lunes, 31 de diciembre de 2012

The End.

Querido DosMilDoce,

te reté a que me sorprendieses. Lo has hecho. Te reté a que me cambiases. Definitivamente, lo has hecho. Es una suerte que sólo hayamos tenido que convivir trescientos sesenta y seis días -encima, eres bisiesto- porque, si hubiesen sido más, posiblemente habría acabado matándote. Tú lo has intentado conmigo. Por suerte o por desgracia, soy más lista, más fuerte y más cabezota que tú. Es difícil acabar conmigo. Algo así como que las malas hierbas resisten el pesticida.

No te ofendas por lo que te voy a decir, pero no voy a echarte de menos. Me has quitado casi todo lo que tenía, y he tenido que luchar con todas mis armas para obtener las compensaciones que merecía. Eres un tacaño, DosMilDoce. Y un ruin. Pero, ya lo sabes, mi suerte tiene mejores abogados que tú.

Podría hacer un repaso del año pero, sinceramente, me da mucha pereza. En sólo ocho mil setecientas ochenta y cuatro horas han pasado demasiadas cosas, demasiado malas y demasiado buenas. Sí, lo reconozco. Este año ha sido intenso por ambos extremos.

¿Sabías que para forjar una espada hay que calentarla al rojo vivo y luego enfriarla con nieve? Pues eso has hecho tú conmigo. Y me has hecho más fuerte. Más flexible. Más potente. Si volvieses a empezar, te lo aseguro, esta vez no me rompería. Tengo el corazón de mimbre.

Me despido de ti, querido DosMilDoce, con una reverencia. Hay que respetar a los más poderosos enemigos, y tú te lo has ganado. Pero ahí tienes la puerta, y doce campanadas para irte. Ojalá lleves tanta paz como dejas.


A todos vosotros, que habéis estado a mi lado, gracias. No podría haber tenido mejor ejército. Espero que yo también haya sido un buen peón este año, y contad conmigo para la partida del que viene.

Y a ti, DosMilTrece... Bienvenido. Tengo muchas expectativas puestas en ti. No me decepciones.

viernes, 7 de diciembre de 2012

V. Todo.

Recorría la vida a tragos. Devoraba el calendario. Todo era un suspiro y pasado. Sin puntos suspensivos, sin comas, sin pausas para respirar. Sin saborearlo, glotona, tragaba los momentos sin masticar. Casi con gula, no había acabado un día cuando ya ansiaba el siguiente, sabiendo que no le bastaría. Que no había tiempo en el mundo que pudiese satisfacerla. Porque ya había quemado toda la felicidad asignada y ahora, vacía, se dedicaba a engullir las horas por vicio, sin recompensa, sólo por la satisfacción de poder decir "lo he vivido todo". Aunque no hubiese sentido nada.


(¿Alguien se acuerda de estos microrrelatos? Bueno, pues ya llegan los tres que faltaban)