No puedo evitar hacer planes. Soy una planeadora. Pienso en qué pasará cuando acabe los exámenes, cuando vuelvan mis padres de viaje, cuando me den las vacaciones, cuando mi mejor amiga se vaya de Erasmus, cuando acabe la carrera, cuando conozca al amor de mi vida, cuando tenga hijos, cuando viva en Italia o Nueva York o la India...
Sé que es enfermizo. Sé que el 90% o incluso más de esos planes no se cumplirán. Que la realidad casi nunca ha sido como me la imaginaba. Soy una persona medianamente inteligente, a estas alturas debería haberme dado cuenta de que mis esquemas mentales son menos estables que mi estado de ánimo. Y eso es mucho decir.
No es que mi vida se base en esos planes hipotéticos. En realidad, lo voy viendo. Pero lo cierto es que me gusta hacer planes. Imaginar cosas. Organizar mi mente. Saber qué voy a hacer este viernes, la semana que viene o incluso este verano.
Así que, cuando alguno de estos planes -no los enfermizos como los de casarme y tener muchos hijos, o los de vivir en Nueva York o los de conocer al amor de mi vida en Italia, esos ya se irán viendo. Los normales, los de este viernes o este verano- se me rompen de tal manera que ni el superglue puede arreglarlos, suelo hundirme. La vida es una mierda, ya sabéis, todo ese rollo.
Pero hoy me niego. No. Hoy no voy a deprimirme. Hoy voy a ponerle actitud.
Otro día os hablaré de Jennifer Lawrence y lo guay que es, de Silver Linings Playbook y lo mucho que me gustó o de Tumblr y lo mucho que me estoy aficionando. Pero hoy no. Hoy estoy enfadada con el mundo.
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