lunes, 22 de mayo de 2017

¿Sería una Criada?

Hace una semana leí —más bien, devoré con verdaderas ansias— la novela de Margaret Atwood, El cuento de la criada, que tanto está dando que hablar a raíz de su adaptación a la televisión. Aunque fue publicado en 1985, es de una preocupante actualidad. Supongo que esto es lo que pasa con todas las distopías, con toda la buena ciencia ficción: que es inmortal —al menos, hasta que es superada por la ciencia—.

Sin entrar en muchos detalles, porque me encantaría que el mayor número posible de gente lo lea o vea la serie, os cuento que cuenta la historia de Defred, una mujer viviendo en una sociedad futura, pero no muy lejana, en la que los roles sociales y especialmente los de las mujeres están rígidamente divididos. Por un grave problema de natalidad, todas las mujeres con capacidad reproductiva han sido nombradas Criadas, pertenecen a un Comandante y debe procrear con él para que, junto a su Esposa, puedan criar al bebé de acuerdo a los ideales ultracatólicos del nuevo régimen.

Es una premisa fantástica y, a pesar de que la novela tiene casi ninguna acción y consiste en una descripción exhaustiva de esta sociedad distópica, tambíen es un libro fantástico. Una gran diferencia con otras distopías que he leído es que la protagonista sí sabe que hay otra sociedad posible, que existe otra forma de vida: el régimen de Gilead ha sido instaurado solo tres años antes del presente de la historia. Defred recuerda a su marido y su hija, recuerda trabajar y tener su propio dinero, la libertad de ser mujer a finales del siglo XX, la lucha feminista en la que estuvo involucrada su madre, los derechos que uno a uno le fueron quitando. Defred conoce las mentiras del régimen y sabe lo que ha perdido. Defred ha sido educada para ser una mujer libre y, sin embargo, es la perfecta Criada.

Leyendo el libro, quería pensar que yo no lo haría. Que no elegiría la esclavitud, el verme reducida a un cuerpo, menos aún, a un útero. Que intentaría escapar, que me rebelaría, que elegiría ser asesinada o enviada a las Colonias (campos de trabajo forzoso) antes que aceptar que me arrebatasen la libertad de elegir, de leer, de hablar, de pensar y de sentir. Pero también sé que es fácil perderse los primeros signos de alarma, que cuesta menos agachar la cabeza y pensar que ya pasará, que no sería la primera ni la única en sucumbir al miedo y pensar que otros vendrían a arreglarlo por mí.

¿Podría convertirme en una Criada? ¿Podría abandonar mi educación y mis principios? ¿A cuánto estaría dispuesta a renunciar a cambio de un poco de seguridad? 

miércoles, 17 de mayo de 2017

La universidad de la calle

Hace una semana que estoy en la calle, captando socios para ACNUR. Así que ya sabéis, si a alguien le interesa, que se pase por Granada y yo le apunto.

Lo malo que tiene la calle es que a veces llueve, a veces hace demasiado calor y siempre tienes que estar de pie mucho rato y te revientas los riñones. Lo bueno es que te enseña muchas cosas. Por ejemplo, que se pilla antes a un mentiroso que a un cojo, o que un viernes a las seis de la tarde hay mucha gente paseando por el centro histórico de Granada con toda la prisa del mundo. 

También te enseña a quién tienes que parar y contarle la de refugiados que necesitan su ayuda —60 millones, por si os lo preguntabais—. Y no hay que parar a la gente que va de compras y no tiene prisa, ni a las señoras con joyas que tienen de sobra para dar 15€ al mes. No hay que parar a la gente que va con una Biblia en la mano y cara de superioridad, aunque sí a las religiosas porque, aunque no puedan colaborar, te escuchan con amabilidad. Hay que parar, preferiblemente, a la gente joven, que a lo mejor está en el paro, que a lo mejor son estudiantes, pero que al menos te escuchan y prometen, con cierta sinceridad, buscarte cuando consigan trabajo.

Te enseña, sobre todo, que la amabilidad nunca está sobrevalorada. Que entre alguien que pasa a tu lado y ni siquiera te contesta, como si no fueses una persona que le está hablando sino un obstáculo muy molesto, y otra que te diga "Lo siento, no te puedo atender, que vaya bien la tarde", no hay un mundo de distancia, hay dos. Ninguna se ha parado, pero mientras que una te deja sintiéndote menos persona, la otra te da fuerzas para seguir haciendo tu trabajo.

Ayer me metí en un casino de la calle en la que estábamos currando, para ir al baño. Y resulta que la camarera también había estado trabajando para ACNUR. Me preguntó por mi equipo, se interesó por cómo me estaba yendo y, sabiendo que estaría cansada y muerta de sed, me dio una botellita de agua fría. Y esta interacción de dos minutos, esa botellita de agua, me salvó la tarde. Porque efectivamente, estaba agotada, física y psicológicamente, y que alguien me tratase con respeto, con amabilidad y hasta con cariño me recordó qué estaba haciendo; vender algo, sí, pero no aspiradoras: solidaridad, ayuda, humanidad.

Sé que los captadores y los relaciones públicas son una plaga, y son molestos. Que cuando vas con prisa, o incluso sin ella, lo último que te apetece es escucharlos. Y no tenéis que hacerlo, es su trabajo conseguir que os paréis. Pero recordad, por lo menos, que la amabilidad nunca, nunca está sobrevalorada.

jueves, 4 de mayo de 2017

El papel de tu vida



Claqueta y acción. Comienza la película de hoy. No te enfrentes al espejo. Maquíllate, maquíllate. Odia tu rostro y mente. Odia tu capacidad para ocultarte, la debilidad de tu silencio. Odia también las curvas que no deberían existir, la voz tan fina y los pechos tan gruesos. Odia lo que debas odiar para mantener tu papel. Odia la falda y los tacones, odia el sujetador que te compró tu madre, odia que te sigan diciendo cómo se comporta una señorita. Odia, y que ese fuego te caliente por dentro para salir al mundo y fingir, un día más, que eres una chica.