lunes, 30 de diciembre de 2013

Un repasito

Querido 2013, no empezaste bien, para qué engañarnos. El hospital no es el mejor sitio para despertarte el día 1 de enero. Pero claro, desde ahí sólo podías ir a mejor, ¿no?

Bueno. Sí y no. Has sido un año de extremos. De muy, muy malos, pero también de muy, muy buenos.

Y como lo normal es acordarse sólo de lo malo y más si eres una pesimista profesional, sólo por llevar la contraria, me voy a quedar con lo bueno. Y es que me has traído muchas cosas extraordinarias.

Me has traído el mejor verano de mi vida. No, no el mejor, el mejor. Me has traído a mi hermana, a mi cuñado, a mis niñas de vuelta. No se puede explicar la falta que me hacían. Me has traído a todas las personas extraordinarias que ahora forman parte también de su vida, que son muchas. Me has traído el Preefa y el Hogar. Las Salesianas. Moni, Jorge, Marisol, el Santi. Y todos los lugares inolvidables: la selva y el altiplano, Santa Cruz, la Chiquitanía. Titikaka. Siempre Titikaka. Me has traído visión. Me has traído más regalos de los que me merecía. Creo que no he sido tan buena.

Me has traído Embarrados y Labouré. Todavía no os he hablado de Labouré, pero empezaré muy pronto. Son mi dosis semanal de cariño intenso, absorbente, incondicional. Mis niños. Son mi oportunidad, no de cambiar el mundo, a lo mejor ni siquiera de cambiar un mundo ajeno. Pero desde luego, de cambiar el mío. ¿Eso de "no dejes que el mundo te cambie"? Una soberana tontería. Me lo has enseñado tú, 2013. Deja que el mundo te cambie, que te remueva, que te transforme. Que no te deje nunca indiferente.

Me has traído también la poesía -que ya estaba antes, por supuesto, cómo no. Que se lo digan a aquella niña de seis años que recitaba a Machado... Pero ahora más. Y mejor-. Me has traído voces como la mía, que piden ser leídas. Me has traído a Eloy Tizón que, quizá, sea uno de los regalos más inmerecidos que tengo. Has traído a Lyrah de vuelta, más alta, más mayor, más importante que nunca. No sabes lo que la echaba de menos. Gracias.

Quién iba a decir que, además de un alergia mortal, también traías la cocina. Sí, 2013, ya lo sé, una de cal y otra de arena. Pero no pasa nada por acumular dos o tres de cal seguidas, ¿sabes? (siempre que la cal sea  la buena... que nos conocemos).

Y no me olvido, querido año de la mala suerte, que has mantenido todas esas cosas buenas que ya estaban. Y te has llevado algunas otras, pero no importa, porque ya me compensarás por algún otro sitio. Me niego a creer que todo sean pérdidas.

Creo que, mirado el conjunto, al final tendré que darte las gracias. Por todo en particular, por nada en general. Por la intensidad. Por la prisa.

Ya no me puedes pillar por sorpresa, DosMilCatorce. No te tengo miedo.

Ven con todo lo que tengas.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Feliz Navidad

Este año, una de las cosas más terroríficas que he hecho fue embarcarme en un viaje al lago Titikaka con cuatro personas a las que en aquel momento casi no conocía. También fue una de las experiencias más bonitas, gratificantes, llenas de emoción y de paz que he vivido nunca. Por eso, te deseo que el año que viene te tires a la piscina. Que hagas cosas inesperadas, cosas que no encajan con tu carácter, cosas que te sorprendan incluso a ti mismo. Ese tipo de cosas que nunca se hacen lo suficiente. 
Este año, te deseo que te prohíbas ser infeliz. Y que lo cumplas. Que tengas toda la ayuda posible para ser más feliz que nunca.

Este año, entre otras cosas, te deseo mucha poesía. Y para empezar la Navidad con buen pie, te dejo un trocito de un poema de Alfredo Cuervo Barrero, de donde he sacado la frase de la foto (que, por cierto, es la Cordillera Real, en Bolivia, vista desde la isla del Sol).

Queda prohibido llorar sin aprender,
levantarme un día sin saber qué hacer,
tener miedo a mis recuerdos,
sentirme sólo alguna vez.

Queda prohibido no sonreír a los problemas,
no luchar por lo que quiero,
abandonarlo todo por tener miedo,
no convertir en realidad mis sueños.

Queda prohibido no demostrarte mi amor,
hacer que pagues mis dudas y mi mal humor,
inventarme cosas que nunca ocurrieron,
recordarte sólo cuando no te tengo.

Queda prohibido dejar a mis amigos,
no intentar comprender lo que vivimos,
llamarles sólo cuando les necesito,
no ver que también nosotros somos distintos.




Feliz Navidad.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

11 de diciembre

Hoy es un día especial en esta casa, y por eso os quiero presentar a...



mi mamá

Vosotros deberíais llamarla Pilar, claro.

Mi mamá es esa persona que si le pides que se vaya a Japón cuando tenga un rato, te busque los huesos petrificados de un dragón y te los muela, que los necesitas para un hechizo budú contra el guarro del profesor de literatura, y seguramente se queje un poco de lo mucho que abusamos (porque abusamos), pero acabe haciéndolo.

Mi mamá está siempre de mi lado. Soy su persona favorita en el mundo, o lo parece (aunque mi hermano diga que él es el favorito por ser el mayor. Mentira.) Es la que se cree que el profesor me tiene manía. Es la que cuando corresponde me hace ser mejor persona y, cuando no, se ríe con mis maldades. La que me dice que debería ir a clase cuando me ve baja y la que me anima a hacer pellas cuando me paso de responsable.

Mi mamá vive en dos continentes ahora mismo. Y si cada uno de mis hermanos y yo nos fuésemos a vivir a una parte del planeta, se dividiría en cuatro. Ella es así. No entiende por qué tenemos que irnos a Bolivia, o por qué yo tengo que ver guarrerías de zombies y leer comics y hacer todas esas cosas que no entiende, pero nos quiere igual. No es que sea lo mismo, claro. Pero el caso es que nos quiere.

Mi mamá es, como dice una de mis mejores amigas, una señora de los pies a la cabeza. Esa profesora que puede castigarte y darte un beso, y no te enfadas porque mira qué hipócrita asquerosa, porque lo hace todo muy en serio. Cuando mi mamá mira fijamente a alguien, le paraliza, y no le mata porque tiene mucho respeto por las leyes de la naturaleza. Mi mamá es una de esas personas con el don de insultarte de una manera tan educada y exquisita que ni te das cuenta de que te está llamando imbécil.

Mi mamá es esa persona con la que puedo hablar de cualquier cosa. No voy a decir mi mejor amiga, porque es mi mamá y eso no lo va a cambiar nadie, pero me entendéis. Mi mamá es la que me ha mimado de mala manera porque nunca tuve abuela. La que me manda mensajes que dicen "Nena, tú vales mucho" antes de cada examen. La que me compra un vestido que no necesito para Nochevieja, me compra otro después que me gusta más pero decide no devolver el primero porque me queda fenomenal. Sabed que, si antes de salir de fiesta mi mamá no me dice que voy guapa, me arruina la vida.

Mi mamá es una persona bastante genial, no sé si lo estáis viendo. Y hoy cumple una pila de años que, francamente, no aparenta. Se viste de H&M, como yo, y está más guapa que nunca. Y eso que tendríais que verla con veinte años y su vestido hippy de flores.

Felicidades, mami.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Historias de terror

Se dice que no hay nada que dé más miedo que un "tenemos que hablar".

Pero más miedo dan las conversaciones por la espalda, sibilinas y traidoras, que ni se anuncian ni piden permiso. Llegan, te golpean en la nuca y se van tan contentas. Esas sí que son peligrosas, porque nada puede prepararte, no hay ni un aviso de diez segundos en el que levantar barreras o elaborar excusas. Te pillan desprevenido y así pasa: que normalmente, tocan y hunden.

Y lo más terrorífico de todo son los silencios. Porque al fin y al cabo las palabras pueden controlarse. Pueden pensarse, escribirse, borrarse. Pueden decir más de lo que se oye y pueden decir menos, y contamos con un cierto alfabeto que es común a todos y que nos permite descifrar todo el sistema de "implicaturas conversacionales" (perdonad que os meta una palabreja filológica) de manera que, al final, nos entendemos. Pero los silencios... Son imprevisibles. Incontrolables. Indescifrables. Los silencios simplemente son y, si puedes y quieres y tienes lo que hay que tener, los interpretas.

Se podría hacer una película de terror a base de habitaciones vacías.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Colocón

"Porque escribir, pensaba yo, es estar más despierto de lo normal. Un espasmo de lucidez recorre todo, nos sacude el sistema nervioso con una sobrecarga de vitalidad, de plenitud, de audacia, de algún modo hay que canalizar toda esa energía dispersa y un tanto alucinógena que desborda la conciencia. De la euforia molecular hasta el folio. Entran ganas de cantar, de bailar, de recibir una bofetada o un electroshock. En lugar de eso, volcamos toda esa actividad frenética hacia dentro y nos contentamos con enfilar, con gran palomo, un signo negro tras otro.
De modo que yo escribía. Llevaba varios años buscando un lugar acogedor para escribir, sin encontrarlo, rastreando estudios y apartamentos, entrevistándome con porteras y encargados de inmobiliarias y otra vez porteras, regateando precios de alquileres, anotando números de teléfono en papelitos y transcribiendo los mensajes que voces misteriosas dejaban al anochecer en el contestador; hasta que un día terminé rindiéndome a la verdad: que no existe nada parecido a un lugar acogedor para escribir. Que escribir es, en sí mismo (tiene que serlo), lo contrario del hogar: un lugar inhóspito, manicomial, un sótano con poca luz y humedad excesiva. Desde entonces dejé de buscar, me conformé con lo que tenía, me relajé. Asumí que escribir no es ese espacio apropiado para instalarse en él durante largas temporadas, sino solo para hacer visitas breves, entrar y salir, y el resto del tiempo pasarlo fuera y a ser posible lejos, cuando más lejos mejor. Y en esto -pero solo en esto- se parece un poco a la felicidad."

Eloy Tizón. Técnicas de iluminación.