sábado, 10 de noviembre de 2012

Maestros.

Me gusta, me encanta, el Club de los Poetas Muertos, no porque Robert Sean Leonard esté más monérrimo que en el resto de su carrera, ni porque me encante Robin Williams, ni siquiera por la poesía, aunque claro, Whitman siempre será Whitman. 

Me gusta, igual que Los chicos del coro o La lengua de las mariposas, porque trata de cómo un profesor llegó a una clase para salvarlos del aburrimiento, del titulismo, de la apatía que aplasta el alma y las mentes de aquellos que no saben por qué estudian ni por qué viven. Porque si la carrera de magisterio está tan poco valorada en España es porque somos un país de pandereta, un país de ignorantes. No sabemos, no somos conscientes del tiempo que pasamos en el colegio, en el instituto, en la universidad. No queremos darnos cuenta que, durante esos años vitales en los que se crea todo lo que serás durante el resto de tu vida, pasas más de la mitad del día en el colegio. Adquiriendo conocimientos, claro. Matemáticas, Química, Griego, TICs... Son, como se dice, disciplinas nobles y necesarias para dignificar la vida.

Pero la vida no es digna. La vida es injusta, dura, cruel y maravillosa. Y, aunque nadie puede enseñarnos a vivirla, un buen profesor cuenta con el tiempo, la posición, las infinitas posibilidades, de abrirnos los ojos, de sacudirnos, de pegarle un chispazo a las neuronas y decir, ¡Eh! ¡Estás vivo! ¿No te das cuenta? Tienes dos manos para tocar, dos ojos para ver, piernas que te llevarán a cualquier parte, un cerebro tan nuevo que puedes moldearlo a tu antojo. Puedes ser lo que quieras. Serás joven, pero no eres insignificante. Eres el futuro y, como tal tienes que vivir y sentir.

No comprendo a los profesores que se limitan a dar su asignatura. Los profesores cuyo único afán es demostrar que ellos son más listos, que tienen una especialidad, mientras que tú, pobre estudiante, no sabes nada. No entiendo qué sentido tiene ponerse a educar si te da pereza.

Gracias a Dios, yo he tenido profesores maravillosos, de gritar "¡Oh capitán, mi capitán!" en cada clase. He tenido de los horribles, claro. Pero al final, esos no cuentan. No se les recuerda. Sólo quedan para siempre aquellos que te invitaron a pensar, a emocionarte, a ser persona.

Hay que ser extraordinario para ser no profesor, no catedrático, no experto. Maestro.



¿Cuál será vuestro verso?

1 comentario:

  1. Preciosa entrada. Iba a escribirte un comentario largo, pero opino exactamente lo mismo que tú y no es cuestión de repetirme.

    Solo puedo decir que es maravilloso que haya buenos maestros, que tengamos la suerte de topar con ellos y que seamos capaces de valorarlos.

    Un abrazo

    ResponderEliminar