Lo enviaron a Irak hace cinco años y aún lo espero. Está muerto, lo sé, puedo sentirlo en los huesos. Pero lo espero. Porque era una de esas raras personas que creían sinceramente en los milagros y en las promesas. Prometió volver, aunque sabía que no podría cumplirlo. Y, por eso, lo espero.
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