miércoles, 13 de septiembre de 2017

Mío, mío y mío

Mi profesor de historia del arte me dijo una vez que apreciar la belleza de algo significaba no querer poseerlo. Me pareció un concepto muy poético y elevado, pero lo cierto es que para mí es todo lo contrario. Cuando veo un cuadro, un vestido o una casa bonita, me encantaría que fuesen míos. Si tuviese el dinero que vale La noche estrellada, puedes apostar todo el que tengas a que lo compraría. No lo escondería en una galería privada como una cerda egoísta, porque también creo que el arte y la belleza deben ser universales. Pero desde luego que querría que fuese mío.

Sin embargo, no creo que algo tenga que ser literalmente tuyo para apreciarlo y cuidarlo como si lo fuese. No entiendo el desprecio a las zonas comunes, el descuido al alquilar una casa o un coche, el desentenderse de la calle o de las áreas naturales solo porque no sean estrictamente de tu propiedad privada. Aunque no sean tuyas, son de alguien, o son de todos, y merecen ser cuidadas por ello. Y en el caso de un apartamento alquilado o del mismísimo planeta, aunque no sea tuyo, estás viviendo en él, ¿qué mejor motivo para cuidarlo?

Lo que me parece más peligroso, e incluso amoral, es que este sentido de pertenencia se extienda a las personas. Hay gente que solo defiende a sus amigos, minorías que solo luchan por los derechos de su propio colectivo, hombres que solo entienden la igualdad de género cuando tienen una hija. Todo importa más cuando te toca de cerca, está claro: mueve más la implicación emocional que la intelectual. No todos podemos luchar activamente por todas las causas. Pero esto no significa que despreciemos los derechos de otros, que ignoremos deliberadamente  las preocupaciones de quien tenemos al lado, simplemente porque no son nuestras.

No voy a ir a casa de un amigo y limpiarle hasta el baño, pero sí voy a ayudarle a recoger la mesa después de comer. No es mi casa, no son mis platos, pero soy un ser humano decente o al menos lo intento, así que no voy a dejar mi basura extendida por el salón. De la misma forma, no soy negra, ni una persona transgénero ni tengo una discapacidad, pero no voy a dejar mi basura extendida sobre estas personas simplemente porque sus problemas no son míos. Dentro de cien años, esta Tierra ya no será mía, pero no quiero dejar un vertedero nuclear a quienes vengan detrás; ni a mis hijos ni a los de los demás.

La pertenencia es buena, pero no es necesaria. Si sabes cuidar lo que es tuyo, también sabes cuidar lo que es de otros. Y sus casas, sus árboles y sus derechos son igual de importantes que los tuyos, aun cuando no ponga tu nombre en ningún contrato.

¿Por qué es tan difícil de entender?

sábado, 2 de septiembre de 2017

Guilty Pleasure

En inglés existe una expresión que antes me gustaba mucho. Guilty pleasure. Placeres culpables. Aquellas cosas que son de baja calidad, que se consumen a escondidas y con algo de vergüenza, porque uno sabe que están por debajo de su refinamiento y capacidad intelectual.

Los best sellers. Las comedias románticas. Las revistas de cotilleo. El número uno de los 40 principales. La comida rápida. La parte más popular y denostada de la cultura, la gastronomía y el arte. La que ciertamente no estimula ni el intelecto ni el buen gusto, sino los placeres más primitivos, los que te hacen chuparte los dedos cubiertos de grasa y juzgar a desconocidos por su celulitis en el último posado playero.

Hace un tiempo que decidí que yo no iba a tener ninguno de estos placeres. Porque cualquier cosa que me produzca placer, y que no haga daño a nadie, no debería acompañarse de culpa. No voy a disculparme por disfrutar de las películas de Marvel, de ciertas comedias románticas, de los musicales o las patatas del McDonald's. Me encantan. Me hacen feliz.

Esto no quiere decir que piense que todas estas cosas son grandes obras de arte. Creo que algunas están infravaloradas, y otras son directamente un tubérculo grasiento que me toca directamente en el centro del placer del cerebro. Obviamente, las obras de Shakespeare y Cervantes, las óperas de Wagner y los platos de cualquier estrella Michelín son objetivamente superiores a este tipo de placeres, y los elegiría en cualquier momento en el que quisiese enriquecer mi alma, mi mente y mi experiencia. 

Quien confunda su gusto personal con la calidad de lo que consume mezcla dos conceptos muy distintos, pero quien no sepa disfrutar de algo que sabe que no tiene una gran calidad se está perdiendo muchas cosas. Y yo me alegro infinitamente de que mi capacidad de análisis, mi formación y mi espíritu crítico no me impida disfrutar, y no sentirme en absoluto culpable, de una tarde viendo musicales.

No permitáis que el placer se convierta en culpa.




PD: Del hecho de que la mayoría de placeres culpables sean elementos de la cultura considerados tradicionalmente "femeninos" como la música pop, la prensa rosa, las novelas románticas o los culebrones, hablaremos en otro momento. Porque no todo va a ser derrotar al patriarcado; a veces, hay que comerse una hamburguesa.