Sola. Lejos de todo el mundo,
como siempre. Así era el éxito, solitario y dulce. Sonrió a su reflejo y al de
su amiga. Su amiga, que no la sonreía. Su amiga, que respiraba poco y a
empujones. Su amiga, que de pronto la agarró del vestido y la golpeó con
fuerza. Una, dos, tres veces. Cuatro veces, nuca contra porcelana. Ganó el frío
y la sangre, ensopándolas.
La observó. Con ira. Con
desprecio. Con dieciséis años a su sombra crispándole la sonrisa. Cogió un rizo
rígido, empapado de escarlata.
–Que pongan una corona ahora en
esa cabeza tan bonita…
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