miércoles, 4 de diciembre de 2013

Historias de terror

Se dice que no hay nada que dé más miedo que un "tenemos que hablar".

Pero más miedo dan las conversaciones por la espalda, sibilinas y traidoras, que ni se anuncian ni piden permiso. Llegan, te golpean en la nuca y se van tan contentas. Esas sí que son peligrosas, porque nada puede prepararte, no hay ni un aviso de diez segundos en el que levantar barreras o elaborar excusas. Te pillan desprevenido y así pasa: que normalmente, tocan y hunden.

Y lo más terrorífico de todo son los silencios. Porque al fin y al cabo las palabras pueden controlarse. Pueden pensarse, escribirse, borrarse. Pueden decir más de lo que se oye y pueden decir menos, y contamos con un cierto alfabeto que es común a todos y que nos permite descifrar todo el sistema de "implicaturas conversacionales" (perdonad que os meta una palabreja filológica) de manera que, al final, nos entendemos. Pero los silencios... Son imprevisibles. Incontrolables. Indescifrables. Los silencios simplemente son y, si puedes y quieres y tienes lo que hay que tener, los interpretas.

Se podría hacer una película de terror a base de habitaciones vacías.

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