Hoy se estrena la versión "más vivos que nunca" de La Bella y la Bestia.
Algunos se estarán meando en las bragas de emoción porque les encanta ver un clásico de su infancia reconvertido en lo que tiene toda la pinta de ser un peliculón. Pero muchos cogerán su fobia a las princesas Disney y enarbolarán sus carteles feministas al grito de "mimimi síndrome de Estocolmo", "mimimi mujer frágil", "mimimi cambia para agradar a tu hombre". Y ya no me quiero meter con "mimimi Emma Watson ha enseñado las tetas y no puede ser feminista" porque ya se ha explicado ella solita y lo ha hecho la mar de bien.
Personalmente, me muero de ganas por ver esta película. Como niña que creció con la nariz metida en un libro, me gustaban otras niñas así. Hermione Granger, Matilda, Bella... Mujeres que valoraban las aventuras y las enseñanzas de la ficción, que vivían mi mayor afición como una maravillosa forma de estar en el mundo, que convertían un motivo de burla en el núcleo de su heroicidad. Que me hacían sentir que no estaba sola, que no era tan diferente y que, si lo era, no tenía por qué significar algo malo.
Bella es una mujer que, a diferencia del resto de princesas clásicas, lee. Que aprende. Que quiere viajar y vivir aventuras por su cuenta.
Además, Bella es una mujer que rechaza a Gastón, el hombre más guapo del pueblo, porque es un chulo arrogante y pagado de sí mismo, que solo la quiere a su lado para hacer bonito. Le rechaza con firmeza una y otra vez, a pesar de su amabilidad innata, y no se deja amilanar por su comportamiento de chulo-playa que no consigue engañarla.
Bella es una mujer que no solo no espera a ser salvada por ningún hombre, sino que se lanza al rescate de su padre y se ofrece a ser encarcelada en su lugar, pues sabe que ella sí será lo suficientemente fuerte para sobrevivir. Que se enfrenta a una manada de lobos armada solo con un palo. Que defiende a Bestia frente a todos los aldeanos y lucha por lo que cree correcto.
Bella es una mujer que no acepta las invitaciones de Bestia mientras él es un bruto, maleducado y zafio que solo la quiere, como Gastón, para hacer bonito a su lado, para limpiarle la casa y para aguantar sus ataques de ira. Bella solo acepta cenar con él una vez él cambia su comportamiento, la respeta, conoce sus gustos y le regala su librería como forma de pedir perdón y de valorar sus intereses, esos intereses que van más allá de los de cualquier hombre. Bella no adopta el comportamiento de su secuestrador, síntoma de un Síndrome de Estocolmo, sino que le exige a él que cambie: solo una vez Bestia ha comprendido que no puede comportarse como un elefante en una cacharrería, y que ella no es un "mueble" más en su palacio, ella empieza también a respetarle, conocerle, comprenderle y, finalmente, quererle.
Bella es una mujer que se enamora al ritmo de una canción que habla de que la belleza está en el interior. Es una mujer que ha sido rechazada por sus vecinos, y que defiende a Bestia del miedo irracional de estos. Que se acerca al excluido y comprende lo que hay por debajo de una superficie aterradora. Y qué importante es esto para esos colectivos que se mueven por los límites
.
Bella es una mujer fuerte, inteligente, que tiene intereses propios, que lucha por lo que es correcto, que no solo es amable con los demás sino que espera que ellos también lo sean con ella y que se niega a comprometerse con un hombre que no la ama por lo que es sino por su aspecto.
Y todo esto lo hacía antes de que Emma Watson metiese mano. Al parecer, en esta nueva entrega Bella es inventora, no utiliza corsé y se sube al caballo con botas de montar y la cabeza más alta que nunca. Y si los feministas mimimi tienen algo que objetar, me gustaría saber qué película están viendo.
Yo ya estoy de camino al cine.
No hay comentarios:
Publicar un comentario