Ir a un museo no es caminar de un cuadro a otro, mirarlo durante una cantidad de tiempo razonable -no sea que quien de verdad sabe algo de esto piense que somos unos incultos- y pasar al siguiente. Igual que escuchar música no es pasar una canción detrás de otra en un mp3 sin dejarlas ni siquiera acabar, y leer un libro no es pasar las páginas hasta llegar a la contraportada.
No hay que ser un experto en Historia del Arte, no hay que conocer los periodos y las técnicas y los artistas. Yo misma sé tan poco de todo lo que me gusta, que me da miedo. Pero no hay que saber mucho para sentir mucho. El Arte nos hace humanos, nos desafía, nos invita a mirar a los ojos de lo incomprensible y admirarnos de todo lo que el hombre no puede abarcar.
El Arte no es una experiencia intelectual; es una experiencia humana.
Y así lo ha vivido tanta gente que, ante un cuadro, sentían que la belleza y la significación de la imagen les sobrecogía hasta el punto de perder el conocimiento. Así lo definía Stendhal:
"Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme".
Lo más cerca que he estado yo de este sentimiento fue, efectivamente, en Italia. Por eso, entre otras cosas, debo volver: para encontrar las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados.
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