Querido año 2014, he de concederte que no has sido el peor año de mi vida. Tampoco el mejor, eso tenlo por seguro. Me han faltado tantas cosas que tardaría menos en decirte lo que no me has quitado.
Pero me has hecho el mejor regalo que, a pesar de todo, podías hacerme. Me has dado trescientos sesenta y cinco días completos, cada uno con sus veinticuatro horas. Me has dado todo ese tiempo para aprender, para crecer, para coger todas las oportunidades de ser más y mejor que se han cruzado en mi camino. No ha sido fácil, pero al fin y al cabo, ¿a quién no le gusta un reto?
Y me has devuelto las letras, las que perdí hace tantos años. Todo un alfabeto que me sale a borbotones cuando menos tiempo tengo que perder, para ganarlo.
Y me has traído Libertad. Y libertad. Libertad, en todos los sentidos.
Me has dejado sola para poder descubrir que, me guste o no -y me gusta-, siempre camino acompañada.
Me has tirado días de llorar y semanas de reír y meses de hacerlo todo junto y, ¿quién se lo hubiese creído si se lo contaran? Por eso hay veces que no bastan las palabras. Aunque nos empeñemos en hablar, porque ha sido también un año de no quedarme callada. Y queda todavía mucho por decir.
Menos mal que vienes tú, 2015. Y, la verdad, no sé si decirte que te comportes o que, venga, vamos a por el más difícil todavía. Enséñame todavía más cosas. Dame la vuelta, que ya no sé dónde quedaba el cielo y dónde el infierno. Empújame hasta el borde, que ya decidiré yo si quiero saltar. Aunque, la verdad, sí quiero. Lo quiero todo y lo quiero ya. Vamos a volar desde cualquier precipicio.
Soy una persona nueva, lista para empezar un año nuevo. Por eso, y a pesar de todo, te despido con cariño, DosMilCatorce. Tanta paz lleves como guerra has dado; pero no te dejes nada por aquí, que de acertar no aprende la gente.
Bienvenido, DosMilQuince. Tengo muchas expectativas puestas en ti.
Se van muriendo uno tras otro como en las películas de náufragos o de aviones estrellados en neveros incógnitos. Sucumbió el portero de fútbol catequístico y el bailarín de valses bajo la luz periódica de un faro y el estudiante que sueña un verano arqueológico en Egipto y el insensato que sufre por unos ojos que eran una sucursal del Cantábrico y el posible profesor de español en Colorado. Ahora está agonizando -es evidente- el aspirante a gran poeta y no vivirá mucho el montañero que conoce por sus nombres
todas las aguas de Belagua y Zuriza. No sé cuáles serán los supervivientes definitivos, los miguel d′ors que lleguen a la última secuencia -que según los antiguos es el paso de un río-, pero le pido al Cielo que en aquel grupo esté, por favor, el muchacho que una tarde, mirándote mirar el escaparate de la librería Quera en la calle Petritxol de Barcelona, empieza a enamorarse de ti como un idiota.
No tengo seguridades. Inseguridades, todas las que pida. Las vendo, las dono, las envuelvo para regalo. ¿Cuántas quiere? Porque las doy gratis. Inseguridades, las que pida. Pero seguridades, no me quedan. Se me han consumido todas, y es que a lo mejor las compré demasiado pronto. Con veinte años no es momento de tener seguridades. Puede que con ochenta tampoco, pero desde luego con veinte no.
No tengo seguridades, y no estoy segura de si caducaron o fueron un timo desde el principio. Estaba segura de saber quién era yo. Cómo puede alguien equivocarse tanto. Estaba segura de saber quiénes eran otras personas. Eso sí que fue un error catastrófico. Tenía seguridades para la casa, el coche, la familia, la vida. Pero ya no me queda ninguna.
Ahora tengo un cajón desastre lleno de todas las identidades que tengo que encajar en mi persona, todos los sueños que tienen que caber en una sola vida, todas las cosas a las que voy a tener que renunciar por todas esas cosas que no quiero ni puedo perder. Tengo armarios llenos de todos los espíritus, pasado, presente, futuro y alternativo, que dice que a ver cuándo le hago caso y empiezo a cambiar mi vida. Tengo pilas de apuntes de todas las lecciones que no se aprenden en clase. Tengo estanterías repletas de todas las opciones posibles y, como con los libros, no sé cuál coger.
Tengo muchas cosas, ya lo ve. Pero no seguridades. Ni para mí, ni para nadie. Puedo mirar en la entretienda pero, ya le aviso, es muy pequeña. No creo que ahí quepa nada tan grande. Así que, lo siento, seguridades de la talla que busca no me quedan. Vuelva después de las rebajas, a lo mejor hemos recibido algo.
La tristeza es como verte atrapado en mitad de una tormenta cuando tienes cosas que hacer. La vida está esperándote, pero en ese momento solo puedes ocuparte de tus libros mojándose y tus pies calados y el pelo pegándose a tu cara y metiéndose en tus ojos. Estás empapada y no parece que vayas a secarte nunca. Y durante todo el tiempo que dure la tormenta, la tormenta será todo en lo que puedas pensar.
Pero la melancolía es como ver llover desde la ventana. Ves el agua, podrías tocarla. Pero no lo haces. Es la oportunidad de disfrutar de la tristeza, de maravillarte ante su absoluta y destructora belleza, sin que ella llegue a ahogarte.
La literatura nos da la oportunidad de explorar todas esas opciones que por ética, por religión, por amor, por odio, por miedo nunca nos atreveríamos a pisar en la vida real. Y ayer yo, que tengo que salir de la habitación si mi padre está leyendo un trabajo mío, me puse encima de un escenario, cogí un micrófono y leí. Hay que dar las gracias a la literatura por estas oportunidades.
Quince minutos en el cementerio
“Tus
manos son mi caricia / mis acordes cotidianos”… tengo que escribir a Laura.
Me encanta este verso, “te quiero porque
tus manos / trabajan por la justicia”. Madre mía, no llego. ¿Qué hora es?
No, claro que no llego. “Te quiero
porque”… ¿Y ahora esto por qué se para? Últimamente el tren va fatal, menuda
porquería. Debería intentar el bus, pero claro, a ver quién es el listo que se
come el atascazo todas las mañanas, porque por mal que vaya el tren… Esto me
pasa por maquillarme y, total, ¿para quién? Para nadie. Esta tarde ni me peino.
Paso. “si te quiero es porque sos”,
no, en serio, ¿cuánto tiempo vamos a estar aquí parados? ¿Dónde estamos? Ni me
había fijado en esta parte de la estación, siempre leyendo… No sabía que aquí
tenían trenes. ¿Esos trenes funcionan? No parece. Tienen veinte, veinticinco
años, por lo menos. No son tan antiguos, simplemente parecen… Cansados. Trenes
cansados y estropeados, con las esquinas desgastadas y redondas… Fíjate, aquel está
lleno de graffitis. ¿Los limpiarán y
volverán a usarlos, o ya se quedan ahí, para siempre? Están de obras, cómo lo
sabía, por eso llevamos aquí diez minutos parados. En este vertedero de trenes.
No, no es un vertedero. Los tienen ahí, a la vista de todos. Como diciendo,
“mirad lo que nos pasa cuando os bajáis y nos quedamos aquí”. Es triste. Es
como… Como un cementerio. ¿Qué me pongo esta tarde? ¿Pantalones? Debería, porque
no estoy depilada y las medias solo tapan hasta cierto punto. Pero qué
pantalones, he ahí la cuestión. ¿Nos movemos? Hoy a primera hora ya no entro.
Total, ya me odia, encima no voy a interrumpir. Mira, mejor, así voy a la
biblioteca. ¿Tendrán el libro ese…? ¿Cómo se llamaba? Igual no debería ir a
clase. Puede que hoy no fuese el día de intentar hacerlo todo, igual debería
haber ido… No, eso sí que hubiese sido un canteo. Hola, qué tal, traigo magdalenas.
No, mira, mejor sigo con mi vida, y esta tarde pues me presento allí, y… y… Y
ya veré lo que hago. ¿Podré coger el coche? ¿Se podrá aparcar? Como llueva no.
Últimamente llueve a todas horas, pero nunca me pilla fuera. Salgo del metro y,
qué gusto, el aire está limpio y huele a tierra mojada, parece que el mundo se
ha dado la vuelta mientras tú estabas ahí abajo, como si en vez de volver a
nacer tú, renaciese la ciudad. Mejor le digo a papá que me lleve. La americana
negra con los pitillos. O el jersey rojo. No, el jersey rojo no, no se puede ir
a un entierro de rojo, aunque te alegres. Qué bestia, cómo voy a alegrarme de
que se haya muerto, vamos, solo faltaba. Una cosa es… Que no, qué bruta puedo
llegar a ser. Total, jersey rojo no. ¿Lloraré? No creo. Igual al verle… Creo
que no voy a entrar. Me quedo en la biblioteca. Aunque si no consigo
concentrarme, mal, pero si me concentro igual es peor. ¿Debería alisarme el
pelo? Quita, que seguro que luego llueve. Debería estar con gente. Sí, mejor.
Me voy con estos, seguro que convenzo a alguien de ir a la cafetería aunque
sea, y voy a no hablar de ello en todo el día. De todas maneras, ¿cómo se puede
explicar algo así? ¿Cómo se explica algo que no entiendes? ¿Quién lo entiende? A
ver si arranca de una vez. Estos trenes muertos son como tumbas de historias. Alguien
ha mirado desde esa ventana igual que yo, preocupado porque llegaba tarde, o
muerta de ilusión porque iba a recoger a su novio al aeropuerto… La gente vive
cosas increíbles en los trenes y cuando dejan de sernos útiles, los dejamos en
cualquier vía y nos olvidamos de ellos, los dejamos donde no molestan, a la
vista de todo el mundo, sin tener ni la decencia de cubrir sus cuerpos
escacharrados. Puede que yo conociese a Micah en uno de esos trenes y que los
esté mirando sin saber que fueron el primer paso en… todo esto. “Lo siento”.
Pero no lo siento. “Siento que esté muerta”. Eso sí lo siento. “Siento que
tengas que pasar por todo esto y que tengas que hacerlo solo”. Más cerca. Lo
siento… Mataría por un café. No, no mataría. Nadie mataría. Pero necesito
mantenerme despierta, porque si me duermo ahora… ¿Cómo de pronto es demasiado
pronto para tomar una cerveza? ¡Fundamentos
neuropsicológicos del lenguaje! Pero no lo van a tener. A no ser que haya
ejemplares que no se prestan. ¿Aquí llega el 3G? No, pero hay cobertura. Qué
raro. ¿Debería llamarle? ¿Y si lo coge su madre? ¿Quién soy? ¿Sabrá quién soy?
¿Cuánto ha contado en casa? No. Mejor directamente en el cementerio. O un
correo. Un correo estaría bien, “¿Cómo estás? Dímelo sinceramente, porque me
estoy volviendo loca, no creo que seas capaz de hacer una cosa así, pero
tiempos desesperados, no puedo mantener un secreto así y…”. No. Un correo
tampoco. Si ahora empezase a llover, quizá se limpiarían los vagones menos
viejos, los que están cubiertos de un polvo que todavía se puede derretir. Y
caerían cataratas de barro por las ventanas como si estuviesen llorando. Ojalá
lloviese y así nadie podría notar que estoy llorando. Aunque el caso es que no
estoy llorando y a lo mejor ya no lloro nunca más. Parece mentira que hace un
par de años no supiese lo bonito que es el acento de Sussex. Y nunca se lo he
dicho. Quizá pueda empezar ahora a decirle todo lo que no le he dicho antes.
Algunas cosas podría ahorrármelas, claro. “No te cases”. “No le regales ese
anillo, es el que me gustaría a mí, no a ella”. “Desde cuándo el amor es un
compromiso y no una promesa, y no te creas que son lo mismo porque…” Pero él lo
sabía. Lo sabía, y por eso… ¿Tendrán el ataúd abierto? ¿O es algo de las
películas americanas? Si lo tienen abierto, ni me acerco. Aunque si lo tienen
abierto es porque se la reconoce, ¿no? Espero que no sufriese, por lo menos. ¿Ella
lo sabía? Espero que no, pero creo que sí. Sí, seguramente sí. Nadie está tan ciego.
Venir para acabar en un hit and run… No
tenía que haber sido así. Nada que empiece así puede acabar bien. Tengo que
regalarle algo. Qué absurdo, ¿no? “Oye, tu novia a la que no querías pero con
la que te ibas a casar ha muerto, toma, un…” ¿Qué? ¿Dos litros de helado? ¿Una
película? ¿Cuál es el protocolo? Imagine
me and you, I do, I think about you day and night, it’s only right…Debería habérsela recomendado antes de
todo esto. Ahora ya… Tengo que comprar ropa interior nueva, la mía está ya
hecha un asco. ¿Qué? ¿Cómo he llegado hasta ahí? Hit and run, sangre, ropa interior, vale. Qué asco. A ver si me
paso por el centro. ¿Sabrá que siempre quedan pruebas? Siempre. Se ha visto
todas las temporadas de CSI, tiene que saberlo. Pero aunque no lo sepa, nadie
lo está investigando, ¿no? Se supone que estaba en Salamanca… Oye, ¿estabas en
Salamanca el día que atropellaron a tu novia justo al lado de tu casa? Nadie
pregunta eso. ¿Cómo se pregunta eso? Pero si no se lo digo yo, ¿quién? Eso, si
no yo, ¿quién? Quién le enseña las librerías de viejo, quién le lleva al Museo
del Prado, quién le invita a sus primeras bravas. Parecía recién llegado de
Marte, no de Inglaterra. Con su nombre de extraterrestre y su sonrisa, tan… Se
lo tendría que decir, sí. ¿Qué has hecho, Micah? ¿Hasta dónde eres capaz de
llegar? “mi amor mi cómplice y todo / y
en la calle codo a codo”. Solo a mí se me ocurre leer a Benedetti en un día
como este. Y encima, no llueve. Quizá es para mejor. Haga lo que haga, alguien
va a salir herido, pero no pensaba que lo decía tan literalmente. Seguramente
no deba ir. Que se vaya con más paz de la que vino, y ya después… Ya después
desenredaremos lo que vamos a hacer. Nunca es demasiado pronto para tomarse una
cerveza. Me la voy a tomar, y luego otras cinco o seis, y luego las que caigan,
y me voy a ir a casa a dormirla porque es lo mejor que puedo hacer. Ni tacones,
ni medias, ni pésames que no sé ni cómo dar. Una borrachera y llorar viendo Imagine Me and You. ¿Qué estoy haciendo?
¿Qué hago metida una hora en un tren para acabar atascada en esta estación
inmensa que se usa también como cementerio de trenes? ¿Qué sentido tenía hoy
salir de la cama? Hoy, o los últimos nueve meses, ya que estamos. ¿Qué estoy
haciendo? ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué has hecho, Micah? Nothing, nothing at all… Ya arrancamos. Por fin. Mira, gotas. Ojalá
el diluvio universal, aquí y ahora, y carreras de agua por la ventana. Para
abajo, para abajo, que aunque todo lo que sube baja, seguramente no todo lo que
baja sube. ¿Qué estoy haciendo? Nothing
at all.
Se hace saber que el miércoles 10 de diciembre (séase, hoy) en la Fnac de Castellana (metro Nuevos Ministerios) una servidora está invitada a leer en el ciclo de relatos Cuéntame un cuento. Me hace una ilusión loca, como ya comprenderán, voy a leer un relato totalmente inédito (menos para mis papás, que son el control de calidad primario) y están todos invitados a verme ponerme muy nerviosa por codearme con otros escritores más dignos, con editores y en fin, con gente del mundillo del que algún día querría formar parte.
Va a estar bien. Se puede presumir de ser personas sabias y cultivadas que van a actos culturales y beben gintonic (porque también hay cafetería, que no nos falte de nada).