lunes, 28 de octubre de 2013

sábado, 26 de octubre de 2013

GIH20: La lluvia en Madrid

La lluvia en Sevilla será una maravilla, pero lo que es en Madrid... La capital de este nuestro querido país es una ciudad preciosa, llena de personas en su mayoría estupendas -hay de todo, pero aprendiendo a conocernos...- con las que normalmente estoy contenta de convivir. Somos gente maja. Pero ayer leí una de las frases más ciertas que he visto nunca (todos los méritos a @galatea128):


Y es que la lluvia tiene el misterioso y puñetero poder de arrebatarle a una persona todo lo que es suyo.

Lo primero que un madrileño pierde en un día de lluvia es su capacidad de conducir. Y podéis pensar que me refiero a conducir un coche, que es cierto, porque ni siquiera en la más brutal y masiva operación salida encontraréis semejantes atascos, incluso en las calles más diminutas, las de un solo sentido, las peatonales, los callejones donde no caben dos personas a la vez. Atascazo. Pero no sólo. Porque el madrileño medio también pierde la capacidad de conducir un autobús, un metro o incluso un tren de Cercanías. Puede parecer difícil, porque el Cercanías va sobre vías y el Metro es subterraneo. Bajo tierra. Donde no llega la lluvia. Pero es así: si llueve, todo medio de transporte conocido por el hombre irá peor de lo que iba antes. Que ya es mucho decir.

Pero no se quedan ahí. Los habitantes de esta mi bella ciudad, no contentos con abandonar su carnet de conducir, se desprenden muy graciosamente de su carnet de peatón. Y así, nos juntamos con un montón de gente que no sabe a qué altura van los paraguas y, al taparse los ojos, atacan al resto con las varillas -estoy convencida, de forma totalmente involuntaria-; con señoras que, muy preocupadas porque se les moje ese paraguas tan apañaíco, caminan con él abierto pero bajo techado; con jóvenes que se han dejado todas sus prendas impermeables en casa, porque pasan de las banalidades de este mundo, y se cagan en todas las señoras de apañaícos paraguas; niños cabmonísimos que saltan en los charcos para utilizar con propiedad sus katiuskas nuevas... Un jolgorio, una juerga, un frenesí.

Hay que entender que esto viene de la natural dificultad que entraña caminar por la calle, que se multiplica por diez cuando cae agua. Seamos comprensivos. Pero lo que ya es precioso es cuando se olvidan los modales de persona -ya no digo buenos o malos, sólo de persona- en lugares en los que ni cae agua ni hay que moverse. Por ejemplo, el vagón del metro, donde se convierte en una cosa muy normal el abalanzarse sobre los sitios como si desmontasen la mitad de los vagones cuando llueve. O un aula, donde al parecer el mejor sitio para poner el paraguas empapado es un pupitre al azar, preferiblemente uno bien situado, para dejarlo inutilizable para el resto. Gracias, por cierto, queridos compañeros.

Ya lo veis. Poco a poco, el madrileño va dejando de ser un orgulloso habitante de capital para convertirse en una criatura mojada, asustada y fastidiona que ha olvidado cómo ser una persona y sólo tiene una idea en mente: huir del agua. Como si nos diese alergia.

Sabiendo esto, comprenderéis la fiesta que es para mí el otoño. Lo estoy gozando.

viernes, 25 de octubre de 2013

Fulminada

Alguien -siendo muy sincera con vosotros, no recuerdo bien. Pero sí sé que lo leí en unos apuntes de Crítica literaria, una asignatura de primero, que seguramente serán los que más rescate una vez acabada la carrera. Pero perdón, que me desvío del tema. Retomo el hilo-, alguien dijo que un relato surgía de un golpe de inspiración maravilloso, de un instante de lucidez que, o se escribe, o se pierde. Que eran como una esquinita de sol en un cielo nublado. Un rayo.

Mola, ¿eh?

Un instante de lucidez.

Supongo que quien no ha escrito nunca, quien no ha leído nunca a los grandes cuentistas, no puede entenderlo. Porque, es obvio, un buen relato ni se escribe del tirón ni se publica sin cien mil revisiones, como cualquier obra que se precie. El proceso de escritura, corrección, reescritura, recorrección y vuelta a empezar puede ser incluso más largo que el de una novela, aunque el relato en cuestión no ocupe más de cinco cuartillas. Un relato no se escribe en un instante.

Pero sí es un instante de lucidez. 

Para quien lo lee, desde luego. Pero sobre todo, para quien lo escribe.

Comienzo hoy un curso de relato corto en una librería. Personalmente, me parece una idea fantástica, hablar de cómo se escribe en un santuario de la literatura. Ya os contaré qué tal. A lo mejor, hasta cuelgo aquí alguno de los frutos. Quién sabe...

jueves, 24 de octubre de 2013

Día de las bibliotecas

Supongo que a Laura Gallego, después de tantos libros, tantas firmas, tantas... En fin, tantas; no le importará que le robe sus palabras. Y es que seguro que todos los que disfrutáis de la lectura sabéis apreciar el lugar mágico, casi el santuario, que es una biblioteca.

Érase una vez un viajero que llegó desde un lugar lejano a un pueblo en el que no había libros. Se sentó a descansar en la plaza mayor y sacó de su morral un viejo volumen de cuentos. Cuando empezó a leer en voz alta, los niños, que nunca habían visto nada semejante, se sentaron a su alrededor para escucharlo.
El visitante relató historias que fascinaron a sus oyentes y les hicieron soñar con fantásticas aventuras en reinos maravillosos. Cuando terminó, cerró el libro para volver a guardarlo en su morral. Nadie se percató de que, al hacerlo, escapaban de entre sus páginas algunas palabras sueltas que cayeron al suelo.
El viajero se marchó por donde había venido; tiempo después, los habitantes del pueblo descubrieron el pequeño brote que elevaba sus temblorosas hojitas hacia el sol, en el lugar en el que habían caído las palabras perdidas.
Todos asistieron asombrados al crecimiento de un árbol como no se había visto otro. Cuando llegó la primavera, el árbol exhibió con orgullo unas hermosas flores de pétalos de papel. Y, con los primeros compases del verano, dio fruto por primera vez.
Y sus ramas se cuajaron de libros de todas clases. Libros de aventuras, de misterio, de terror, de historias de tiempos pasados, presentes y futuros. Algunos se atrevieron a coger esos frutos, y había un sabio en el lugar que les enseñó a leer para poder disfrutarlos.
A veces, la brisa soplaba y sacudía las ramas del árbol. Las hojas de los libros se agitaban y dejaban caer nuevas palabras. Y pronto hubo más brotes por todo el pueblo; y en apenas un par de años, los árboles-libro estaban por todas partes.
Se corrió la voz; muchos investigadores, curiosos y turistas pasaron por allí para conocer el lugar donde los libros crecían en los árboles. Los habitantes del pueblo leían sus páginas con fruición, y cuidaban cada brote con gran mimo. Y así iban recogiendo más y más historias con cada nueva cosecha de libros.
Un día, los más sabios del lugar se reunieron y acordaron compartir su tesoro con el resto del mundo. Eligieron a un grupo de jóvenes y los animaron a escoger un libro del primer árbol que había crecido en el pueblo. Después, los enviaron a recorrer los caminos.
Ellos se repartieron por el mundo, buscando un hogar para su preciada carga, y así, con el tiempo, cada uno dejó su libro en una biblioteca diferente.
Y cuenta la historia que allí siguen todavía. Que hay algunas bibliotecas que guardan entre sus estantes un libro especial que deja caer palabras-semilla. Y que, si aterrizan en el lugar adecuado, cada una de esas palabras crecerá hasta convertirse en un árbol que dará como fruto nuevos libros.
Nadie sabe en qué bibliotecas se encuentran estos libros maravillosos. Se desconoce también cuáles, de entre todos sus volúmenes, son los que proceden del pueblo donde los libros crecen en los árboles. Podría ser cualquiera, y podría estar escondido en cualquier rincón de cualquier biblioteca del planeta.
Animaos a entrar en ellas y a explorar sus estanterías, viajeros; porque quizá deis por casualidad con un libro cuyas palabras echen raíces en vuestro corazón y hagan crecer un magnífico árbol de historias cuyas semillas puedan llegar a cambiar el mundo.
¡Feliz día de la biblioteca!

miércoles, 23 de octubre de 2013

Cansancio

Los días de lluvia siempre me ponen triste. Hay atascos en todas mis vías neuronales y frecuentes choques accidentales contra recuerdos que deberían haberse quedado en casa. Mis emociones se olvidan siempre el paraguas y claro, se calan. Y encima los día-a-días son esas personas odiosas que sí lo llevan y, aun así, caminan bajo techado, obligándolas a esquivar los charcos. Esos charcos que se hacen en mi barrio, que son como océanos en los que ahogarse sin remedio.

Los días de lluvia vienen para mojarme más por dentro que por fuera. Y a mí siempre me ha gustado empaparme.

No me canso de quitarme el sombrero cuando llueve, por mojarme las canciones...

viernes, 11 de octubre de 2013

Sueños.


Ya sabéis, niños, seguid vuestros sueños o podríais morir.

Para esto sirven las series de zombies, mamá. ^^

jueves, 10 de octubre de 2013

Felicidades, Alice.

Hoy, se ha anunciado el Nobel de Literatura. Por primera vez desde 2010, conozco a la galardonada. Alice Munro. Una fantástica escritora de relatos cortos. Una cuentista.

En toda su vida, Alice ha publicado una sola novela, y trece colecciones de cuentos. Pocos autores han hecho esto. No sé muy bien por qué, el relato se considera un género menor. A lo mejor porque es pequeño, en comparación con sus hermanas las novelas, pero permitidme decir como la tercera de la familia, como la eterna "niña", que no es nada deshonroso ser chiquita. Hay extraordinarios cuentistas en la historia de la literatura: Cortázar, Maupassant, García Márquez, Poe, Quiroga, Kafka, Juan Rulfo, Chéjov, Borges, Hemingway, Vargas Llosa, Monterroso... Podría seguir. Todo nombres que os suenan, ¿verdad? Todos escritores magníficos, eternos, imprescindibles. Clásicos.

Pero no sé por qué, el cuento se considera la versión para vagos de la novela, lo que lees cuando te da pereza coger una novela de verdad, lo que escriben los que empiezan a escribir y lo que leen los que empiezan a leer. Bocetos. Ensayos. Toda mi vida, he escrito relatos cortos pensando, "Tengo que escribir una novela. Tengo que ponerme ya porque, si ya es difícil vivir de novelas, es imposible vivir de cuentos. Tengo que ponerme a escribir en serio. Tengo que escribir novela".

Y sin embargo, me apunto a un curso de relato corto, porque no puedo sentirme irremediablemente atraída a esas pildorillas de sabiduría, a esa narración fulminante que nace de la inspiración pura y que, según los expertos, debería escribirse igual que se lee, de una sentada. Y al día siguiente, una cuentista gana el premio Nobel.

No creo en las casualidades.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Porque no.

El otro día, fui a apuntarme como voluntaria en una actividad de la universidad y, entre otras cosas, tuve que rellenar un formulario en el que me preguntaban ¿Por qué quieres ser voluntaria?

En un principio, pensé, porque sí.

Porque quiero hacerlo. Porque me parece importante. Porque nadie me obliga ni quiero limpiar mi conciencia, simplemente quiero hacerlo. 

Pero luego lo pensé mejor y dije, porque no.

Porque no puedo permanecer indiferente ante toda la necesidad que hay en el mundo. Porque no quiero vivir centrada en mí misma, cuando hay tanta gente que no tiene nadie que piense en ellos. Porque no puedo no ayudar si puedo hacerlo. No digo que sea Superman, ni siquiera que sea imprescindible, simplemente que en algo podré ayudar y, mientras sea útil para alguien, no puedo quedarme al margen. Porque más allá de los razonamientos complejos y extensos que puedo dar, y puedo darlos, cuando veo la pobreza, la necesidad, la injusticia, mi primera reacción es pensar "no".

No. No lo quiero, no lo acepto, no lo ignoro y no me resigno.

Por eso quiero ser voluntaria.

martes, 8 de octubre de 2013

Today, my life begins.

En un capítulo de Anatomía de Grey, un camión choca contra un grupo de estudiantes que iban a su graduación. Si habéis visto alguna vez la serie, puedo deciros sin peligro de estropeároslo que todos y cada uno van muriendo durante el capítulo, menos la superviviente.

La superviviente está muy preocupada, porque todo lo que ha hecho durante su vida es estudiar. Ir a clase, tomar apuntes como una loca, estudiar hasta tarde, hacer exámenes y sacar buenas notas. Durante toda su vida. Y ahora que por fin va a graduarse, podrá salir al mundo y ser algo más que un número.

Esa chica ha esperado veinticinco años para empezar a vivir. Muchos, muchos de nosotros, esperamos veinticinco años para empezar a vivir. Porque está el colegio y después la universidad, e incluso después de eso algunos tienen el máster o el doctorado o los dos. Y buscar un trabajo y una casa, que antes no era fácil, pero ahora parece imposible. Y todo esto es lo que viene más o menos rodado. Porque también tenemos que buscar y mantener amigos, familia, novio/marido/hijos. Qué agobio. La lista de cosas que necesitamos para empezar a vivir es inmensa y, si te descuidas, inacabable. Siempre puedes aspirar a un ascenso, a una casa más grande, a un coche mejor. Siempre puedes agobiarte más.

No pienso esperar veinticinco años para empezar a vivir. Ya he esperado veinte. Así que me niego a que, de septiembre a mayo, mi vida gire en torno a diez números que, al final, no significan nada. Me niego a que, de mayo a septiembre, mi vida sea escapar de esos diez números e intentar no pensar en los diez próximos. Quiero estudiar, quiero sacar buenas notas, quiero ser una buena estudiante. La mejor, si de mí dependiese. Pero también quiero ser hija, hermana, tía; amiga, la mejor también, si se puede; quiero ser catequista y voluntaria en todo lo que necesite voluntarios; quiero ser viajera, quiero ser caminante; quiero ser políglota. Quiero ser muchas cosas, además de diez notas.

Hoy, mi vida comienza. No porque me gradúe, porque cumpla x años o porque sea un día importante. Hoy, mi vida comienza porque así lo decido.


domingo, 6 de octubre de 2013

Os presento a... Andrius.

Hoy, os traigo un invitado muy especial, colaborador reciente de un blog muy querido y eminente investigador. Hoy, os presento a...

Andrius

Andrius tiene casi cuatro años y está en la clase de los pingüinos. A veces le gusta y a veces no le gusta ir al colegio. Normalmente no. Andrius es experto en cocodrílidos y otros animalejos peligrosos, pero él no les tiene miedo porque se bañan juntos en la bañera y les conoce mejor que a su gato (su gato de ojos enormes y maullidos inquietantes). A Andrius le regalaron un dinosaurio por Reyes y se sabe de memoria unos cuantos capítulos de Caillou. Andrius es una persona muy, muy interesante, aunque yo siempre le pille en un mal momento, porque está a punto de irse a la cama y no tiene mucho tiempo que dedicarme.

Pero no es por eso por lo que quiero presentaros a Andrius. Quiero presentaros a Andrius porque, a pesar de que le he acostado muchas veces, casi nunca me pedía un cuento, y eso me inquietaba. Debe ser el niño con más cuentos del mundo mundial y estaba empezando a pensar que no era por él, sino por su padre, otro grande que también debería presentaros. Hasta que el otro día sus padres me contaron que Andrius, con sus tres añitoscasicuatro, había entendido algo que muchos adultos no llegan a saber nunca.

Andrius dijo que quiere aprender a leer ya, "porque cuando lees lo sabes todo".

Cuando lees, lo sabes todo.

Nada más que añadir, señores.