miércoles, 19 de junio de 2013

Toma de contacto

Hora local: 7:25 am
Hora española: le sumáis seis, que yo soy de letras vaga.

Aterriza en el diminuto aeropuerto de Cochabamba un avión cochambroso que suena a "Me voy a partir en dos según toque tierra" y una agotadísima yo desciende. Y diez minutos y una batalla perdida contra cuatro maletas después, se hicieron las lágrimas. De emoción, por supuesto. Todo bueno. Es lo que pasa cuando llevas año y medio sin ver a cuatro personas: que te llegan todas de golpe, y colapsas.

Las primeras veinticuatro horas fueron así, colapsantes: todo abrazos, abrir maletas, descubrir regalos, descubrir la casa, descubrir un trocito de ciudad (poca, de momento), redescubrirnos. Las segundas veinticuatro, exceptuando el abrir maletas... También.

Cochabamba es una ciudad boliviana. Por tanto, ya os podéis imaginar que no es rica. Vista desde el aire, parece un pueblo que se extiende y se extiende, hasta llenar todo un valle. Es, además, una de las ciudades con más desigualdad económica del mundo: te puedes encontrar, al lado de una cholita y su bebé pidiendo en la calle, un coche de 50 000€. Es una cultura, un ritmo de vida, completamente distinto.

Necesitaré tiempo para conocerlo un poquito y poderlo contarlo bien. De momento, os dejo palabras que os deberán ser familiares: para salir a la calle, uno se pone la chompa (no la chaqueta); de camino a la escuela, puedes tomar un choripan o unas salchipapas; en la clase de pastelería, puedes hacer un queque muy sabroso y, si lo rellenas de chocolate o dulce de leche, se convierte en una torta de cumpleaños la mar de decente; para comprar prácticamente cualquier cosa, puedes ir a la Cancha; y para llegar allí, se toma el trufi;  no se dice "¿Vale?", se dice "¿Ya?"... Y sobre todo, no se quiere mucho: se quiere harto. Harto, harto, harto.

Sé que es poco lo que de momento tengo que contaros. Pero, ya sabéis lo que dicen: mejor calidad que cantidad. 

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