domingo, 20 de marzo de 2016

Esta semana, he aprendido a apreciar a los buenos profesores. Los que llegan pronto a clase, se van tarde y consiguen que no sientas las dos horas que han pasado entre medias. Los que están realmente interesados en saber qué piensas, los que han venido, como yo, a pasarlo bien. Y si no disfrutas, todo lo demás es tontería.

He aprendido a respirar hondo y poner una peli Disney. Que de vez en cuando, viene muy bien que te recuerden que debes ser más rauda que un río bravo y tener la fuerza de un gran tifón. Sean los hunos o sea el futuro lo que viene a por ti, la luna sabrá guiar el corazón.

He aprendido que la felicidad es un domingo que llueve, galletas caseras, unas fajitas. Poemas de Blanca Varela. Soy una mujer sencilla.

Y tú, ¿qué has aprendido hoy?

sábado, 19 de marzo de 2016

El año pasado, a estas alturas más o menos, me di cuenta de quién era yo gracias a mi padre. Este año, me he dado cuenta de quién es mi padre por mí.

Mi padre, sin un título que lo atestigüe, es más filólogo que muchos catedráticos que pululan por la facultad. Y como a muchos de esos Filólogos, así con mayúscula, escribir una tesis sobre gente que no solo está viva, sino que no tiene más de cincuenta años, le debe parecer la mayor mamarrachada a la que podría dedicarme. Pero él, sin mucha idea ni de literatura hispanoamericana, ni de cuento, ni de posmodernidad -aunque de esto, la verdad, nadie tiene mucha idea-, se lee todos mis trabajos y escucha todas mis locuras, y solo de vez en cuando me sigue ofreciendo un libro de Delibes o me recuerda que también Góngora existe.

Y hablando de Delibes, mi padre es de Castilla. De Ávila, Patrimonio de la Humanidad, para ser más exactos. Y le gusta la literatura de la estepa, del pueblo, esas grandes poesías, grandes novelas, que hablan en el fondo de toda la humanidad. Pero él se lee todos mis cuentos, mis relatos chiquitos de gente chiquita, que apenas describen nada porque solo quiero mirar, por el ojo de una cerradura, un instante dentro de una vida. Y, creo yo, hasta le gustan.

A mi padre no le entusiasma la comida italiana, a la asiática nunca la ha mirado con buenos ojos, pero el jueves me lleva a comer dumplings, porque tengo antojo. Y cuando vayamos a Rávena, acabará comiendo piadinas y bebiendo spritz, ya veréis.

A mi padre no le emociona Andrés, ni cree que tenga pelazo, pero me deja poner sus discos en el coche. Y tan de Castilla es, que con todas las ganas de viajar que tiene, no quiere ir a Estados Unidos. Pero estoy segura de que si alguna vez acabo viviendo en Nueva York, vendrá a verme.

Mi padre se hizo una autofoto conmigo, Ojocuidao.



Mi padre, en definitiva, es muy, muy padre. Y eso significa ser quien yo necesito que sea. Con mis hermanos no es el mismo, con mis sobrinas no es el mismo, ni con mi madre tampoco. Mi padre es, ni más ni menos, el padre que yo necesito que sea.

A todos los padres que son lo que sus hijos necesitan que sean, feliz 19 de marzo.

lunes, 14 de marzo de 2016

Media noche

Esta semana he aprendido que me puede pasar Andrés al lado, y yo solo pienso en la palma de mi mano derecha. Que todo se cura. Que de "Espero que esto no sea así para toda la vida" se puede pasar a "Espero que esto sea para toda la vida".



He aprendido que tengo toda la vida y todo el mundo por delante, y qué más puedo pedir. Quizá solo una tarde de domingo.

He aprendido que el vértigo se supera saltando, aunque te des cuenta al llegar al fondo de que no llevabas paracaídas.


martes, 8 de marzo de 2016

Trabajadoras a tiempo completo

Para la mayoría, el género no marcado es el masculino. Concretamente, el masculino blanco, heterosexual, de clase media, buena salud y de una edad ni demasiado joven, ni demasiado anciana. Y todo lo demás está marcado por la diferencia. No es mi caso. En mi casa, somos mayoría de mujeres. Desde 1973 no nace un hombre en esta familia -que me perdone mi cuñado, porque al fin y al cabo él ya llegó criado-.

Así que cuando me pregunto si soy mujer trabajadora, a pesar de ser estudiante, quiero contestar que sí. Porque trabajo por ellas, por seguir el ejemplo de las que vinieron antes y por ser ejemplo de las seis que vienen detrás. Dice mi cuñado que no solo hay que preguntarse qué mundo le dejamos a nuestros hijos, sino qué hijos le dejamos a nuestro mundo. Quiero creer que nosotros, nosotras, dejamos a seis mujeres que serán extraordinarias. Y que a ellas les dejamos un mundo un poco más justo, un poco más equilibrado, un poco más fácil. 

Quiero que cuando Ainara crezca, no tenga una historia de terror que contar sobre aquel hombre que la tocó en el autobús, en una discoteca o por la calle. Quiero que si Clara decide no maquillarse nunca, nadie la mire dos veces por ello; y que si María decide invertir su sueldo de un mes en brochas y cintas para el pelo, tampoco nadie tenga nada que decir. Quiero que si Teresa decide ser médico, no tenga que luchar por ser tomada tan en serio como sus compañeros de promoción. Quiero que cuando Mar salga a comer con su futuro marido, si lo tiene, dejen la cuenta en medio en lugar de dársela a él. Quiero que a Libertad le paguen el mismo sueldo que a sus compañeros, sin importar ni su género ni su raza.

Quiero que no tengan que escarbar en los anales de la historia para encontrar mujeres extraordinarias, sino que se lo den hecho. Que escritoras, científicas, deportistas y amas de casa por igual sean celebradas por sus logros, no ignoradas. Que cuando crezcan, sepan que existieron niñas como ellas que lucharon por la educación, por la libertad, por la inclusión, por la normalización de todos los tipos, formas y colores de belleza. Que algún día, nadie tenga que felicitarlas un 8 de marzo, porque el género no marcado no será el masculino.

Pero hasta entonces, feliz día de la mujer trabajadora. A todas las que trabajan fuera de casa, y a las que trabajan dentro. A las que trabajan cuidando a sus hijos, y a las que trabajan cuidándose a sí mismas. A las que trabajan aquí, y en Bolivia, en Asia, en África, por todo el mundo. A todas ellas.


Porque, admitámoslo, ser mujer es un trabajo a tiempo completo.

lunes, 7 de marzo de 2016

Me lo pones muy fácil

Esta semana he aprendido que para hablar de la vida, solo hacen falta los ojos adecuados.

He aprendido que hay decisiones muy fáciles y decisiones muy difíciles, y las fáciles no son necesariamente divertidas, ni poco dolorosas. Pero son fáciles, y eso al menos las pone por delante de las imposibles. Las decisiones fáciles son las que cierran heridas, las que abren caminos, las que duelen aunque sonrías, o porque sonríes. 

He aprendido que la historia se repite, y quienes no la conocen están condenados a repetirla. Pero a veces, la historia hay que repetirla, una y otra y todas las veces que se pueda. Hace quince años mi hermana me llevó a ver la película de mi vida, y el viernes yo hice lo mismo con su hija. La vida tiene estas cosas tan raras. 


Y tú, ¿qué has aprendido esta semana?