lunes, 8 de enero de 2018

Para el año que empieza

En el año que empieza, quiero vivir más tranquila. Quiero tratarme mejor y ser compasiva, con los demás y con mis propios errores, mis propias inseguridades y limitaciones. Quiero darme ánimos y tratarme bien, para querer estar más conmigo.

En el año que empieza, quiero tener más amor. Cuidar a quien me habita, mirarme en sus ojos y ver a la persona que quiero ser a su lado. Recuperar amigos y relaciones, tener bien cerca a la familia, abrirme a personas nuevas y no dejar que el debo, a veces ni siquiera el quiero, me quite tiempo para amar.

En el año que empieza, quiero dedicar tiempo a lo que me hace feliz. A leer mucho y bien, a descubrir historias nuevas, propias y ajenas, a recorrer rincones distintos, a emocionarme delante de un cuadro y a aprender de cero los sabores. A aprender una lengua nueva y quizá, a recuperar alguna no tan antigua.

En el año que empieza, quiero arriesgar. No sé cuándo, dónde ni de qué manera, pero salir de la zona de confort que se convierte en cárcel si no la abandonas.

El año anterior tenía objetivos concretos, mensurables, palpables, y fallé. Estrepitosamente. No quiero acabar el año con sensación de fracaso, si al fin y al cabo lo que hay que hacer es vivir. Así que este año, no hay fechas ni cifras, no hay listas. Hay solamente la plena intención de cuidarme, de cuidarles, y de ser feliz.

Que el año que empieza me lo permita.

1 comentario:

  1. Nuestro trato habitual con las personas que nos rodean es con frecuencia artificial e indiferente, como un ritual falso y poco sensible. Entre nosotros se erige una muralla insalvable de cosas que nos separan, de prejuicios y malentendidos, que se interponen como verdaderas paredes que nos condenan a la soledad, a esa tumba y oasis que entierra nuestras completas aspiraciones e ilusiones. Todos estamos predestinados a la soledad, tarde o temprano, pero hay quien llega a ella sin premeditarlo, sin que todavía le corresponda porque no la ha elegido, por la desaparición o muerte inesperada de un ser querido, o el abandono del alguien, y entonces es muy duro aceptarla como conviene.

    Por eso hay tanta soledad en la sociedad actual, de personas que son fracasadas y abandonadas, en sus matrimonios y trabajos, que tienen mucho miedo a relacionarse por temor a volver a fracasar, y que intentan reconstruir su vida después de una ruptura sentimental sin conseguirlo, la mayoría de las veces traumática. También existe un cierto pudor para aceptar la soledad, porque es duro de vivir con nosotros mismos solos, no sabemos convivir sin compañía y nos deprimimos, no lo hemos aprendido, ni con los padres ni en la escuela. Por no saber sobrevivir a la rutina, al tedio y a la repetición, por lo que es preciso saber cambiar de costumbres continuamente, aunque se hagan las mismas cosas, es decir, hay que procurar hacerlas de diferente forma y novedosamente. Se puede ser feliz en soledad, pero necesitas tener una inteligencia bastante desarrollada para no dejarse influenciar negativamente.

    La soledad siempre debe ser temporal y transitoria, si puedes, como algo elegido en determinados tiempos y circunstancias, y saber distinguir cuándo es traumáticamente forzosa y cuándo no lo es... Podemos cambiar las relaciones por la soledad en momentos de reflexión, de intropescción, para conocernos más a fondo y para hallarnos sinceramente con nuestra identidad propia. Siempre existe un tiempo para comunicarnos con los demás y otro en el que necesita de la soledad para establecer contacto con lo más profundo de nosotros mismos. Así que debemos de dialogar con nuestros miedos, no podemos ignorarlos ni quedarnos bloqueados por ellos. Por eso es conveniente que en determinadas ocasiones elijamos la soledad, pero que podamos salir de ella cuando queramos. En definitiva, hay que nivelar los tiempos en que comunicarse socialmente, y los momentos en que dedicarse a pensar en plena soledad, y estar con nuestros fantasmas y nuestras propias cosas.

    Una compañía sólo es buena si mejora tu libertad y te da la paz y la tranquilidad que la soledad te ofrece. La compañía no se busca, se encuentra por casualidad, no depende solamente de ti, ni de lo que hagas. ni de lo que digas, ni de lo que ofrezcas, nunca se sabe lo que te deparará el futuro, es una incognita si vas a tener a alguien contigo y las condiciones que te imponga por estar.

    De ahí que al menos unas cuantas veces en la vida, aunque pueda ser doloroso al principio por no saber estar, debemos perdernos en la angustia de la soledad, y experimentarla, aunque sea a veces incierta, pesada y aburrida... Y es así como descubriremos que dependemos completamente de nosotros mismos, para conocer nuestras capacidades potenciales sin influencia nociva de nadie.

    ARTURO KORTÁZAR AZPILIKUETA MARTIKORENA ©

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