jueves, 31 de diciembre de 2015

Mejor bueno por conocer

Querido DosMilQuince: tienes más problemas de personalidad que la mayoría de personas que conozco. Empezaste con todas las ganas de ser un buen año, pero en seguida te desinflaste. Te desinflaste de una manera tan épica, que acabaste metido en la cama sin fuerzas ni para levantarte apenas diez días después de empezar. Pobre. Tenías demasiada presión.

Querido DosMilQuince, no te ofendas pero descartaría unos buenos nueve meses de ti. Nueve meses necesarios para crecer, para evolucionar y para aprender, eso te lo concedo, pero nueve meses prescindibles en casi todo, al fin y al cabo.

Salvaría una cosa de esos primeros nueve meses: los que volvieron a casa por abril, como las flores -mucho mejor que el turrón, ¿verdad?-. Llegaron con la primavera, con tesoros nuevos y maletas llenas de recuerdos, y solo por ellos se salvaría la primera mitad del año. Recuerda mandarles unos bombones como agradecimiento, querido DosMilQuince, porque les debes muchos de los buenos momentos.

Lo cierto es que venías cargado de días importantes, días de los que se recuerdan para siempre. Un par de conciertos épicos. Un reencuentro en el aeropuerto. El punto final a los últimos cuatro años. El punto y seguido a los últimos tres. El primer campamento con una nueva perspectiva. Dos países más. Y una nueva casa.

Porque si empezaste flojo, querido DosMilQuince, acabas por todo lo alto. Menos mal que me fié de ti, aunque la verdad, para octubre estaba a punto de perder la fe. Por suerte, los días es lo que tienen, que te los tiran encima quieras o no, sin consultar tu nivel de confianza ni preparación. Mejor, porque así es como se aprende a nadar: mudándote a una ciudad sin perspectivas de nada, para encontrarlo casi todo. Quién hubiese sabido que en Salamanca se escondía la poesía.

A pesar de todo, hay que agradecértelo, querido DosMilQuince. Porque, como siempre, acabo el año siendo una persona totalmente distinta de la que era hace trescientos sesenta y cinco días. Pero esta vez, estoy segura de que ha sido para mejor. Soy más valiente, soy más feliz, camino con la frente más alta y la sonrisa más amplia de lo que podría haber soñado aquel diez de enero. Gracias, año que se acaba, por darme el tiempo que necesitaba.

Y a ti, DosMilDieciséis, te espero con ganas. Tienes pinta de ir a ser un buen año. Aunque hacia la mitad, hay un muro que no me deja hacer planes más allá. Es lo que tienen las graduaciones, el futuro y no ser vidente: hasta que no tienes un papel con un ¡Bienvenido! en la mano, no sabes hacia dónde estás yendo. Pero a pesar de todo, DosMilDieciséis, llega pronto. Te estoy esperando.

martes, 29 de diciembre de 2015

Reto (casi) (no) (quizá) superado

Es la primera vez en cuatro años que no supero el reto de los cincuenta libros. Miento. Seguramente, el año pasado ni lo superé ni me quedé medianamente cerca. Pero el año pasado, por circunstancias extraordinarias, no cuenta. Así que, a efectos prácticos, este es el año que menos he leído de mi vida.

¿Cómo es ello?

En primer lugar, no estoy segura de haber registrado todos los libros que de hecho he leído. Pero no me ampararé en errores administrativos, si los hubiera. Aunque algunos libros más -teniendo en cuenta que aún estoy a tiempo de leer una obra de teatro y algo de poesía, no me subestiméis- podrían darme un bonito y redondo cincuenta.

Pero creo que el segundo lugar es el verdadero culpable. Salamanca. Y es que esa ciudad, además de dos catedrales, tiene dos cosas muy buenas: una es que voy andando a todas partes y pierdo todo ese tiempo de lectura en el metro que tenía cuando peregrinaba hasta la Autónoma. Otra es que me hace muy feliz. Y aunque la lectura también me hace muy feliz, como dice Iwasaki y alguna otra mente brillante que he conocido estos meses, leemos cuando no tenemos nada mejor que hacer. Estos tres últimos meses he tenido mucho, mucho, mucho que hacer.

A pesar de todo, estoy satisfecha. Porque es el año que menos, pero también que mejor he leído. Si echáis un ojo a la lista, veréis muchas escritoras, muchos libros de cuentos, mucha literatura contemporánea, mucho escritor hispanoamericano. Muchas historias que me han aportado tanto, que me han hecho crecer, que me han hecho pensar y sentir, que me han dado las vidas que yo no voy a poder vivir. Y al fin y al cabo, qué otra cosa puede hacer un buen libro, sino regalar vida.

Así pues, quizá en números este reto no esté superado. Pero yo soy de letras.

Travesura realizada.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Regalos

¿Qué tres cosas has aprendido esta semana?

He aprendido que, igual que las puñaladas, los mejores regalos llegan por la espalda. Por eso hay que dejar de mirar hacia atrás, desconfiado, y abrirse. Abandonarse. Confiar en que todo saldrá bien y este año, bajo el árbol, no habrá carbón.

He aprendido que la poesía es el regalo que me hizo mi padre. La música, el de mi cuñado. Las películas tienen distintas procedencias, todas importantes. Y las noches son el regalo que me ha hecho esta ciudad, con sus nieblas, con sus dudas, con el sí inevitable que llega de madrugada. Soy animal nocturno obligado a vivir de día, y Salamanca me ha devuelto mi hábitat natural.

He aprendido que la confianza es más fácil perderla que ganarla, pero cuando la tienes, hay que agradecerla. Hay que atesorarla. Porque en los caminos de doble vía, la gente suele encontrarse en medio y, por experiencia, en las encrucijadas se cuentan secretos. Qué afortunada soy de poder guardar los tuyos, de dejarte ver aunque solo sea una esquinita de los míos. Qué regalo, poder caminar contigo desde hace tantos años y poder verte crecer.

Y tú, ¿qué has aprendido?

viernes, 11 de diciembre de 2015

Terremotos

Le dediqué hace poco una entrada. No pasa nada, le dedico dos. Ella me ha dedicado a mí los últimos veintidós años. Y nadie más que yo tiene motivos para celebrar su vida.

Porque sin ella, no estaría aquí.

Aquí, en el mundo. Porque apostó por mí cuando nadie hubiese dado un duro, porque tengo la virtud de llegar en el peor momento posible. Pero ella, que le abre las puertas a todo el mundo, me dio la bienvenida como si lo hubiese planeado. Y me lo recuerda cada vez que me llama por mi nombre completo.

Aquí, en Salamanca. Estudiando lo que me hace feliz. Cumpliendo sueños. Inventándome un futuro. Porque sé que ella querría que me fuese, como muy lejos, al otro lado del puente de la Estrella, pero me anima a buscar al otro lado del océano. Porque sé que ella esperaba que estudiase medicina -para ser sincera, yo también-, pero ve cómo me brillan los ojos al hablar de Gabriel. García Márquez, quién va a ser.

Aquí, delante del ordenador, escribiendo. Porque ni un solo momento ha dejado de animarme, de exigirme, de empujarme. Porque sabe lo que valgo y no va a dejarme dar menos, aunque eso implique escucharme hablar durante horas sobre los ciclos migratorios de la mariposa monarca o que mi lista de Reyes se componga exclusivamente de libros. Ella me escucha, ella me consiente todas las rarezas, todos los intereses.

Aquí, sonriendo. Porque no se cansa de decirme que le parezco maravillosa tal y como soy. Y todos necesitamos un poco de esa mirada, la incondicional, la que ella nos regala. A mí, a mis hermanos, a mis sobrinas. A los suyos.

Sin ella no estaría aquí, y un día me parece poco para celebrarla. Para agradecer a todo el que escuche haberla tenido un año más. Para contarle al mundo que si estoy orgullosa de ser mujer, de ser lectora voraz, de ser hija, tía, hermana, sobrina, nieta de otra mujer tan extraordinaria como ella -tendríais que oírla hablar de su mamá, la querríais sin conocerla. Como yo-, es porque ella me ha criado así. Para que los sismógrafos señalen mi paso por el mundo.

Me permitirán los míos, los tuyos, que hable en su nombre, cuando te agradezco poder mirar a nuestro alrededor y vernos. Porque sin ti, ninguno estaríamos aquí. El domingo, mira a tu alrededor y mira lo que has hecho, porque pocos sismógrafos van a registrar semejante terremoto.

Felicidades, mami.


jueves, 10 de diciembre de 2015

Las mujeres del 27

Ayer, empecé una nueva asignatura. Poesía española contemporánea. En ella, vamos a hablar de la vanguardia, es decir, de la Generación del 27. Dejando aparte lo chocante que me pareció considerar los principios del siglo XX como poesía contemporánea, me gustaba el programa. Son escritores que conozco, con los que me siento cómoda, de los que quizá no tenga necesidad de volver a hablar, pero tampoco voy a pasarlo mal por leer de nuevo a Miguel Hernández o Alberti, ¿verdad? Son los grandes. Son la Edad de Plata. Se merecen una lectura, una relectura, una requetelectura.
Ernestina Champourcin

Pero hete aquí que al final del temario, tímidamente, asomaba la cabeza una frase que había oído pocas veces antes: Las mujeres del 27. No las esposas del 27, no Zenobia y todas las que vinieron. No las que tuvieron que quedarse en casa, sirviendo incontables tazas de café mientras sus genios escribían. No las que con su dedicación, su paciencia y su amor tuvieron a bien regalarnos Cien años de soledad, Rayuela o La ciudad y los perros.

Josefina de la Torre
No, no esas mujeres olvidadas, sino las silenciadas. Las que sí escribían, las que llevaban tanta poesía dentro como Salinas o Cernuda, o incluso más, y no fueron incluidas en esta generación de chanchulleros. Se lo dije a mi padre, se lo dije a algunos compañeros: qué extraordinario que nos quieran hablar de estas mujeres de las que nadie habla. Y me encontré con que tantos y tantas creen que no se habla de ellas porque no tenían la misma calidad. No iré a hacer daño y decir que es difícil tener menos calidad -literaria- que Dámaso. Solo diré que, sí, quizá aquello fue cierto en algún momento.

María Teresa León
Siglo XV. Las mujeres son adornos, son donnas angelicatas o brujas, son productoras de bebés. No son lectoras, ni viajeras, ni tienen la posibilidad de vivir, mucho menos de escribir. Se puede decir que las pocas que escribieron no pasaron a los anales de la historia porque tampoco lo merecían, porque no tenían calidad. Venga, te lo compro.

Pero no en este caso. No cuando la Generación del 27 fue inventada, diseñada, como un perfecto mecanismo de ingeniería editorial. No cuando tenemos las voces de esas mujeres, indignadas, reclamando ser tenidas en cuenta. "Mira, tú [Gerardo Diego] nos excluirás, pero yo debajo de la falda llevo un pantalón". Lo estaban gritando y, todavía hoy, nos negamos a escucharlo. Los niños de Juan Ramón se hacían antologías y se citaban entre ellos, libres y felices, mientras ellas tenían que pelearse por un hueco en cualquier revista.

Concha Méndez
La historia se cuenta desde el lado de los vencedores. Por eso los negros no se habían inventado en la Edad Media, si nos creemos las películas. Por eso las mujeres no salieron de la cocina hasta los años 60, por lo menos, si nos creemos los catálogos editoriales. Por eso no puedo esperar a hablar de las mujeres del 27. Porque de Lorca ya ha hablado suficiente gente.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Chispazos

¿Qué tres cosas nuevas has aprendido esta semana?

He aprendido que soy tan transparente como pensaba o a lo mejor más, si en diez páginas hablando de teoría de la literatura se me puede conocer. Y qué bien sienta a veces que te vean así.

He aprendido que hay gente que lee para entender el mundo, y yo escribo. Porque si puedo escribirlo, puedo sobrevivirlo. Si nada me va a salvar de la muerte, que por lo menos un poema me salve de la vida.

He aprendido, o más bien recordado, que soy un nervio al descubierto. Un cable suelto, buscando tierra. Que lo siento todo, y todo a la vez, sin orden ni sentido, sin filtros. Por eso necesito leer, escribir, pasear, estar en silencio, alejarme. Para ponerme la piel, tocar el suelo y ordenarme.

Y tú, ¿qué has aprendido esta semana?

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Slut

Llevaba traje y un reloj caro, estaba pidiendo que le atracasen.

¿Quién le manda aparcar el coche en la calle, de noche? Lo mínimo era que le rajasen las ruedas.

¿Cómo se le ocurre ir allí solo? Es normal que le hayan estafado.

Hay situaciones en las que a nadie se le ocurriría culpar a la víctima. Un robo, un vandalismo. Nadie acusa a los edificios de tener paredes sin vigilar donde se puedan hacer graffitis. Pero sí se pregunta qué ropa llevaba, cuánto había bebido, si volvía sola a casa cuando la asaltaron. No se pregunta cuántas veces llevaba la cartera en ese mismo bolsillo antes de que se la robaran, pero sí con cuántas personas había tenido sexo antes de que la violaran. ¿No lo estaría buscando?

¿Seguro que dijiste no?

Nadie tiene que negarse explícitamente a que le den una paliza. Si alguien aparece en el hospital con dos costillas rotas, lo normal es pensar que no se prestó a ello. Si lo que está roto es su falda, la cosa cambia. ¿Por qué?

¿Por qué es tan fácil creer que a alguien le han dado un tirón y tan difícil aceptar que ha sido forzado a hacer cosas que no quería? ¿Por qué a alguien le roban y se le compadece, pero tras una violación se buscan todos los motivos por los cuales se lo merecía?

¿Por qué es la víctima la que se siente avergonzada, la que lo oculta o lo cuenta a media voz, la que es interrogada, la que debería haber sido más lista, haberse vestido como debía? ¿Por qué la frase es "No vayas sola por la noche" y no "No dañes a otro ser humano"? ¿Por qué enseñamos a las mujeres a no ser violadas, en vez de enseñar a los hombres a no violar?

¿Por qué es ella, su ropa, su comportamiento, lo que ha bebido o por dónde ha caminado el culpable?


Necesito el feminismo para que me conteste estas dudas. Y para que no sea necesario preguntarlas.

No midas el valor de una mujer por su ropa