He de admitir -y me duele hacerlo- que, salvo contadas ocasiones, no me gustan mucho los gatos. No veo por qué debería gustarme tener en casa un animal que no sólo no se alegrará de verme, sino que me perseguirá por los pasillos planeando cómo matarme y que, incluso, llegará a atacarme si no satisfago sus principescas necesidades.
De hecho, ahora mismo estoy robando un ordenador ajeno (ya hablaremos, manzanita VS ventanitas... ya hablaremos) y la dueña de la casa, que no es la dueña del ordenador sino su gata, está subida a la mesa, mirándome desde el otro lado de la pantalla. No le gusta que esté aquí. Me mira fijamente. Y sé que ya conoce mis debilidades y está pensando cómo usarlas contra mí. Y tengo mucho, mucho miedo.
El miedo es una cosa total y absolutamente irracional. En mi caso, además, estúpida. Me dan miedo las arañas más diminutas, pero a una pitón de cuatro metros me acercaría sin problemas. Cuando la casa está a oscuras, tengo que ir corriendo al baño -ya se sabe que en estas casas modernas hay monstruos escondidos en cada esquina-, pero cruzo una calle de siete carriles sin correr. Me aterroriza de esta gata, pero no una banda de gitanos armados y con ganas de gresca -ventajas o temeridades de vivir a cinco minutos del Ruedo, supongo...-.
Podría seguir contándoos mis miedos -irracionales- y mis temeridades -absurdas- pero Michu ha empezado a menear la cola, y tanta cordialidad me da mala espina. Voy a encerrarme en el cuarto del bebé hasta que lleguen sus padres, con un poco de suerte no sabrá abrir puertas.
X-D Michu es un animal que domina el miedo psicológico. Te intimida con sus enormes ojos dominantes pero si se le plantea un combate fisico y real se escabulle con insultante dignidad y elegancia. El combate directo no es digno de su felina categoría. No te preocupes, acabareis llevandoos bien. Michu odia a las personas zalameras y valora a las que respetan su territorio.
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