No se puede decir que sea una persona atlética. Mi resistencia es escasa, mi coordinación mano-ojo prácticamente nula, hace un par de años que no practico ningún deporte regularmente y en julio me quedé sin aliento persiguiendo a un niño de tres años. Las cosas como son.


Me encanta porque me hace estar agradecida. Porque mi revolución fue decir "no" a la industria cosmética, decir "no" a las tallas de ropa y a los pesos, a las imágenes de perfección inalcanzables y a los bajones de autoestima. Mi revolución fue decidir que mi cuerpo sería un vehículo, solo la realización material de mis deseos; que mis piernas serían transporte y mis brazos ayuda, mi estómago motor y la grasa acumulada, gasolina. Mi revolución fue situar mi valor como persona totalmente fuera del aspecto de mi cuerpo, para poder utilizarlo como un medio y no como un fin, para disfrutarlo y no castigarlo con dietas y con deportes que odiaba, pero quemaban más calorías. Mi revolución fue alimentarme mejor para cuidar mi cuerpo, no para hacerlo más pequeño, y practicar deporte porque puedo, no porque debo.
A veces se me olvida. A veces no me acuerdo de que soy una privilegiada, porque casi todo mi cuerpo funciona como debería, y me lleva a cualquier parte, y le puedo pedir cosas que parecían imposibles. Porque ahora trabajo con él, no contra él, y le cuido y le quiero como parte de mí misma, no como un ente extraño que se me revela. Caminar y asombrarme de la belleza, agotarme, disfrutar, llegar más lejos de lo que hubiese pensado posible, es un privilegio.
Y me encanta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario