Querido DosMilQuince: tienes más problemas de personalidad que la mayoría de personas que conozco. Empezaste con todas las ganas de ser un buen año, pero en seguida te desinflaste. Te desinflaste de una manera tan épica, que acabaste metido en la cama sin fuerzas ni para levantarte apenas diez días después de empezar. Pobre. Tenías demasiada presión.
Querido DosMilQuince, no te ofendas pero descartaría unos buenos nueve meses de ti. Nueve meses necesarios para crecer, para evolucionar y para aprender, eso te lo concedo, pero nueve meses prescindibles en casi todo, al fin y al cabo.
Salvaría una cosa de esos primeros nueve meses: los que volvieron a casa por abril, como las flores -mucho mejor que el turrón, ¿verdad?-. Llegaron con la primavera, con tesoros nuevos y maletas llenas de recuerdos, y solo por ellos se salvaría la primera mitad del año. Recuerda mandarles unos bombones como agradecimiento, querido DosMilQuince, porque les debes muchos de los buenos momentos.
Lo cierto es que venías cargado de días importantes, días de los que se recuerdan para siempre. Un par de conciertos épicos. Un reencuentro en el aeropuerto. El punto final a los últimos cuatro años. El punto y seguido a los últimos tres. El primer campamento con una nueva perspectiva. Dos países más. Y una nueva casa.
Porque si empezaste flojo, querido DosMilQuince, acabas por todo lo alto. Menos mal que me fié de ti, aunque la verdad, para octubre estaba a punto de perder la fe. Por suerte, los días es lo que tienen, que te los tiran encima quieras o no, sin consultar tu nivel de confianza ni preparación. Mejor, porque así es como se aprende a nadar: mudándote a una ciudad sin perspectivas de nada, para encontrarlo casi todo. Quién hubiese sabido que en Salamanca se escondía la poesía.
A pesar de todo, hay que agradecértelo, querido DosMilQuince. Porque, como siempre, acabo el año siendo una persona totalmente distinta de la que era hace trescientos sesenta y cinco días. Pero esta vez, estoy segura de que ha sido para mejor. Soy más valiente, soy más feliz, camino con la frente más alta y la sonrisa más amplia de lo que podría haber soñado aquel diez de enero. Gracias, año que se acaba, por darme el tiempo que necesitaba.
Y a ti, DosMilDieciséis, te espero con ganas. Tienes pinta de ir a ser un buen año. Aunque hacia la mitad, hay un muro que no me deja hacer planes más allá. Es lo que tienen las graduaciones, el futuro y no ser vidente: hasta que no tienes un papel con un ¡Bienvenido! en la mano, no sabes hacia dónde estás yendo. Pero a pesar de todo, DosMilDieciséis, llega pronto. Te estoy esperando.
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