Hay un Duende por ahí que todos los años muere contenta, porque resucita. Y a mí, que antes me costaba renunciar a tantas cosas, me ha contagiado esa alegría. La de despertarse un día y estar nuevo, la de renunciar a todo lo que tira de ti hacia abajo. La de resucitar.
No sé cómo estaré a estas alturas. Diez días de campamento dan para mucho, algún lector ya lo sabe. Seguramente habré muerto muchas veces. Pero espero haber resucitado. Haberme vuelto a reír, haberme levantado con ánimo y corrido al principio de la marcha. No se puede estar contento todo el rato. Es más, dice la gente que es muy sano llorar de vez en cuando. Estoy de acuerdo.
Lo importante no es estar contento. Es ser feliz. Estar satisfecho. Nunca va a ser todo perfecto, no está en nuestra naturaleza aceptar las cosas como vienen. El ser humano es el único animal que, en vez de adaptarse al medio, adapta el medio a sí mismo. Pero, por llevar la contraria, podemos mirar alrededor y decir: sí. Voy por buen camino. Esto es lo que quiero, o se acerca lo suficiente. Voy a seguir por aquí.
He tardado mucho en llegar a esta conclusión, no os creáis que es fácil. La mayoría de días se me olvida. Por suerte, siempre nos queda julio para recordar que, aun sin tantas cosas que necesitamos normalmente -a saber, un libro, un trocito de chocolate, dormir ocho horas al día...- se puede ser feliz. Que a lo mejor la felicidad no es otra cosa que ver amanecer en el campo y despertar a tus niños al ritmo de Clavelitos. Que somos personas muy simples, aunque busquemos siempre lo más complicado.
Me quedan pocos días de Paraíso. Hoy voy a sonreír.
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