viernes, 7 de junio de 2013

Ya tengo los billetes.



Tengo mi billete para el gran viaje,
el que tiene las mejores vistas.
Tiene montañas, tiene ríos,
tiene vistas que dan escalofríos,
pero seguro que sería mejor contigo.

Todos los viajes son promesa de algo. Son la puerta a lo desconocido, la excitación de lo nuevo, lo exótico, lo interesante. Para mí, un viaje es promesa de días buenos. Me gustan los despegues porque parece que, con esa sacudida en el estómago, dejas en tierra todas las preocupaciones, las dobles intenciones, las miradas de reojos. Dejas todo lo que no quieres llevarte que, normalmente, es todo.

Los viajes son mejores con gente. Porque así no tienes que orientarte siempre tú, y puedes adormilarte sin peligro, y si te pones a gritar de emoción porque "eso lo he dado en historia del arte", puedes agarrar a alguien del brazo como si se lo estuvieses contando y  no pareces tan desequilibrada.

Pero en una semana emprendo viaje. Sola. No voy a encontrar lo desconocido: voy a buscar lo que me falta desde hace año y medio. Están rodeados de cosas nuevas y radicalmente diferentes a mi realidad, pero ellos son los mismos. Y por eso, siento que voy a casa. Y por eso, no me asusta viajar sola.

Aun así, me queda sitio en alguna maleta o, si no, en el recuerdo. Si queréis, os llevo conmigo.

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