Ya os he hablado más veces del Hogar Creamos: donde vivía Santi, donde irá el dinero de la Marcha Reto del Montserrat... La semana pasada fui por primera vez al Hogar. Después de tanto oír hablar de ellos, de tantas fotos e incluso alguna llamada de Skype, por fin estaba allí.
Podrías pensar que lo que más impresiona es la habitación de los bebés, donde hay unas ocho cunas con sus respectivos bebés, todos recién despertados de la siesta, blanditos y llorones, esperando a que una de sus mamitas les cambie el pañal. O quizá Carla, que llegó con quemaduras en brazos y cabeza y todavía tiene que llevar una especie de máscara protectora que le oculta toda la cara. O que a la hora de la cena todos, incluso casi los más bebés, tengan que comer solitos porque no hay manos para tanta boca.
Pero no. Para mí, lo que se me grabó fue que, una vez me cogieron confianza, me oyeron llamarles por su nombre (dieciséis nombres en un día son muchos, por cierto) y querían jugar conmigo, me llamaban mamá. Igual que a todas sus cuidadoras. No saben lo que significa esa palabra, no saben que mamá sólo hay una. Así que tienen cuatro o cinco.
Aunque, por otra parte... Mejor que no tener ninguna.
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