miércoles, 26 de abril de 2017

Productividad

Soy una persona altamente productiva. Al menos, eso quiero pensar. Nunca he entregado un trabajo tarde. Nunca me he presentado a (casi, seré sincera) ningún examen sin estudiar. No digo que no a nada, a no ser que me sea absolutamente imposible hacerlo o asistir. Me gusta estar ocupada. Estoy acostumbrada a estudiar, y estudiar mucho, y a la vez tener clases de idiomas, talleres de escritura, voluntariados varios, un blog, tres libros de lectura simultáneos. 

Paradójicamente, también soy una persona bastante vaga. Me cuesta ponerme en marcha, y una vez me pongo a hacer algo lo termino, eso seguro. Pero tengo que ponerme. Y aunque llevo muchos años intentando no hacerlo todo en el último minuto, y lo estoy consiguiendo, sí necesito la presión de una fecha límite, de un compromiso público, de algo externo a mi propio compromiso conmigo misma que me haga hacerlo.

No digo que sea excesivamente sano. Mentalmente, me hace vivir con mucha presión, constantemente. Me hace perderme muchas cosas que me gustaría hacer, por el hecho de haberme comprometido a otras que en el último momento me parecen más importantes. No es sano, pero es lo que hay.

La parte buena es que tengo mis formas de comprometerme, aunque no haya un profesor poniéndome nota ni un jefe pidiéndome resultados. Puedo hacer el reto de los 50 libros al año y que esto me suponga un compromiso equivalente al de una asignatura anual. Puedo comprometerme a hacer tres entradas al mes y, aunque sea en la última semana del mes, escribirlas -y sin embargo, cuando me comprometí a hacer prácticamente una entrada al día en marzo también lo conseguí... Diferentes compromisos, diferente productividad-. Puedo escribirlo en la agenda y que esto me obligue, ante mí misma y ante nadie más, a hacerlo.

Está bien saberlo. Necesito comprometerme. Necesito fechas y objetivos. Necesito algo de presión para acabar de hacer las cosas. Así que, si alguna vez prometo algo... Obligadme a cumplirlo.

miércoles, 5 de abril de 2017

En el momento más pensado

Quizá aquel día hubiese llegado a coger el tren y entrado en casa sin llamar. Podría haberles descubierto en mi cama, ensuciando mis sábanas. Quizá me hubiese divorciado a tiempo. Quizá hubiese aprendido a pescar en Tailandia. Quizá hubiese tenido aquella ansiada aventura sáfica. Quizá hubiese entrado en la red de tráfico de marihuana que sé que hay en mi barrio. Pero tropecé con aquel maldito escalón, perdí el tren, llegué tarde. Veinticinco años con la mosca detrás de la oreja, sabiendo que en cualquier momento pillaría a mi marido con cualquier fulana. Nunca lo hice. Qué desperdicio.