Hay algo que no es difícil aprender sobre mí, y es que vivo agobiá. No soy capaz de tomarme 24 horas sabáticas y dedicarlas a no hacer nada, porque para mí incluso no hacer nada significa hacer algo. Y si pueden ser dos algos, mejor. Y si ya son tres, ni te cuento.
Sí. Vivo agobiá.
Antes vivía en un agobio insano, sin embargo. En el de correr e ir con prisas y no tener tiempo para pensar en la suerte que tienes de poder hacer todas esas cosas, porque sólo puedes hacerlas y desear tener tiempo para no hacer nada. Tiempo que, ya sabéis, dedicaría a hacer algo.
Pero existe el agobio sano. En el que, además de hacer mil cosas e ir corriendo a todas partes, lo disfrutas. Puede que tengas que llegar corriendo a una comida con amigos y marcharte corriendo también, pero la hora que pasas con ellos es de felicidad. Puede que llegues de un viaje a las cinco de la mañana y a las siete tengas que irte a currar, pero ambas cosas, el viaje y el curro, son todo lo que necesitas para mantenerte en pie. Nada de sueño ni de café, eso es de flojos y de cobardes.
Vivo agobiá. Pero, puestos a agobiarse... Disfrutemos del camino.
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