sábado, 8 de febrero de 2014

Defying Gravity

Tengo una confesión que hacer.

Me gustan los musicales.

Me gustan mucho. Me gustan las películas de Disney, me gusta Annie, Chicago y hasta Pitch Perfect. Me gusta que la gente espontáneamente comience a cantar y a bailar por la calle y que todo el mundo se sepa la coreografía y que al acabar la canción se junten cuatro o cinco voces en armonía.Me enamoré de Sister Act y la veo cada vez que la ponen en la tele. Si 500 Days of Summer me parece una película tan fantástica es, en parte, por la escena en la que Josheph Gordon-Levitt empieza a bailar en el parque. La segunda temporada de American Horror Story es la mejor y, sin duda alguna, The Name Game influye. Jessica Lange es una diosa. Y si estoy enganchada a Glee no es por el argumento. Obviamente. Y no me hagáis hablar de Wicked

Pero me gustan los musicales sobre todo porque pueden hablar de cualquier cosa, y pueden hacerlo de tal manera que no repelan al espectador que no quiere ver desgracias ni que le hablen de las injusticias en el mundo.En Glee se ha hablado del bulling, la homosexualidad, del embarazo adolescente, la bulimia e incluso el suicidio. En la televisión pública americana. A plena luz del día. Chicago habla de un asesinato, del mundo del crimen y de la corrupción judicial. Sister Act, de la mafia y la falta de valores. Wicked es la historia de una revolución, personal y política, el grito de una sola persona que sin más armas que su conciencia se alza contra el régimen.

Y lo cantamos sin darnos cuenta.

Así que sí, confieso, me gustan los musicales. Pero no os atreváis a reíros de mí por eso.


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