miércoles, 29 de mayo de 2013

Extenuación.

He de confesarlo: estoy agotada. Extenuada. Tengo sueño todo el rato, me duelen partes del cuerpo que no sabía que podían doler, se me ha quitado hasta el hambre. Sólo me apetece tumbarme en la hierba y aprovechar los segundos de sol que podamos tener antes de la próxima tormenta. (Por cierto, primavera, yo creo que ya, ¿no? Deja el año sabático y ¡haz tu puñetero trabajo!).

Pero no puedo hacerlo. No puedo coger una de esas cervezas que manda la Fnac con sus pedidos a domicilio y convertir el Retiro en la República Independiente de mi Casa, porque tengo que hacer todas esas cosas que dejé para "después de exámenes" y "antes de Cocha". Es decir, que como siempre mis vacaciones están más atareadas que mi curso escolar. Que alguien me explique cómo lo consigo...

Pero esto no es una entrada de queja. Todo lo contrario. Es una acción de gracias. Porque cada agujeta, cada segundo de sueño perdido, cada minuto que paso en el coche corriendo de un lado a otro, significan que estoy viva. Que tengo cosas que hacer, que me ilusionan mis planes, que estoy hasta arriba de obligaciones que yo solita me he buscado porque me importan las personas y los proyectos en los que estoy involucrada.

Sé de muchos de mi clase que, acabados los exámenes, se van a dedicar a ver series, a dormir hasta las dos, a tirarse en la playa y, si hay suerte, a emborracharse y bailar mucho y fuerte. Es muy respetable y, seguramente, no estarán cansados. Pero yo estoy cansada. Gracias a Dios, que estoy cansada. Porque sólo los que están vivos se cansan.

Y ahora, si me disculpáis, me voy corriendo, que todavía tengo regalos que comprar. ¡Agur!

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