martes, 20 de noviembre de 2012

Marcada


Quién habría dicho que acabaríamos así… Tú, yo, la luna llena y la noche más larga de mi vida. Al principio sólo estaba yo, claro. Tú llegaste después. Aunque llegar es un eufemismo para lo que pasó realmente: tú irrumpiste. Sin preguntar, sin avisar, sin ni siquiera presentarte… Te plantaste en medio de mi vida y le diste la vuelta por completo. No sabía que algo así podía suceder en tan pocas horas, pero lo cierto es que no pareces el tipo de persona que vive despacio. Quizás seas como los viejos rockeros, y sigas su mismo lema: vive deprisa, muere joven y deja un bonito cadáver. Aunque, la verdad, disfrutas tanto de la vida que no creo que tengas valor para abandonarla temprano.
Al principio de esta noche eterna, el sol seguía brillando en el cielo. Cuando salí de casa, con prisas, como siempre, la luz aún jugaba al escondite entre los altísimos edificios. Yo me peinaba con los dedos y me ponía color en los labios. En ese momento, no alcanzaba a imaginar que al final de aquella noche mi vida, y yo misma, sería totalmente diferente.
Todavía no sé qué hiciste, qué dijiste, qué resorte tocaste, para transformarme en una persona completamente nueva. Quizás fuese tu olor, esa mezcla de colonia y chocolate que te hacía parecer recién salido de una pastelería. Quizá esa sonrisa, tan abierta, como si nunca te hubiesen hecho daño. Puede que fuese saber que, después de esa noche, no te volvería a ver. El tener tan poco tiempo para conocerte, para que me conocieses, para dejar una huella en tu vida de la misma magnitud que tu sello en la mía, me cambió.
Estoy marcada. Ahora, cualquiera que me mire sabrá que te conocí. Y que te perdí.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Maestros.

Me gusta, me encanta, el Club de los Poetas Muertos, no porque Robert Sean Leonard esté más monérrimo que en el resto de su carrera, ni porque me encante Robin Williams, ni siquiera por la poesía, aunque claro, Whitman siempre será Whitman. 

Me gusta, igual que Los chicos del coro o La lengua de las mariposas, porque trata de cómo un profesor llegó a una clase para salvarlos del aburrimiento, del titulismo, de la apatía que aplasta el alma y las mentes de aquellos que no saben por qué estudian ni por qué viven. Porque si la carrera de magisterio está tan poco valorada en España es porque somos un país de pandereta, un país de ignorantes. No sabemos, no somos conscientes del tiempo que pasamos en el colegio, en el instituto, en la universidad. No queremos darnos cuenta que, durante esos años vitales en los que se crea todo lo que serás durante el resto de tu vida, pasas más de la mitad del día en el colegio. Adquiriendo conocimientos, claro. Matemáticas, Química, Griego, TICs... Son, como se dice, disciplinas nobles y necesarias para dignificar la vida.

Pero la vida no es digna. La vida es injusta, dura, cruel y maravillosa. Y, aunque nadie puede enseñarnos a vivirla, un buen profesor cuenta con el tiempo, la posición, las infinitas posibilidades, de abrirnos los ojos, de sacudirnos, de pegarle un chispazo a las neuronas y decir, ¡Eh! ¡Estás vivo! ¿No te das cuenta? Tienes dos manos para tocar, dos ojos para ver, piernas que te llevarán a cualquier parte, un cerebro tan nuevo que puedes moldearlo a tu antojo. Puedes ser lo que quieras. Serás joven, pero no eres insignificante. Eres el futuro y, como tal tienes que vivir y sentir.

No comprendo a los profesores que se limitan a dar su asignatura. Los profesores cuyo único afán es demostrar que ellos son más listos, que tienen una especialidad, mientras que tú, pobre estudiante, no sabes nada. No entiendo qué sentido tiene ponerse a educar si te da pereza.

Gracias a Dios, yo he tenido profesores maravillosos, de gritar "¡Oh capitán, mi capitán!" en cada clase. He tenido de los horribles, claro. Pero al final, esos no cuentan. No se les recuerda. Sólo quedan para siempre aquellos que te invitaron a pensar, a emocionarte, a ser persona.

Hay que ser extraordinario para ser no profesor, no catedrático, no experto. Maestro.



¿Cuál será vuestro verso?