¿A qué huelen los sueños? ¿A qué huele la risa? ¿Y la música? ¿A qué huelen las nubes? ¿Por qué los anuncios de compresa son una fiesta de ropa blanca, chicas felices y frases que hablan de cualquier cosa menos de la menstruación? Porque sé que hay otras experiencias, y afortunadas vosotras que no sufrís mensualmente, pero yo en esos días no pienso bailar zumba, por muy fino y seguro que sea mi salvaslip. En esos días, voy a comer chocolate y otros caprichos, voy a tomar muchos analgésicos y voy a tener que lidiar con mi cuerpo retorciéndose y torturándome para expulsar unos cien mililitros de sangre y tejido endometrial.
No, no os vayáis, que a mí tampoco me apetece escribir muchos más detalles escabrosos. Pero el caso es que es un proceso doloroso, agotador física y emocionalmente que tengo que sufrir cada mes y que además, es bastante caro. Y del que, encima, no puedo hablar con tanta libertad y detalles gráficos como me apetezca, cuando me apetezca y con quien me apetezca, porque Dios prevenga que un hombre me vea como un ser humano real.
Cuando estaba en segundo de secundaria, una mujer vino a darnos una charla de "educación sexual" que acabó siendo una campaña de Ausonia. No me acuerdo de nada, excepto de que pidió que uno de mis compañeros pasara al frente de la clase, le hizo levantar la mano como para jurar decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad y, sin avisarle, le pego una compresa -limpia, obviamente- en la palma de la mano. Por su cara, estuve a un minuto de presenciar un síncope. ¡Una compresa! ¡Un producto exclusivamente para mujeres, en mi mano! ¡Sacrilegio!
Yo ya llevaba unos años lidiando con estos productos demoníacos, así que su reacción me resultó la mar de divertida. Dejé de reírme cuando me di cuenta de que cada mes, durante una semana, tenía que hacer malabares en cada recreo para sacar una compresa de la mochila, metérmela en el bolsillo y conseguir llegar al baño sin que nadie viese la vergonzosa prueba del delito. Cada mes, durante una semana, tenía que superar los dolores de cabeza, los calambres, el agotamiento, el mal humor, los ataques de llanto involuntario, el hambre terrible, los bajones de tensión, y seguir con mi vida como si mi cuerpo no estuviese expulsando mis órganos internos. Cada mes, durante una semana, tenía que fingir que un proceso natural y absolutamente necesario para la perpetuación de la especie no estaba ocurriendo.
Así que, anuncios de compresas, permitidme que os odie. Porque además de transmitir una imagen idílica en la que el único impedimento para irme a la playa es que se me pueda salir el hilo del tampón, vuestros mejores argumentos para venderme vuestros productos es que no se notan, que no se ven. Que nadie va a notar nada. ¿Sabéis qué? Que no. Que me vendáis cosas baratas, cosas cómodas, cosas que vayan a durar más de una hora. Dejad de venderme que mis procesos vitales no tienen que notarse porque son femeninos. Porque nadie me ha ahorrado un solo detalle de las fiestas hormonales de mis compañeros, especialmente de sus "actividades lúdicas en solitario". Ni un solo detalle, ni un solo momento ha dejado de gritarse en mitad de un aula llena de mujeres. Y mientras tanto, nosotras llevamos demasiados años fingiendo que no vamos al baño, que no eructamos, que no practicamos las mismas "actividades lúdicas", y cada mes, durante una semana, que no tenemos la regla.
Necesito el feminismo porque ninguna niña, ninguna persona que menstrúe, debería sentir una sola vez que algo que le está pasando a su cuerpo no es normal, es sucio, es vergonzoso, es un secreto.
Así que perdóname, Evax, si no me interesa ni por lo más remoto a qué huelen las nubes.
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