domingo, 18 de octubre de 2015

La Dolce Vita

He aprendido mucho en Salamanca esta semana. Aquí pasa una cosa muy rara: como hay clases que duran una semana —por intensas o por aburridas, no voy a aclararlo-, hay días que parecen un mes y, claro, así todo cunde mucho más. Esta intensidad se irá apagando, puede, aunque de momento no tenemos pinta de ir a bajar el ritmo. Y la verdad, no sé si quiero.

Porque he aprendido que a esta vida y a esta carrera se viene a disfrutar. Por difícil que sea, por pocas becas que se concedan, aunque todo esté inventado, enterrada bajo una montaña de cosas por leer. Se viene a ser feliz, o no se viene.

He aprendido que a las siete todavía no ha amanecido, pero la catedral se tiñe de una luz propia.

Y he aprendido que dos chicas unidas dan mucho miedo, incluso cuando no es contra el mundo sino consigo mismas. No me extraña que persigan a los aquelarres, si solo dos mujeres cruzadas de brazos y sonriendo ponían nerviosos a todos los hombres de la sala. Cómo me gusta ser bruja.

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