Me dijeron hace poco -como si yo no viviese en el mundo- que al hablar de la familia hay que tener mucho cuidado, porque hay muchas familias distintas. Familias monoparentales, familias con padres divorciados, con hermanos de distintos padres, con tutores y no padres. Hay incluso familias que no están emparentadas. Familias las hay de todas las formas y tamaños y ninguna es mejor ni peor que otra. Todas son distintas. Aunque sean dos padres, tres hermanos y una casa en Moratalaz.
Pero hay algo que todas tienen en común: un sentimiento. Familia es hogar. Es hablar de tus cosas sabiendo que, aunque a nadie le interese, te están escuchando. Es aceptación, entrega. Es dolor también, a veces. Al fin y al cabo, cuanto más te importa alguien, más te duele. Es incondicionalidad.
Por lo menos, en mi familia nunca se nos ha puesto condiciones. Se nos ha dado alas y posibilidades, se nos ha dado armas para enfrentarnos al mundo y suavidades para amarlo. Se nos ha facilitado la vida hasta donde era sano. Y se nos ha querido más allá de lo que era recomendable. Pero quién le va a decir que no a mis padres.
Familias hay muchas y, como os digo, algunas ni siquiera están emparentadas. Pero siempre encuentras la tuya.
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