He aprendido mucho en Salamanca esta semana. Aquí pasa una
cosa muy rara: como hay clases que duran una semana —por intensas o por
aburridas, no voy a aclararlo-, hay días que parecen un mes y, claro, así todo
cunde mucho más. Esta intensidad se irá apagando, puede, aunque de momento no
tenemos pinta de ir a bajar el ritmo. Y la verdad, no sé si quiero.
Porque he aprendido que a esta vida y a esta carrera se
viene a disfrutar. Por difícil que sea, por pocas becas que se concedan, aunque
todo esté inventado, enterrada bajo una montaña de cosas por leer. Se viene a
ser feliz, o no se viene.
He aprendido que a las siete todavía no ha amanecido, pero
la catedral se tiñe de una luz propia.
Y he aprendido que dos chicas unidas dan mucho miedo,
incluso cuando no es contra el mundo sino consigo mismas. No me extraña que persigan a los aquelarres, si solo dos mujeres cruzadas de brazos y sonriendo ponían nerviosos a todos los hombres de la sala. Cómo me gusta ser bruja.
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