sábado, 16 de mayo de 2015

Proyecto: un selfie al día

Como supongo que la mayoría de personas jóvenes, durante años he tenido problemas de autoestima. El acné, las gafas, el aparato y el hecho de que durante un tiempo en el instituto se metiesen conmigo por mi aspecto -ya, lo sé, le pasa a mucha gente. No digo que sea una historia extraordinaria, pero es la mía- seguramente no ayudaron. Pero llegó un punto en el que encontraba motivos para estar insegura respecto a prácticamente todo: mi pelo, mis ojos, mi boca, mis brazos, mis pechos, mi cintura, mi cadera, mis muslos, mis pies, mi altura, mi peso... Y esta es solo la parte física. La adolescencia es sin duda alguna una época maravillosa, ¿eh?

Ahora, he llegado a un punto en el que estoy razonablemente contenta con mi aspecto. He aprendido a vestirme, peinarme y maquillarme para sacar partido a lo mejor de mí; he aprendido a comer sano y variado, de manera que mi lucha por alcanzar un peso ideal no es tan encarnizada como llegó a serlo; he aprendido a no solo hacer deporte, sino a disfrutarlo; he aprendido a aceptar que nunca tendré el aspecto que quiero, porque Emma Watson solo hay una y no me ha tocado ser yo. 

Pero sobre todo, he comprendido que no he venido a este mundo a ser guapa. No he venido a ser bonita, no he venido a que me consideren atractiva ni he venido a que me miren. He venido a leer, a escribir, a aprender idiomas, a probar nuevas comidas, a viajar todo lo que pueda, a hacer feliz a mí misma y a otros, a ser buena hija, hermana, tía, amiga, a reír. He venido al mundo a ser una fuerza de la naturaleza, no un objeto decorativo. Así que, sí, está muy bien aprender a sacarme partido y a tener el mejor aspecto posible. 

Pero está todavía mejor saber que ni un gramo de mi valor como persona reside en mi físico. Mi cuerpo no tiene que ser bonito: mis piernas no tienen que ser delgadas, tienen que llevarme a sitios; mi tripa no tiene que ser plana, tiene que digerir los alimentos que me dan energía; mis ojos no tienen que ser grandes, tienen que ver bien. Hay días en los que estaré cansada, en los que tenga granos, en los que no me dé tiempo a maquillarme o lleve una semana encerrada estudiando y parezca un fantasma. Hay días en los que mi vida se reflejará en mi físico de la manera menos atractiva posible, y he decidido celebrarlo. He decidido aceptar esos días en los que estoy más fea, para valorar más aquellos en los que estoy más guapa.

Por ello, y aprovechando que mi amiga Sofía me abrió una cuenta en Instagram que nunca más se usó, voy a empezar un proyecto. A partir de ya, voy a subir un selfie (autofoto) al día. No puedo prometer que no haga veinte fotos intentando encontrar la que más me favorezca, ni tampoco que no las retoque con las escasas herramientas que me ofrece el móvil. Pero sí puedo prometer que esa foto reflejará mi imagen ese día: gafas o lentillas, maquillaje o no, ropa de estar por casa o de salir, tal y como esté. Intentaré subir una foto al día durante al menos un mes, hasta que me vaya de campamento, a no ser que las circunstancias me lo impidan.

Creo que se puede acceder a Instagram aun sin tener cuenta, pero por si acaso la subiré también a Twitter y, a lo mejor, al blog. Tened en cuenta que serán fotos hechas con el móvil, para verse en el móvil, así que para los pros de la fotografía: serán fotos malas y en el ordenador se verán todavía peor. No pasa nada. Mantengamos en mente el objetivo de este proyecto. Y sin más, mi cuenta de Instagram:


No hay comentarios:

Publicar un comentario