martes, 12 de febrero de 2013

GIH18: Obsolescencia programada.

Me confieso: apenas sé cambiar una bombilla, cuanto menos reparar un aparato electrónico de cierta complejidad. Por tanto, creo que queda claro que está fuera de mi alcance comprender los mecanismos físicos, electrónico-mecánicos-jaridemenagüer que hacen posible la obsolescencia programada, es decir, el que un fabricante o un diseñador puedan decidir el momento en el que su producto dejará de funcionar de manera tan irrevocable que será necesario comprar uno nuevo. Lo que sí sé es el mecanismo mental que hace válida esta idea, y el desastre ecológico que esto genera.

El mecanismo mental es simple: dinero. La pérdida sistemática de productos genera consumo, y el consumo genera riqueza, normalmente para el mismo grupito de privilegiados sin escrúpulos de siempre. El desastre ecológico también es simple: un sólo Nokia 282, un ladrillo de los antiguos, es un atentado contra la naturaleza por la gran cantidad de materiales no renovables que se usan en su producción y lo larga y costosa que es su degradación. No puedo, ni quiero, imaginar lo que supondrá un iPhone 5. Y la obsolescencia programada de esta clase de productos sólo hace que la contaminación aumente al 100, 200, 500% de lo que sería necesario. Si es que algo de todo esto es necesario.

He leído en mis apuntes -no me preguntéis cómo podía venir a cuento- que se estaban buscando sistemas planetarios extrasolares, pues esto supondría que este Sistema nuestro y en concreto, claro, la Tierra, no son un hecho aislado, sino que en cualquier otro rincón de la galaxia podrían haberse reproducido las características de nuestro planeta y, por tanto, la vida. Esta información está desfasada, claro, como el libro: actualmente, se conocen 413 sistemas planetarios extrasolares, todavía sin explorar.

Se me ha ocurrido que, a lo mejor, es tan importante que nuestro planeta no sea el único en el que existe la vida, que no somos un hecho aislado, un milagro del Universo, porque sería un consuelo. Porque significaría que no hemos cogido este planeta maravilloso, de cualidades únicas, y lo hemos destruido. Que no hemos devastado la única esperanza de vida que existía. Si hay más planetas, quizá en otro sistema, en otra galaxia, haya unos seres que han sido más inteligentes que nosotros y no la han cagado de esta manera.

Podréis imaginar que, si no entiendo la obsolescencia programada de un teléfono, mucho menos entiendo que nos hayamos permitido el lujo de programar la obsolescencia de la Tierra. Quizá exista vida inteligente ahí fuera. No han intentado contactar con nosotros, y eso ya es un buen indicio. Pero a lo mejor, por muchos planetas que haya, sólo el nuestro ha florecido. Y, durante apenas un suspiro, nos hemos dedicado a pisotear, escupir y salar la tierra que nos sostiene. Somos críos -razón, aquí- y como niños caprichosos nos hemos comportado: hemos vivido el aquí y el ahora, los deseos que nos asaltaban, sin pensar en lo que vendría después.

Hablo en plural, porque yo tampoco me excuso. Tengo un móvil y un ordenador y más cosas de las que necesito. Pero creo que, de vez en cuando, conviene mirar por la ventana y notar que, en lugar de árboles, vemos asfalto.

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