viernes, 3 de junio de 2011

Graduada.

Vale. Pues me he graduado. Me he puesto un vestido bonito, me he subido a unos tacones, me he maquillado y me he alisado el pelo. He ido al colegio y he escuchado hablar a mis compañeros y profesores de lo bien que lo hemos pasado estos años, de cuándo hemos aprendido y los buenos recuerdos que nos llevaremos. He recorrido el "patio" del colegio por última vez, le he presentado a mis papás a mi profe de latín, he hecho el capullo con la gente. He ido a cenar con mis amigas. He ido a un local por el que he pagado demasiado, he bebido garrafón, he bailado chundachunda del malo y del peor, he asistido anonadada a todos los líos, rollos, errores y relaciones que surgieron en esas cinco horas, he vuelto a casa en taxi a las cinco y media de la mañana agotada de todas las maneras posibles.

Me he graduado. Y no he sentido nada.

Puede que porque yo ya estaba desahuciada de ese sitio hace ya bastante tiempo. Puede que porque no me he despedido de nada realmente importante. Puede que porque Selectividad es una amenaza mucho más grande que el irme de un colegio que nunca ha sido realmente mío. Puede que sea una insensible de mierda como mis amigas no se cansan de repetirme.

Pero seguramente sea porque, a pesar de los buenísimos y malísimos recuerdos que guardaré de este lugar y de tener que agradecerle las mejores personas que hay en mi vida, lo que me espera es mucho más prometedor que todo lo que dejo atrás. Y por primera vez en mi vida, lo veo así. Tengo confianza en el futuro, en lo desconocido, en lo nuevo.

Por eso, me he graduado y no he sentido nada.

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