sábado, 26 de octubre de 2013

GIH20: La lluvia en Madrid

La lluvia en Sevilla será una maravilla, pero lo que es en Madrid... La capital de este nuestro querido país es una ciudad preciosa, llena de personas en su mayoría estupendas -hay de todo, pero aprendiendo a conocernos...- con las que normalmente estoy contenta de convivir. Somos gente maja. Pero ayer leí una de las frases más ciertas que he visto nunca (todos los méritos a @galatea128):


Y es que la lluvia tiene el misterioso y puñetero poder de arrebatarle a una persona todo lo que es suyo.

Lo primero que un madrileño pierde en un día de lluvia es su capacidad de conducir. Y podéis pensar que me refiero a conducir un coche, que es cierto, porque ni siquiera en la más brutal y masiva operación salida encontraréis semejantes atascos, incluso en las calles más diminutas, las de un solo sentido, las peatonales, los callejones donde no caben dos personas a la vez. Atascazo. Pero no sólo. Porque el madrileño medio también pierde la capacidad de conducir un autobús, un metro o incluso un tren de Cercanías. Puede parecer difícil, porque el Cercanías va sobre vías y el Metro es subterraneo. Bajo tierra. Donde no llega la lluvia. Pero es así: si llueve, todo medio de transporte conocido por el hombre irá peor de lo que iba antes. Que ya es mucho decir.

Pero no se quedan ahí. Los habitantes de esta mi bella ciudad, no contentos con abandonar su carnet de conducir, se desprenden muy graciosamente de su carnet de peatón. Y así, nos juntamos con un montón de gente que no sabe a qué altura van los paraguas y, al taparse los ojos, atacan al resto con las varillas -estoy convencida, de forma totalmente involuntaria-; con señoras que, muy preocupadas porque se les moje ese paraguas tan apañaíco, caminan con él abierto pero bajo techado; con jóvenes que se han dejado todas sus prendas impermeables en casa, porque pasan de las banalidades de este mundo, y se cagan en todas las señoras de apañaícos paraguas; niños cabmonísimos que saltan en los charcos para utilizar con propiedad sus katiuskas nuevas... Un jolgorio, una juerga, un frenesí.

Hay que entender que esto viene de la natural dificultad que entraña caminar por la calle, que se multiplica por diez cuando cae agua. Seamos comprensivos. Pero lo que ya es precioso es cuando se olvidan los modales de persona -ya no digo buenos o malos, sólo de persona- en lugares en los que ni cae agua ni hay que moverse. Por ejemplo, el vagón del metro, donde se convierte en una cosa muy normal el abalanzarse sobre los sitios como si desmontasen la mitad de los vagones cuando llueve. O un aula, donde al parecer el mejor sitio para poner el paraguas empapado es un pupitre al azar, preferiblemente uno bien situado, para dejarlo inutilizable para el resto. Gracias, por cierto, queridos compañeros.

Ya lo veis. Poco a poco, el madrileño va dejando de ser un orgulloso habitante de capital para convertirse en una criatura mojada, asustada y fastidiona que ha olvidado cómo ser una persona y sólo tiene una idea en mente: huir del agua. Como si nos diese alergia.

Sabiendo esto, comprenderéis la fiesta que es para mí el otoño. Lo estoy gozando.

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