Se pasaba horas contemplándolas. De mil colores, blancas, incluso negras. Tenían una belleza inconstante, huidiza, insomne. No obedecían más que al viento y su vida era tan breve que no llegaban a rozar el dolor. Se le antojaban incluso, en ocasiones, perfectas.
Se pasaba horas contemplándolas. Y un día, en un instante de lucidez, se encaramó a su ventana. Se puso de puntillas, temblando. Tenía envidia de las mariposas. Y sin pensarlo, saltó. Saltó tan alto, que voló y voló. Voló hasta que el viento le hizo jirones las alas. Y batiendo tristemente los restos de un sueño...
Cayó.
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