viernes, 17 de mayo de 2013

Música

Para algunos, la música es sólo ruido, o algo que poner de fondo mientras cocinas, o lo que te entretiene en un viaje largo. Pero yo tengo la compulsión de acumular recuerdos, y los meto donde puedo: fotos, libros, lugares y, por supuesto, canciones.

Así que Sínkope me sabe a pesto y a una soledad tan infinita como el mundo. Y Fito es como volver a casa después de un día especialmente difícil; un lugar seguro. Marea huele a hierba recién cortada. Extremoduro, a lluvia. Aunque nunca me he drogado, creo que un porro se parece bastante a Nirvana. Better Man, de Pearl Jam, no se ve, porque se escucha en una habitación a oscuras, una y otra vez, durante toda una noche. Pink suena a las tardes de mi adolescencia más difícil, la que estaban llenas de rabia contra el mundo. Boikot es duro y cansado como dormir en la calle un quince de mayo. Los Beatles son todo lo que no viviré. Talco, todo lo que viviré si me atrevo. Serrat es una curva del Duero y los olmos con iniciales grabadas.

Mi vida se basa en asociaciones, en cadenas de causas y consecuencias, en pilas y pilas de sensaciones que no se olvidan y no se atenúan, se acumulan. Escuchar un par de notas y asignarles un recuerdo es para mí automático. Por eso, no os extrañéis si me veis llorar con los cascos puestos. No preguntéis por qué no quiero volver a escuchar una canción, o por qué no puedo parar de reproducir otra. A veces, la misma.

No intentéis entenderlo. Como en tantas otras cosas, en esto soy una contradicción con patas.

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