martes, 13 de diciembre de 2011

Disyuntivas.

Como filóloga wannabe, os podría largar ahora un rollo bien largo y contundente sobre las oraciones, conjunciones o mierdasenvinagre disyuntivas. Pero como soy buena, simplemente os diré que una disyuntiva es una decisión entre dos cosas. O, más bien, una indecisión.

Hay disyuntivas que son fáciles. ¿Qué quieres para cenar, brocoli o pizza? La elección es evidente; todo niño que respire se tiraría de cabeza a por el brocoli. No, ahora en serio, es fácil elegir cuando una opción es claramente malamalamala, traída directamente de las fumarolas del Infierno, y otra promete gloria y alegría. 

Es más difícil elegir cuando te dicen, ¿qué quieres para cenar, pizza o canelones? *wgraaaaaaaaggggghh* Perdón, me he ahogado por un momento en mis propias babas. Claro, porque cuando te ofrecen gloria y alegría, placer y regocijo, gozo inmundo en ambas opciones, no sabes pa' dónde tirar. Es una elección difícil (para la que yo suelo recurrir al pitopitogorgorito, que al final siempre eliges la opción que no sale... El ser humano es complicado).

Pero lo más difícil es cuando te presentan la siguiente sentencia: ¿Qué quieres para cenar, brocoli o acelguitas al vapor sin rehogar? Mother of God. Por un lado tienes las fumarolas del infierno, y por otro a Satanás sonriéndote. No quieres hacer ninguna de las dos cosas, pero algo tienes que elegir. Porque no te puedes quedar sin cenar. Hay que moverse. Hay que decidir, aunque cueste. Aunque todas tus opciones parezcan una mierda y sepas que las vas a pasar putas sí o sí, hay que elegir.

Y aquí estoy, señores, entre brocoli o acelguitas al vapor sin rehogar. ¿Qué hago? ¿Les echo queso por encima, me quedo sin cenar, o me tapo la nariz y como deprisa?

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