Hay veces que piensas en un libro que leíste hace años, de pequeño, y sorprendentemente te acuerdas como si lo hubieses leído ayer. A mí me pasa más a menudo que a la mayoría, porque seguido leyendo algunos de esos libros hasta ayer mismo. Uno de ellos es Harry Potter. El otro día me di cuenta, con esta clarividencia absurda que te dan los años, de que Harry tenía catorce años cuando se enfrentó (y venció) a un colacuerno húngaro. Y pensé: "Ni de coña podría haberme enfrentado yo a un dragón con esa edad. ¡Si era una cría!".
Y entonces veo a mi sobrina María. La mayor. Cuando me dijeron que iba a nacer, yo tenía cinco años. Me acuerdo de que mi hermana y yo compramos pasteles y fuimos a casa de mi hermano a celebrarlo los tres juntos. Y yo no quería ser tía, porque qué absurdidad es esta de ser tía con seis años. "Yo seré su amiga", decía.Y nació y fui su admiradora más fiel -es el primer bebé que recuerdo oler, ¡y qué bien olía! Y tumbarme en la cama de mis padres, donde dormía la siesta ella, simplemente a oírla respirar. Me cabía en una mano, y eso que yo también era un mico-, su cuentacuentos, quien le enseñó a bailar el aserejé y, cuando apenas había aprendido a sostenerse en dos ruedas, la subía a la parte de atrás de la bici y nos íbamos por el patio de la casa de verano, a matarnos.
Mi sobrina María. La mayor. Que en unas horas se va a Bolivia. Por segunda vez. Ha vivido más, y mejor, de lo que había vivido yo a su edad. Sabe más de compasión, de compañerismo, de amistad, de amor, de lo que ni yo ni nadie podríamos haberle enseñado. Y no sabéis cómo dibuja. Si un día escribiese un cuento digno de ser publicado, querría que lo ilustrase ella. Y qué guapa. Hemos crecido casi juntas, pero no puedo evitar asombrarme cada vez que veo lo mayor -y lo alta...- que se ha puesto.
Ahora veo a María, y creo que, aunque tenga catorce años, ella sí podría enfrentarse (y vencer) a cuantos dragones se le pongan por delante.
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