jueves, 19 de marzo de 2015

Quiéreme un poco

Hay gente que no es consciente de sus deudas, de sus influencias, de las personas que cambiaron su vida. Seguramente, yo esté pasando a mucha gente por alto, pero tengo clarísimo que en cuanto a gratitud, tengo la mayor cuenta del mundo abierta con mi padre.


Mi papá, que no solo me presentó a Machado y me enseñó a sentir e interpretar un poema, que no solo me enseñó a leer, sino también a escribir. Porque él es el primero, y a veces el único, que se lee todo lo que escribo, y nunca le importa decirme lo que él cambiaría, lo que no tiene sentido, por dónde tengo que seguir y qué caminos están ya muertos y enterrados; pero tampoco le importa darme un beso y decirme que tengo "la cabeza como un apóstol". Y supongo que será algo bueno, porque me lo dice sonriendo.

Mi papá, a quien me abrazo en los momentos más inoportunos -por ejemplo, cuando está cocinando-, y nunca sabes si te va a abrazar también o te va a hacer cosquillas. Y le grito mucho por eso, pero en el fondo le da emoción a mi vida. Tampoco sabe darte la mano sin pegar un apretón y dejarte los anillos tatuados en los dedos, pero es parte de ser quien es.

Mi papá, que a pesar de todo lo que sabe, no se cansa de aprender, y a pesar de todos los años como profesor que lleva encima, no se cansa de enseñar. Qué poco sabría yo del románico sin él. Qué ignorante sería, si no supiese que la curiosidad es una de mis mejores cualidades y que nunca, nunca, debo dejar de ejercitarla; y ya sabéis quién me enseñó eso también.

Mi papá, que nunca deja de exigirte. Siempre se puede leer más, escribir mejor, practicar con la guitarra más horas, hacer un bizcocho más sabroso y hablar un inglés más exquisito. Me faltan horas al día para ser todo lo que mi papá espera de mí, pero sé que es porque me ve más grande de lo que realmente soy y piensa de verdad que yo puedo con todo.

Mi papá, que me deja en herencia su cuadro de Machado y su inmensa biblioteca, aunque diga tantas veces que no me leo lo que él me recomienda. Pero entonces, ¿qué hago estudiando lo que estudio, si no es por ti? Mi papá a veces se pone un poco tonto, pero yo le quiero igual.

Mi papá, que me llevaba al museo del Prado todos los domingos de mi infancia. Por él me gusta el arte, por él me gusta Italia, por él me gusta la mitología griega y el ambiente casi sagrado que se crea en los buenos museos. Por él me gusta el silencio y hablar poco, que los dos somos más de decir una maldad y que el resto nos entiendan.

Mi papá, que me llevó a París, a Florencia, a Venecia, a Granada, a Salamanca, a Barcelona, a Colliure. Que me enseñó a disfrutar de lo propio y de lo ajeno y, aunque sea ciudadana del mundo -qué expresión más horrorosa-, no me olvido que soy castellana, es más, que soy de Ávila. Y dónde habréis visto murallas más bonitas.


Mi papá, que me enseñó a cocinar y me pide bizcochos siempre que puede, mi papá que me hace las fotos más bonitas del mundo, mi papá que me decía que no estoy guapa, soy guapa, mi papá que es el hombre de mi vida. Mi papá, en fin, que a lo mejor a vosotros no os parece una maravilla, pero lo es. Por fortuna, vosotros tenéis el vuestro, y yo al mío lo comparto solo con dos personas y nos toca una buena ración a cada uno. Y menos mal que le tenemos.

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