Quiero ser madre.
Lo he sabido desde que era muy pequeña. Quizá desde que, con seis años, tuve en brazos por primera vez a un bebé que tenía horas de vida. Era preciosa, era más pequeña de lo que imaginaba que podía ser una persona. Sí, quizá lo sepa desde entonces. Este deseo es tan integral a mi persona, a lo que soy y quiero ser, que no consigo comprender cómo alguien no puede tenerlo. Cómo a alguien no le pueden encantar esos locos bajitos.
Quiero ser madre.

Hay mujeres que no quieren ser madres, ni entonces, ni así, ni nunca. Y nadie debería sentir tanto miedo, nadie debería sentir ese revulsivo que se provoca por todo tu cuerpo cuando sabes que no, que no es esto lo que quieres. Que tu cuerpo está invadido, que ya no es tuyo, ni tu cuerpo ni tu vida, no durante los siguientes dieciocho años, sino para siempre. Yo estoy dispuesta a ceder mi cuerpo y mi vida a otra personita, pero nadie debería hacerlo porque es lo que se supone que tienes que hacer, por el qué dirán, por la presión de la sociedad. Porque tu vida no estará completa sin ser madre.

El Día Internacional de la Mujer sirve para reivindicar todas las cosas que todavía se nos niegan. Pero también para celebrar todo lo que hemos conseguido. Entre otras cosas, la posibilidad de acceder a métodos anticonceptivos, a informarnos e informar sobre ellos públicamente, sin miedo. Falta deshacernos del lastre el estigma, del "cuando seas más mayor querrás hijos", del "te arrepentirás si no los tienes", del "toda mujer quiere ser madre".
No existe el "toda mujer". Somos la mitad de la población: es literalmente imposible que todas las mujeres piensen, sientan, sean o quieran lo mismo. Yo quiero ser madre. Pero muchas otras no lo quieren, y es su derecho reivindicar su vida completa, feliz, plena y sin hijos.
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