una niña que ocho años antes había bajado una mañana a pasear el perro de una amiga. Pero yo sí que me acordaba de él. Seguía teniendo aquella sonrisita estúpida y le ofrecía galletitas y cariños a mi perro, como si esperase que me acercase a hablar con él. Nunca lo hice. Nunca volví a hablar con él.

Durante años, le vi tres veces al día, sentado en el mismo banco, apoyando la barbilla en el bastón y mirando a los niños jugando. A Zuri le gustaba, pero yo nunca me acerqué. Creo que él sí hubiese intentado hablar, pero yo siempre me iba al otro lado de la placita y hablaba por teléfono o, siempre que podía, me bajaba una amiga. Sara seguía sin caerme bien pero, si coincidíamos, hablaba con ella, sólo por no tener que evitar activamente al viejecillo.

A los quince años, conocí a Ander. Tenía un hoyuelo en la mejilla derecha, botas militares y una doberman inmensa con aires de aristócrata. Tenía dos años más que yo y pinta de haber vivido mucho. Viéndolo ahora, quizá sólo fuese un adolescente con ínfulas de grandeza. Me gustó desde el principio, e igual de rápido el hombre del schnauzer le odió. Seguramente, porque su perro loco insistía en meterse con Beltza y él no siempre hizo todo lo posible por evitar que se peleasen. Creo que algo sí hizo, porque si no aquel perrillo habría muerto hace ya años. Estuvimos juntos diecisiete meses. Todos y cada uno de aquellos quinientos dieciséis días, bajamos al parque a pasear a nuestros perros y a enfrentarnos a la mirada desaprobadora del viejo. A veces, yo bajaba sola, y entonces él me sonreía y volvía a llamar a Zuri. Pero si estábamos los dos, me ignoraba, como si le hubiese ofendido en lo más íntimo por estar con aquel chaval medio gótico que no respetaba a su perro enano. Era odioso.

Quinientos dieciséis días después de nuestro primer beso, Ander me dijo que se iba a Madrid a estudiar. Y aquello fue todo. Yo me quedé otra vez sola en el parque, con Zuri y con el señor del schnauzer. Al final, Zuri también se fue. Durante días, por la fuerza de la costumbre, bajaba al parque cada mañana, con la mochila y la carpeta. A pasearme a mí misma, antes de ir al instituto. Y cuando llegaba allí, me daba cuenta de que ya no había perro ni novio ni nada que me llevase a aquel sitio, y simplemente me sentaba en el banco. Y allí estaba, el schnauzer loco olisqueando los arbolillos como si nunca los hubiese visto y su dueño, sentado al otro lado del banco. Nunca le hablé. Él me miraba y sonreía, esperando algo, pero nunca supe cómo, después de tantos años, saludarle. Un par de semanas  después, dejé de pensar que el despertador no había sonado y que llegaba tarde a pasear al perro.

Me faltó tiempo para huir de aquí. En aquel momento lo llamé “ser valiente” y “buscar experiencias”, pero fue una huida en toda regla. Primero, Barcelona. Luego, Salamanca, Roma, Estados Unidos. Cinco años de carrera en los que no pasé más de dos semanas en casa. Aquí ya no me quedaba nadie. Escribía a mi madre una vez al mes y ella me escribía todas las semanas, contándome las vidas de mis amigas, de la familia, incluso de los vecinos. Seguramente sabía más de ellos que de mí; yo nunca pregunté por el hombre del schnauzer. Pensé que debía haber muerto ya. Sabía que no estaría en una residencia, porque para eso alguien tendría que haberle llevado. Y él siempre estaba solo. A nadie le importaba si iba o venía, si se mataba en la bañera o un día simplemente no se despertaba; a mí tampoco me importaba y nunca pregunté.

Y aquí estoy. De vuelta. Ahora paso mucho más tiempo en el parque. Nuestra casita de dos habitaciones es demasiado pequeña para un samoyedo. Podría pasarme horas mirando a Mat corriendo a toda velocidad, con la lengua fuera como si fuese en coche. Incluso mi jardín se le queda pequeño, pero en este parque miserable… Es feliz. Se le cae la casa encima casi tanto como a mí. Siempre ha sido diminuta, pero nunca ha estado tan silenciosa. Cuando me llamaron, creí que debería volver. Ayudar a recoger, o a algo. Pero hay poco que guardar; nunca tuvimos muchas cosas. Llevo un mes aquí y no tengo nada que hacer. Mis amigas ya no son mis amigas, y mi familia nunca ha sido mi familia, así que tengo más tiempo que nunca para sentarme en el sofá. Es como si cada minuto que paso en el salón vacío me cayese una tonelada de cemento encima. Así que pasamos mucho tiempo en el parque.

Los primeros días, él estaba aquí. Los niños y los perros habían cambiado, pero el hombre del schnauzer seguía ahí, como si fuese una estatua puesta por el ayuntamiento. Imperturbable. Y me miraba y me miraba, durante horas, mientras yo clavaba los ojos en Mat. Esperaba que en cualquier momento se levantase y se sentase a mi lado y pretendiese tener una larga y profunda conversación sobre el sentido de la vida. Si nunca había querido saber nada de él, ¿por qué se empeñaba ahora en establecer contacto? Como si quisiese contarle nada a nadie, menos a un viejo desconocido y acosador que sólo podía aportarme treinta años de soledad y un perro demenciado. Maldita sea…


Pero hace ya tiempo que no le veo. A estas horas, que todavía no están puestas las calles, sólo estamos Mat y yo aquí fuera, muriéndonos de frío mientras amanece. 

martes, 5 de noviembre de 2013

#ErasmusRIP

Ayer por la mañana, me llegaba la noticia: Wert pretende quitar las becas Erasmus. No las del año que viene, no: las de este año. Le pretende quitar la beca a mi amiga Conchi, que está en París; a mi amiga Ana, que está en Eslovenia; a la mitad de mi clase, que van a pasar este año repartidos por Europa. A mucha gente que, sin esa beca, deberían volverse a mitad de curso a España. Yo no estoy de Erasmus, pero me sentí personalmente atacada. Porque, una vez más, se recorta de donde no se debe y se siguen pagando cosas que claman al cielo. Y los que pagan el pato son, como siempre, los que menos deberían pagarlo. Yo no estoy de Erasmus ni pretendo estarlo, pero ayer a mí me quitaron algo.

Y viendo que en menos de 24 horas se han conseguido 201.286 firmas en contra de esta medida, quiero pensar que no sólo a mí y no sólo a los que ahora mismo están fuera, sino a muchas más personas. A esas mismas personas a las que les han recortado en sanidad, en educación, en justicia. Directa o indirectamente, porque esa ya no es la cuestión. La cuestión es el ataque generalizado que sufrimos, que por una parte o por otra nos van a dar palos, y si antes nos revolvíamos cuando nos dolía a nosotros, ahora nos movemos cuando le duele a los demás también.

Deberíamos estar orgullosos. De momento, Wert ha rectificado -que dicen que es de sabios, pero en este caso yo no me lo creo tanto- y este año se mantienen las ridículas aportaciones, que se llaman becas por no llamarse chistes mal contados, que da el gobierno. El que viene, no. Esa es la siguiente lucha.

Pero de momento, hemos ganado una batalla. Por la rapidez del triunfo, podríamos llamarla escaramuza. Pero no hay que tomarlo como algo menor. Porque hemos reaccionado y, por una vez, ha servido para algo. Y hemos reaccionado todos a una. No hace falta que os cuente qué paso en Fuenteovejuna...

Supongo que hacerse mayor es que en un día como hoy te apetezca más hablar de Wert que de Cernuda. Pero como no sólo de pan vive el hombre... Feliz aniversario.

No intentemos el amor nunca

Aquella noche el mar no tuvo sueño.
Cansado de contar, siempre contar a tantas olas,
quiso vivir hacia lo lejos,
donde supiera alguien de su color amargo.

Con una voz insomne decía cosas vagas,
barcos entrelazados dulcemente 
en un fondo de noche,
o cuerpos siempre pálidos, con su traje de olvido 
viajando hacia nada. 

Cantaba tempestades, estruendos desbocados
bajo cielos con sombra, 
como la sombra misma, 
como la sombra siempre 
rencorosa de pájaros estrellas. 

Su voz atravesando luces, lluvia, frío, 
alcanzaba ciudades elevadas a nubes,
cielo Sereno, Colorado, Glaciar del infierno, 
todas puras de nieve o de astros caídos 
en sus manos de tierra.

Mas el mar se cansaba de esperar las ciudades.
Allí su amor tan sólo era un pretexto vago
con sonrisa de antaño,
ignorado de todos.

Y con sueño de nuevo se volvió lentamente
adonde nadie
sabe de nadie.
Adonde acaba el mundo.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Plastic


Ana tiene una cita. Y, como todas, justo antes se encuentra los michelines que nunca había tenido, y le sale un grano horrible, y no consigue arreglarse el pelo y esto no hay ni vestido ni maquillaje que lo arregle. Y encima él va a llegar antes.

Pero Ana encuentra una solución mágica. La solución que todas querríamos antes de una cita importante...




¿Solución? ¿Seguro?

sábado, 2 de noviembre de 2013

A otros

Todo el mundo está preparado para que le pasen cosas malas. O eso pensamos. Todos estamos preparados para llevarnos mal con nuestros padres, para ir perdiendo amigos por el camino, para que nos rompan el corazón, para suspender un examen... El mundo es un lugar horrible y que da miedo. Y creemos que, cuanto más mayores nos hacemos, más preparados estamos para que nos pasen cosas malas.

Pero lo malo, lo verdaderamente malo, las tragedias de proporciones épicas, les pasan a otros. Los despidos, los accidentes mortales, el cáncer, es algo que sólo le pasa a otras personas.

Hasta que no.

Hasta que te está pasando a ti. O a una persona tan cercana a ti, que podrías ser tú.

Todos estamos preparados para que los abuelos, tarde o temprano, mueran. Incluso, algún día, dentro de mucho, mucho tiempo, habrá llegado el momento de que mueran nuestros padres, y de que nos convirtamos en los pilares de la familia. Es el ciclo de la vida. La gente mayor que tú va a morir, y cuanto más mayores más natural resulta.

Pero nadie está preparado para que se muera un igual. Un hermano, un amigo, incluso el amigo de un amigo. Nadie está preparado para que una persona de veintiséis años muera. Pero mueren. Y aunque no les conozcas, aunque sea amigo de un amigo y no debería ni rozarte, te impacta. Te golpea de lleno. Porque, aunque hayas tenido tiempo de sobra para prepararte, nada puede haberte preparado para que alguien que estaba justo empezando, termine.

Nadie nos había preparado.

lunes, 28 de octubre de 2013

sábado, 26 de octubre de 2013

GIH20: La lluvia en Madrid

La lluvia en Sevilla será una maravilla, pero lo que es en Madrid... La capital de este nuestro querido país es una ciudad preciosa, llena de personas en su mayoría estupendas -hay de todo, pero aprendiendo a conocernos...- con las que normalmente estoy contenta de convivir. Somos gente maja. Pero ayer leí una de las frases más ciertas que he visto nunca (todos los méritos a @galatea128):


Y es que la lluvia tiene el misterioso y puñetero poder de arrebatarle a una persona todo lo que es suyo.

Lo primero que un madrileño pierde en un día de lluvia es su capacidad de conducir. Y podéis pensar que me refiero a conducir un coche, que es cierto, porque ni siquiera en la más brutal y masiva operación salida encontraréis semejantes atascos, incluso en las calles más diminutas, las de un solo sentido, las peatonales, los callejones donde no caben dos personas a la vez. Atascazo. Pero no sólo. Porque el madrileño medio también pierde la capacidad de conducir un autobús, un metro o incluso un tren de Cercanías. Puede parecer difícil, porque el Cercanías va sobre vías y el Metro es subterraneo. Bajo tierra. Donde no llega la lluvia. Pero es así: si llueve, todo medio de transporte conocido por el hombre irá peor de lo que iba antes. Que ya es mucho decir.

Pero no se quedan ahí. Los habitantes de esta mi bella ciudad, no contentos con abandonar su carnet de conducir, se desprenden muy graciosamente de su carnet de peatón. Y así, nos juntamos con un montón de gente que no sabe a qué altura van los paraguas y, al taparse los ojos, atacan al resto con las varillas -estoy convencida, de forma totalmente involuntaria-; con señoras que, muy preocupadas porque se les moje ese paraguas tan apañaíco, caminan con él abierto pero bajo techado; con jóvenes que se han dejado todas sus prendas impermeables en casa, porque pasan de las banalidades de este mundo, y se cagan en todas las señoras de apañaícos paraguas; niños cabmonísimos que saltan en los charcos para utilizar con propiedad sus katiuskas nuevas... Un jolgorio, una juerga, un frenesí.

Hay que entender que esto viene de la natural dificultad que entraña caminar por la calle, que se multiplica por diez cuando cae agua. Seamos comprensivos. Pero lo que ya es precioso es cuando se olvidan los modales de persona -ya no digo buenos o malos, sólo de persona- en lugares en los que ni cae agua ni hay que moverse. Por ejemplo, el vagón del metro, donde se convierte en una cosa muy normal el abalanzarse sobre los sitios como si desmontasen la mitad de los vagones cuando llueve. O un aula, donde al parecer el mejor sitio para poner el paraguas empapado es un pupitre al azar, preferiblemente uno bien situado, para dejarlo inutilizable para el resto. Gracias, por cierto, queridos compañeros.

Ya lo veis. Poco a poco, el madrileño va dejando de ser un orgulloso habitante de capital para convertirse en una criatura mojada, asustada y fastidiona que ha olvidado cómo ser una persona y sólo tiene una idea en mente: huir del agua. Como si nos diese alergia.

Sabiendo esto, comprenderéis la fiesta que es para mí el otoño. Lo estoy gozando.

viernes, 25 de octubre de 2013

Fulminada

Alguien -siendo muy sincera con vosotros, no recuerdo bien. Pero sí sé que lo leí en unos apuntes de Crítica literaria, una asignatura de primero, que seguramente serán los que más rescate una vez acabada la carrera. Pero perdón, que me desvío del tema. Retomo el hilo-, alguien dijo que un relato surgía de un golpe de inspiración maravilloso, de un instante de lucidez que, o se escribe, o se pierde. Que eran como una esquinita de sol en un cielo nublado. Un rayo.

Mola, ¿eh?

Un instante de lucidez.

Supongo que quien no ha escrito nunca, quien no ha leído nunca a los grandes cuentistas, no puede entenderlo. Porque, es obvio, un buen relato ni se escribe del tirón ni se publica sin cien mil revisiones, como cualquier obra que se precie. El proceso de escritura, corrección, reescritura, recorrección y vuelta a empezar puede ser incluso más largo que el de una novela, aunque el relato en cuestión no ocupe más de cinco cuartillas. Un relato no se escribe en un instante.

Pero sí es un instante de lucidez. 

Para quien lo lee, desde luego. Pero sobre todo, para quien lo escribe.

Comienzo hoy un curso de relato corto en una librería. Personalmente, me parece una idea fantástica, hablar de cómo se escribe en un santuario de la literatura. Ya os contaré qué tal. A lo mejor, hasta cuelgo aquí alguno de los frutos. Quién sabe...

jueves, 24 de octubre de 2013

Día de las bibliotecas

Supongo que a Laura Gallego, después de tantos libros, tantas firmas, tantas... En fin, tantas; no le importará que le robe sus palabras. Y es que seguro que todos los que disfrutáis de la lectura sabéis apreciar el lugar mágico, casi el santuario, que es una biblioteca.

Érase una vez un viajero que llegó desde un lugar lejano a un pueblo en el que no había libros. Se sentó a descansar en la plaza mayor y sacó de su morral un viejo volumen de cuentos. Cuando empezó a leer en voz alta, los niños, que nunca habían visto nada semejante, se sentaron a su alrededor para escucharlo.
El visitante relató historias que fascinaron a sus oyentes y les hicieron soñar con fantásticas aventuras en reinos maravillosos. Cuando terminó, cerró el libro para volver a guardarlo en su morral. Nadie se percató de que, al hacerlo, escapaban de entre sus páginas algunas palabras sueltas que cayeron al suelo.
El viajero se marchó por donde había venido; tiempo después, los habitantes del pueblo descubrieron el pequeño brote que elevaba sus temblorosas hojitas hacia el sol, en el lugar en el que habían caído las palabras perdidas.
Todos asistieron asombrados al crecimiento de un árbol como no se había visto otro. Cuando llegó la primavera, el árbol exhibió con orgullo unas hermosas flores de pétalos de papel. Y, con los primeros compases del verano, dio fruto por primera vez.
Y sus ramas se cuajaron de libros de todas clases. Libros de aventuras, de misterio, de terror, de historias de tiempos pasados, presentes y futuros. Algunos se atrevieron a coger esos frutos, y había un sabio en el lugar que les enseñó a leer para poder disfrutarlos.
A veces, la brisa soplaba y sacudía las ramas del árbol. Las hojas de los libros se agitaban y dejaban caer nuevas palabras. Y pronto hubo más brotes por todo el pueblo; y en apenas un par de años, los árboles-libro estaban por todas partes.
Se corrió la voz; muchos investigadores, curiosos y turistas pasaron por allí para conocer el lugar donde los libros crecían en los árboles. Los habitantes del pueblo leían sus páginas con fruición, y cuidaban cada brote con gran mimo. Y así iban recogiendo más y más historias con cada nueva cosecha de libros.
Un día, los más sabios del lugar se reunieron y acordaron compartir su tesoro con el resto del mundo. Eligieron a un grupo de jóvenes y los animaron a escoger un libro del primer árbol que había crecido en el pueblo. Después, los enviaron a recorrer los caminos.
Ellos se repartieron por el mundo, buscando un hogar para su preciada carga, y así, con el tiempo, cada uno dejó su libro en una biblioteca diferente.
Y cuenta la historia que allí siguen todavía. Que hay algunas bibliotecas que guardan entre sus estantes un libro especial que deja caer palabras-semilla. Y que, si aterrizan en el lugar adecuado, cada una de esas palabras crecerá hasta convertirse en un árbol que dará como fruto nuevos libros.
Nadie sabe en qué bibliotecas se encuentran estos libros maravillosos. Se desconoce también cuáles, de entre todos sus volúmenes, son los que proceden del pueblo donde los libros crecen en los árboles. Podría ser cualquiera, y podría estar escondido en cualquier rincón de cualquier biblioteca del planeta.
Animaos a entrar en ellas y a explorar sus estanterías, viajeros; porque quizá deis por casualidad con un libro cuyas palabras echen raíces en vuestro corazón y hagan crecer un magnífico árbol de historias cuyas semillas puedan llegar a cambiar el mundo.
¡Feliz día de la biblioteca!

miércoles, 23 de octubre de 2013

Cansancio

Los días de lluvia siempre me ponen triste. Hay atascos en todas mis vías neuronales y frecuentes choques accidentales contra recuerdos que deberían haberse quedado en casa. Mis emociones se olvidan siempre el paraguas y claro, se calan. Y encima los día-a-días son esas personas odiosas que sí lo llevan y, aun así, caminan bajo techado, obligándolas a esquivar los charcos. Esos charcos que se hacen en mi barrio, que son como océanos en los que ahogarse sin remedio.

Los días de lluvia vienen para mojarme más por dentro que por fuera. Y a mí siempre me ha gustado empaparme.

No me canso de quitarme el sombrero cuando llueve, por mojarme las canciones...

viernes, 11 de octubre de 2013

Sueños.


Ya sabéis, niños, seguid vuestros sueños o podríais morir.

Para esto sirven las series de zombies, mamá. ^^

jueves, 10 de octubre de 2013

Felicidades, Alice.

Hoy, se ha anunciado el Nobel de Literatura. Por primera vez desde 2010, conozco a la galardonada. Alice Munro. Una fantástica escritora de relatos cortos. Una cuentista.

En toda su vida, Alice ha publicado una sola novela, y trece colecciones de cuentos. Pocos autores han hecho esto. No sé muy bien por qué, el relato se considera un género menor. A lo mejor porque es pequeño, en comparación con sus hermanas las novelas, pero permitidme decir como la tercera de la familia, como la eterna "niña", que no es nada deshonroso ser chiquita. Hay extraordinarios cuentistas en la historia de la literatura: Cortázar, Maupassant, García Márquez, Poe, Quiroga, Kafka, Juan Rulfo, Chéjov, Borges, Hemingway, Vargas Llosa, Monterroso... Podría seguir. Todo nombres que os suenan, ¿verdad? Todos escritores magníficos, eternos, imprescindibles. Clásicos.

Pero no sé por qué, el cuento se considera la versión para vagos de la novela, lo que lees cuando te da pereza coger una novela de verdad, lo que escriben los que empiezan a escribir y lo que leen los que empiezan a leer. Bocetos. Ensayos. Toda mi vida, he escrito relatos cortos pensando, "Tengo que escribir una novela. Tengo que ponerme ya porque, si ya es difícil vivir de novelas, es imposible vivir de cuentos. Tengo que ponerme a escribir en serio. Tengo que escribir novela".

Y sin embargo, me apunto a un curso de relato corto, porque no puedo sentirme irremediablemente atraída a esas pildorillas de sabiduría, a esa narración fulminante que nace de la inspiración pura y que, según los expertos, debería escribirse igual que se lee, de una sentada. Y al día siguiente, una cuentista gana el premio Nobel.

No creo en las casualidades.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Porque no.

El otro día, fui a apuntarme como voluntaria en una actividad de la universidad y, entre otras cosas, tuve que rellenar un formulario en el que me preguntaban ¿Por qué quieres ser voluntaria?

En un principio, pensé, porque sí.

Porque quiero hacerlo. Porque me parece importante. Porque nadie me obliga ni quiero limpiar mi conciencia, simplemente quiero hacerlo. 

Pero luego lo pensé mejor y dije, porque no.

Porque no puedo permanecer indiferente ante toda la necesidad que hay en el mundo. Porque no quiero vivir centrada en mí misma, cuando hay tanta gente que no tiene nadie que piense en ellos. Porque no puedo no ayudar si puedo hacerlo. No digo que sea Superman, ni siquiera que sea imprescindible, simplemente que en algo podré ayudar y, mientras sea útil para alguien, no puedo quedarme al margen. Porque más allá de los razonamientos complejos y extensos que puedo dar, y puedo darlos, cuando veo la pobreza, la necesidad, la injusticia, mi primera reacción es pensar "no".

No. No lo quiero, no lo acepto, no lo ignoro y no me resigno.

Por eso quiero ser voluntaria.

martes, 8 de octubre de 2013

Today, my life begins.

En un capítulo de Anatomía de Grey, un camión choca contra un grupo de estudiantes que iban a su graduación. Si habéis visto alguna vez la serie, puedo deciros sin peligro de estropeároslo que todos y cada uno van muriendo durante el capítulo, menos la superviviente.

La superviviente está muy preocupada, porque todo lo que ha hecho durante su vida es estudiar. Ir a clase, tomar apuntes como una loca, estudiar hasta tarde, hacer exámenes y sacar buenas notas. Durante toda su vida. Y ahora que por fin va a graduarse, podrá salir al mundo y ser algo más que un número.

Esa chica ha esperado veinticinco años para empezar a vivir. Muchos, muchos de nosotros, esperamos veinticinco años para empezar a vivir. Porque está el colegio y después la universidad, e incluso después de eso algunos tienen el máster o el doctorado o los dos. Y buscar un trabajo y una casa, que antes no era fácil, pero ahora parece imposible. Y todo esto es lo que viene más o menos rodado. Porque también tenemos que buscar y mantener amigos, familia, novio/marido/hijos. Qué agobio. La lista de cosas que necesitamos para empezar a vivir es inmensa y, si te descuidas, inacabable. Siempre puedes aspirar a un ascenso, a una casa más grande, a un coche mejor. Siempre puedes agobiarte más.

No pienso esperar veinticinco años para empezar a vivir. Ya he esperado veinte. Así que me niego a que, de septiembre a mayo, mi vida gire en torno a diez números que, al final, no significan nada. Me niego a que, de mayo a septiembre, mi vida sea escapar de esos diez números e intentar no pensar en los diez próximos. Quiero estudiar, quiero sacar buenas notas, quiero ser una buena estudiante. La mejor, si de mí dependiese. Pero también quiero ser hija, hermana, tía; amiga, la mejor también, si se puede; quiero ser catequista y voluntaria en todo lo que necesite voluntarios; quiero ser viajera, quiero ser caminante; quiero ser políglota. Quiero ser muchas cosas, además de diez notas.

Hoy, mi vida comienza. No porque me gradúe, porque cumpla x años o porque sea un día importante. Hoy, mi vida comienza porque así lo decido.


domingo, 6 de octubre de 2013

Os presento a... Andrius.

Hoy, os traigo un invitado muy especial, colaborador reciente de un blog muy querido y eminente investigador. Hoy, os presento a...

Andrius

Andrius tiene casi cuatro años y está en la clase de los pingüinos. A veces le gusta y a veces no le gusta ir al colegio. Normalmente no. Andrius es experto en cocodrílidos y otros animalejos peligrosos, pero él no les tiene miedo porque se bañan juntos en la bañera y les conoce mejor que a su gato (su gato de ojos enormes y maullidos inquietantes). A Andrius le regalaron un dinosaurio por Reyes y se sabe de memoria unos cuantos capítulos de Caillou. Andrius es una persona muy, muy interesante, aunque yo siempre le pille en un mal momento, porque está a punto de irse a la cama y no tiene mucho tiempo que dedicarme.

Pero no es por eso por lo que quiero presentaros a Andrius. Quiero presentaros a Andrius porque, a pesar de que le he acostado muchas veces, casi nunca me pedía un cuento, y eso me inquietaba. Debe ser el niño con más cuentos del mundo mundial y estaba empezando a pensar que no era por él, sino por su padre, otro grande que también debería presentaros. Hasta que el otro día sus padres me contaron que Andrius, con sus tres añitoscasicuatro, había entendido algo que muchos adultos no llegan a saber nunca.

Andrius dijo que quiere aprender a leer ya, "porque cuando lees lo sabes todo".

Cuando lees, lo sabes todo.

Nada más que añadir, señores.

lunes, 30 de septiembre de 2013

Rutina

Hace un mes que volví de Bolivia. Hace dos semanas que empecé la Universidad. Ya he conocido a mis cinco profesores, he hecho dos trabajos y dos exposiciones orales, he investigado sobre el Fatum en la tragedia griega y sobre un poema de Pedro Salinas. He ido a dos fiestas, he despedido a dos amigas que se iban de Erasmus, he llegado a mis cuatro cafés diarios de antes del verano, me he comprado un par de jerseys. He cogido diez libros prestados de la librería, me han regalado un cómic, he estrenado uno de mis jerseys nuevos porque ya hace frío.

He vuelto a mi vida. Una vida normal, una vida a la que estoy acostumbrada y en la que me encuentro cómoda. Y, curiosamente, una vida que no me gusta tanto como solía gustarme. O, rectifico, una vida que podría gustarme más, porque ahora sé más cosas. Quiero más cosas. Cosas que no son materiales.

Pero he vuelto a mi vida. A mi rutina. Y no sabéis cómo me asusta lo fácil que me ha resultado.

jueves, 22 de agosto de 2013

Vivo agobiá.2

Que vivo agobiá ya lo he dicho, ¿no?

Una de las cosas que más me agobian es el poco, poquísimo tiempo que se nos concede. Ya no para hacer las tareas, limpiar, comprar, llevar a las niñas al colegio y cumplir con tu trabajo. Que es poco, ojo. Pero hay incluso menos tiempo para aprender a cocinar platos nuevos, leer todos los libros imprescindibles, viajar a todos los sitios que vale la pena conocer, hablar con todas las personas que tienen una conversación interesante. Tenemos muy poco tiempo para todas esas cosas que no te puedes morir sin hacer. Y lo peor es que, aunque consiguieses hacerlas todas, aún te morirías sin haber hecho otras mil más.

En dos meses, he estado en la selva, he dormido a 4000m de altitud, he recorrido la Isla del Sol de norte a sur, he estado en las misiones jesuíticas de la Chiquitanía, he visto monos araña, árboles que andan, tucanes de colores imposibles, cincuenta especies distintas de mariposas. He conocido a las personas más extraordinarias que podáis imaginar. En dos meses he acumulado más vida que en los otros veinte años. Uno podría creer que estoy satisfecha.

Pero no. Porque cuanto más conozco, más consciente soy de lo poco que conozco. En el momento en el que tacho algo de mi "Bucket list", surgen otras veinte más. 

Necesito como veinte vidas para hacerlo todo. Qué agobio.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Vivo agobiá

Hay algo que no es difícil aprender sobre mí, y es que vivo agobiá. No soy capaz de tomarme 24 horas sabáticas y dedicarlas a no hacer nada, porque para mí incluso no hacer nada significa hacer algo. Y si pueden ser dos algos, mejor. Y si ya son tres, ni te cuento.

Sí. Vivo agobiá.

Antes vivía en un agobio insano, sin embargo. En el de correr e ir con prisas y no tener tiempo para pensar en la suerte que tienes de poder hacer todas esas cosas, porque sólo puedes hacerlas y desear tener tiempo para no hacer nada. Tiempo que, ya sabéis, dedicaría a hacer algo.

Pero existe el agobio sano. En el que, además de hacer mil cosas e ir corriendo a todas partes, lo disfrutas. Puede que tengas que llegar corriendo a una comida con amigos y marcharte corriendo también, pero la hora que pasas con ellos es de felicidad. Puede que llegues de un viaje a las cinco de la mañana y a las siete tengas que irte a currar, pero ambas cosas, el viaje y el curro, son todo lo que necesitas para mantenerte en pie. Nada de sueño ni de café, eso es de flojos y de cobardes.

Vivo agobiá. Pero, puestos a agobiarse... Disfrutemos del camino.

martes, 20 de agosto de 2013

Instinto de supervivencia

El ser humano es un animal social. Y como tal, quiere, o más bien necesita, integrarse en un grupo. Vestirnos de manera similar a los que nos rodean, escuchar la misma música o ir a ver las mismas películas no es más que un mecanismo de defensa, un truco para que la manada nos acepte y no nos expulse a la fría noche, donde los depredadores aguardan a las presas débiles y solas.

Por ello mismo, la reivindicación e incluso el potenciar la propia diferencia, no es sólo nadar a contracorriente sino ir casi pidiendo que te cacen. Yo, aunque siempre he sido mucho de instintos, había luchado siempre contra ese impulso en concreto. No soy como ellos, que decía un soñador.

Pero he descubierto que hay dos tipos de instinto de supervivencia. Está el que te anula y te convierte en un producto de la globalización, y te hace escuchar los 40 principales y ver el Top10 de la cartelera y vestir como todo el mundo y acaba haciéndote andar, hablar y hasta pensar como los otros cuatro mil millones de personas ordinarias que te rodean.

Y está el que te hace querer ser tan comprometido, tan generoso, tan amable, tan cariñoso, tan trabajador, tan fuerte, tan extraordinario como los pocos seres extraordinarios que te rodean. Ese instinto de imitación que no sólo no te anula, sino que te eleva y te hace ser mejor. Porque no imitas las menudencias superficiales, sino las corrientes profundas, los motores que acaban moviendo no las piernas, sino la vida.

Señores, los instintos están para algo, al fin y al cabo. Y yo, quiero sobrevivir.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Alegrías que duelen

Hay cosas en esta vida que son alegrías que duelen. Como los placeres culpables. A quién no le encanta un brownie bien hecho. Ay, pero es que engorda... Ese tipo de cosas que dan tanto placer como dolor y hay veces que hasta se confunden. Aunque, afortunadamente, suele ganar el placer.

Hoy, hemos tenido tres alegrías que duelen. Hemos despedido a Diana, Briana y Jazmín, que durante dos y tres años han vivido en el Hogar Creamos y ya definitivamente se iban con sus familias. Y no cabían más sonrisas en la casa. Pero también hemos llorado todos. Los padres porque los hijos del corazón tardan en llegar y algunos, como Diana y Briana, tienen que viajar desde Cochabamba a Suiza para llegar a casa. Las mamitas que durante estos años les han querido, porque se les marchan tres hijas. Y el resto, de verles a ellos, de sentirles a ellos.

 El objetivo del Hogar está claro: alimentar, vestir, educar, cuidad y querer a niños que, por una cosa u otra, no tienen padres. Y conseguir que esos niños lleguen sanos y salvos hasta sus nuevas familias. Hoy se cumplía por triplicado ese objetivo. Pero cómo lloraban las mamitas que se quedaban atrás, con sus otros quince niños. De alegría y de pena, todo mezclado y sin distinguir.

Como muy bien lo ha definido una de ellas, alegrías que duelen.

lunes, 5 de agosto de 2013

Comfort

Leí hace unos días que "la felicidad se produce en el viaje de la incomodidad a la comodidad".

Pues, como diría el colega Schrödinger, sí y no.

Sí, porque estoy de acuerdo, la felicidad se produce siempre en el viaje. En el movimiento. En el cambio (bendito cambio). En cuanto paramos, nos estancamos, nos acomodamos, dejamos de cuestionarnos y de buscar mejorar. Está bien ser feliz con lo que tienes. Está muy bien marcarse metas posibles en lugar de ambiciones inalcanzables que sólo nos llevarán a la frustración y al desánimo. Pero está mal, fatal, conformarse. Pensar que ya has llegado a la meta y que no puedes aspirar a más. Que has tocado techo, digamos. O fondo, ya que nos ponemos.

Así que sí, viajemos.

Pero no. No creo ya que la felicidad se encuentre viajando a la comodidad.

Más bien creo que debemos caminar, correr o incluso volar hacia lo que nos resulte más incómodo.


viernes, 2 de agosto de 2013

Ítaca

Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.

Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.

Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.

Kavafis



martes, 30 de julio de 2013

Camino

La vida me ha demostrado una y otra vez que es la mejor metáfora que existe de un camino.

¿O era al revés?

No importa. Uno por otra, es lo mismo.

Porque al principio, no se ve la meta; y podemos imaginarla o podemos planearla, pero el caso es que es incierta. Y que cuesta llegar. Vaya que si cuesta. Más aún, si le añadimos el sol, la sed, la altura...



No hay caminos fáciles (si no contamos las caídas... Aunque ahí realmente, no estás andando, ¿no?).

Pero por cansado que estés


Y aunque a veces ni siquiera te llegue el aire


La cima de la montaña siempre tiene su recompensa.



 Y más, cuando se anda en buena compañía.


viernes, 26 de julio de 2013

Se dice por Brasil...

"Necesitamos santos sin velo, sin sotana. Necesitamos santos de jeans y zapatillas. 

Necesitamos santos que vayan al cine, escuchen música y paseen con sus amigos. 

 Necesitamos santos que coloquen a Dios en primer lugar y que sobresalgan en la Universidad. 

 Necesitamos santos que busquen tiempo cada día para rezar y que sepan enamorar en la pureza y castidad, o que consagren su castidad. 

Necesitamos santos modernos, santos del siglo XXI con una espiritualidad insertada en nuestro tiempo. 

Necesitamos santos comprometidos con los pobres y los necesarios cambios sociales. 

 Necesitamos santos que vivan en el mundo, se santifiquen en el mundo y que no tengan miedo de vivir en el mundo. 

 Necesitamos santos que tomen Coca Cola y coman hot-dog, que sean internautas, que escuchen iPod.

 Necesitamos santos que amen la Eucaristía y que no tengan vergüenza de tomar una cerveza o comer pizza el fin de semana con los amigos.

 Necesitamos santos a los que les guste el cine, el teatro, la música, la danza, el deporte. 

 Necesitamos santos sociables, abiertos, normales, amigos, alegres, compañeros. 

Necesitamos santos que estén en el mundo y que sepan saborear las cosas puras y buenas del mundo, pero sin ser mundanos." 

 No sé vosotros, pero yo pienso buscar a todos los santos que pueda.

lunes, 22 de julio de 2013

Ni modo

Bolivia es el país donde "todo es posible, pero nada es seguro".

Esto significa que en los últimos tres días he ido y no ido de Cochabamba al Alto y viceversa tres o cuatro veces. El viaje de Schrödinger, se podría llamar este fin de semana. Porque si las flotas no salen porque hay nieve en la cumbre, o pierdes el avión gracias a una trancadera de una hora, sólo puedes encojerte de hombros y pensar "Ni modo".

Pero también significa que en cualquier parte, de cualquier forma, puedes conocer a personas extraordinarias. O puedes viajar a la selva en cuatro horas. O estar un día a 300m sobre el nivel del mar y a 4000m al siguiente. O revivir cosas que ni siquiera viviste.

Se echan de menos las seguridades de España, no os mentiré. Quedar a una hora y aparecer, tener billetes de avión y viajar cuando estaba previsto, poder planificar cosas con más de media hora de antelación... Será que soy muy rígida. Será mi inexistente ascendencia británica. O que no llevo suficiente tiempo aquí.

Pero también es muy de agradecer que en cualquier esquina te esté esperando el misterio. Que nada sea imposible. Porque eso, queridos horarios, no existe en España.

sábado, 20 de julio de 2013

Improvisando

Hay cosas que sabes desde siempre que te harán mucha ilusión. París, Italia, un campamento, el despegue del avión... Hay emociones para las que llegas preparada.

Y hay emociones que te llegan de repente, sin avisar ni nada las muy sibilinas, y te atacan por la espalda y te conquistan antes de que te dé tiempo a poner una defensa que, de todas maneras, no quieres poner. Hay ilusiones que no sabías que existían, pero ahí están.

Nunca he soñado con ir a la selva, que yo recuerde. Tenía otros objetivos, otros sitios que, no sé por qué, me parecían mucho más apetecibles. Error. Os puedo asegurar que no hay nada más bonito que estar rodeada de todo ese verde.


Busca lo más vital, no más...

lunes, 15 de julio de 2013

Caminos

Llega un momento en la vida en el que descubres que, casi siempre, hay dos maneras de hacer las cosas. Dos opciones, dos caminos, dos elecciones posibles.

Pero también descubres que, normalmente, la más fácil no es ni la más divertida, ni la más satisfactoria, ni la que más caminos nuevos abre. La más fácil suele ser la renuncia, la pereza, el "ya lo hará otro", el miedo. La más fácil suele ser la derrota, así que la opción más fácil suele traer consigo el sufrimiento. Es sorprendente descubrir que, intentando evitar el dolor y las complicaciones, sólo consigues dos tazas.

En cambio, la opción difícil suele venir, primero, con un quebradero de cabeza. La obligación de pensar, de salirse del camino marcado y de lanzarse a lo desconocido. Después, con una lucha y una sucesión interminable de decisiones. Un largo camino de elecciones que, si todo va según lo previsto, no serán fáciles.

Pero al final de esa marcha, con los hombros cargados, la espalda dolorida y los pies llenos de ampollas, llegas a la cima de la montaña. Y allí, a pesar de todos los baches, se tienen las mejores vistas. Pero esto sólo se descubre, claro, cuando caminas hasta el final. Si no, te queda sólo el sudor y las lágrimas.

Esta entrada es inútil, por cierto. Nada de lo que te digan, ninguna advertencia, va a enseñarte el paisaje, ni va a ayudarte a andar. Pero, oye, toda preparación es poca cuando te enfrentas a una montaña.

sábado, 13 de julio de 2013

¿Qué les queda a los jóvenes?

Les podría quedar el desaliento, la desilusión, el abandono. Les podría quedar la indignación, la rabia, el grito estrangulado. Les podría quedar la desidia, la pereza, la falta de ilusión.

Pero les podría quedar también la fuerza, la osadía, la libertad. La energía que dan los pocos años consumidos y la inmensidad de los tiempos sin estrenar. Les podría quedar el mundo entero, nos podría quedar el mundo entero, que es nuestro.

Nos queda todo. Lo tenemos todo, sin saberlo. Y es cosa nuestra aprenderlo, descubrirlo, tomarlo y disfrutarlo.

Aprendamos de los sabios y de los poetas.

¿Qué les queda a los jóvenes?
Mario Benedetti


¿Que les queda por probar a los jóvenes 
en este mundo de paciencia y asco?
¿Sólo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo?
también les queda no decir amén
no dejar que les maten el amor
recuperar el habla y la utopía
ser jóvenes sin prisa y con memoria
situarse en una historia que es la suya
no convertirse en viejos prematuros

¿qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de rutina y ruina?
¿cocaína? ¿cerveza? ¿barras bravas?
les queda respirar/ abrir los ojos
descubrir las raíces del horror
inventar paz así sea a ponchazos
entenderse con la naturaleza
y con la lluvia y los relámpagos
y con el sentimiento y con la muerte
esa loca de atar y desatar

¿qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de consumo y humo?
¿vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?
también les queda discutir con dios
tanto si existe como si no existe
tender manos que ayudan/ abrir puertas
entre el corazón propio y el ajeno
sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines del pasado
y los sabios granujas del presente.