Llega un momento en la vida en el que descubres que, casi siempre, hay dos maneras de hacer las cosas. Dos opciones, dos caminos, dos elecciones posibles.
Pero también descubres que, normalmente, la más fácil no es ni la más divertida, ni la más satisfactoria, ni la que más caminos nuevos abre. La más fácil suele ser la renuncia, la pereza, el "ya lo hará otro", el miedo. La más fácil suele ser la derrota, así que la opción más fácil suele traer consigo el sufrimiento. Es sorprendente descubrir que, intentando evitar el dolor y las complicaciones, sólo consigues dos tazas.
En cambio, la opción difícil suele venir, primero, con un quebradero de cabeza. La obligación de pensar, de salirse del camino marcado y de lanzarse a lo desconocido. Después, con una lucha y una sucesión interminable de decisiones. Un largo camino de elecciones que, si todo va según lo previsto, no serán fáciles.
Pero al final de esa marcha, con los hombros cargados, la espalda dolorida y los pies llenos de ampollas, llegas a la cima de la montaña. Y allí, a pesar de todos los baches, se tienen las mejores vistas. Pero esto sólo se descubre, claro, cuando caminas hasta el final. Si no, te queda sólo el sudor y las lágrimas.
Esta entrada es inútil, por cierto. Nada de lo que te digan, ninguna advertencia, va a enseñarte el paisaje, ni va a ayudarte a andar. Pero, oye, toda preparación es poca cuando te enfrentas a una montaña.
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