sábado, 30 de mayo de 2015

lunes, 25 de mayo de 2015

Selfies de la semana


16/05/2015

17/05/2015

18/05/2015
19/05/2015
20/05/2015
21/05/2015
22/05/2015

"No quieras rellenar la inseguridad que te da este camino nuevo con actitudes antiguas, es mejor todo nuevo, seguir confiando y dejar de mirar hacia atrás. Tienes derecho a descansar cuando estés cansada; pero no puedes no querer seguir hacia delante."

sábado, 16 de mayo de 2015

Proyecto: un selfie al día

Como supongo que la mayoría de personas jóvenes, durante años he tenido problemas de autoestima. El acné, las gafas, el aparato y el hecho de que durante un tiempo en el instituto se metiesen conmigo por mi aspecto -ya, lo sé, le pasa a mucha gente. No digo que sea una historia extraordinaria, pero es la mía- seguramente no ayudaron. Pero llegó un punto en el que encontraba motivos para estar insegura respecto a prácticamente todo: mi pelo, mis ojos, mi boca, mis brazos, mis pechos, mi cintura, mi cadera, mis muslos, mis pies, mi altura, mi peso... Y esta es solo la parte física. La adolescencia es sin duda alguna una época maravillosa, ¿eh?

Ahora, he llegado a un punto en el que estoy razonablemente contenta con mi aspecto. He aprendido a vestirme, peinarme y maquillarme para sacar partido a lo mejor de mí; he aprendido a comer sano y variado, de manera que mi lucha por alcanzar un peso ideal no es tan encarnizada como llegó a serlo; he aprendido a no solo hacer deporte, sino a disfrutarlo; he aprendido a aceptar que nunca tendré el aspecto que quiero, porque Emma Watson solo hay una y no me ha tocado ser yo. 

Pero sobre todo, he comprendido que no he venido a este mundo a ser guapa. No he venido a ser bonita, no he venido a que me consideren atractiva ni he venido a que me miren. He venido a leer, a escribir, a aprender idiomas, a probar nuevas comidas, a viajar todo lo que pueda, a hacer feliz a mí misma y a otros, a ser buena hija, hermana, tía, amiga, a reír. He venido al mundo a ser una fuerza de la naturaleza, no un objeto decorativo. Así que, sí, está muy bien aprender a sacarme partido y a tener el mejor aspecto posible. 

Pero está todavía mejor saber que ni un gramo de mi valor como persona reside en mi físico. Mi cuerpo no tiene que ser bonito: mis piernas no tienen que ser delgadas, tienen que llevarme a sitios; mi tripa no tiene que ser plana, tiene que digerir los alimentos que me dan energía; mis ojos no tienen que ser grandes, tienen que ver bien. Hay días en los que estaré cansada, en los que tenga granos, en los que no me dé tiempo a maquillarme o lleve una semana encerrada estudiando y parezca un fantasma. Hay días en los que mi vida se reflejará en mi físico de la manera menos atractiva posible, y he decidido celebrarlo. He decidido aceptar esos días en los que estoy más fea, para valorar más aquellos en los que estoy más guapa.

Por ello, y aprovechando que mi amiga Sofía me abrió una cuenta en Instagram que nunca más se usó, voy a empezar un proyecto. A partir de ya, voy a subir un selfie (autofoto) al día. No puedo prometer que no haga veinte fotos intentando encontrar la que más me favorezca, ni tampoco que no las retoque con las escasas herramientas que me ofrece el móvil. Pero sí puedo prometer que esa foto reflejará mi imagen ese día: gafas o lentillas, maquillaje o no, ropa de estar por casa o de salir, tal y como esté. Intentaré subir una foto al día durante al menos un mes, hasta que me vaya de campamento, a no ser que las circunstancias me lo impidan.

Creo que se puede acceder a Instagram aun sin tener cuenta, pero por si acaso la subiré también a Twitter y, a lo mejor, al blog. Tened en cuenta que serán fotos hechas con el móvil, para verse en el móvil, así que para los pros de la fotografía: serán fotos malas y en el ordenador se verán todavía peor. No pasa nada. Mantengamos en mente el objetivo de este proyecto. Y sin más, mi cuenta de Instagram:


jueves, 14 de mayo de 2015

Se nos quema el monte

"Si puedes soñarlo, puedes hacerlo", decían. Lo decía Andrés, en concreto. Ya sabéis qué Andrés. Mi Andrés. "Querer es poder". Pero resulta que no, que querer es solamente querer. Y a veces, no es suficiente.

Así que estás vendiéndome humo, Andrés, seguramente mientras te lleves a cualquier niña mona detrás de cada escenario. No te juzgo, que esa es tu vida y esta es la mía, y yo aquí he venido porque me dices cosas bonitas, y lo que hagas detrás de una puerta cerrada o incluso en el baño de cualquier discoteca, sin pestillo ni nada, no me importa. Véndeme un incendio, que hasta te diré que me gusta.

El verdadero problema lo tengo con esas personas cuya vida sí te importa y aun así siguen haciendo hogueras con leña verde. Esas personas que de tanto hablar se les va a quemar el monte. Esas personas que no saben que ni el blanco es negro, ni lo malo es bueno, ni querer es poder. Que las cosas son lo que son, y raramente son algo más. Y quizá por eso, porque no saben que poco más podemos esperar, se quedan en nada.

Así que tú, Andrés, véndeme el humo del color que más te guste, cántame todo lo que nunca debiste componer y mientras tanto, besa a la más bella de Madrid y que cada noche tenga un nombre. Eso sí, que siempre calce más de un treinta y seis. No se nos vayan a joder las canciones. Pero el resto, vamos a cuidar del medio ambiente. Vamos a comer más nueces y hacer menos ruido. 

Vamos a callarnos, que hace tiempo que se nos pasó el momento de las palabras vacías.

jueves, 7 de mayo de 2015

La culpa... ¿de quién?

"Creo que en este mundo tienes que elegir cómo cuentas las historias tristes, y nosotros elegimos la versión divertida"

Quiero elegir, siempre que pueda, la versión divertida. Si hay que contar algo, si no puedo pasar por encima de puntillas y ahorrarle a quien no le interesa la versión pre-editada de mi vida, prefiero contar la versión divertida. La versión sarcástica. La versión que te arranca una sonrisa por cómo se ha dicho, por las voces y los gestos que acompañan algo que, tomado en serio, sería muy trágico.

Porque a nadie va a hacerle bien saber que estás mal. Y no nos engañemos, todos estamos mal, por un motivo u otro. Algunos motivos no pesan casi nada y se van con unas risas; otros están hechos de plomo y se esconden fácilmente, porque se hunden hasta el fondo. Pero el caso es que a nadie le ayuda ver que detrás de bambalinas me canso más y me río menos. A nadie le aporta nada el saber que a veces tengo que convencerme durante horas para levantarme y llegar a tiempo a esa reunión que va a quitarme la energía para el resto de la semana. 

Si tengo que desvelar la parte fea de mi vida, los cables y los focos y los decorados sin pintar, elijo, por lo menos, la versión divertida. Y que el fin del mundo nos pille... riendo.