Os voy a contar una historia. Una historia 100% real. Para que nos riamos.
Tengo un profesor de literatura que, además de muchas otras cosas, es un obseso del Programa. ¿Por qué? Porque lo incumplió hace unos años y gracias a ello los alumnos le obligaron a dar un aprobado general. Y esto de aprobar a las personas no le gusta un pelo, como hemos ido comprobando después. Así que ahora cumple escrupulosamente cada uno de los puntos estipulados en el Programa (programa con mayúsculas por la Santa Biblia así debe escribirse).
Uno de los puntos de dicho Programa es que los alumnos tenemos tres horas de su asignatura a la semana: dos de ellas se dan seguidas y están dedicadas a la teoría, y en la otra nos desdoblamos en dos grupos y se supone que se dedican a la práctica. En literatura dar prácticas es difícil, pero aun así se puede conseguir: exposición de trabajos, análisis de textos, discusión en clase... Te buscas la vida.
Pues lo que este hombre ha decidido es que cada dos o tres semanas, con siete días de antelación -ni una hora más ni una hora menos-, nos envía un texto y nosotros tenemos que hacer un comentario de este texto. Un comentario para el que, por supuesto, tenemos un esquema que no podemos ignorar. Punto por punto. ¿Que son las instrucciones de la lavadora y no tiene figuras literarias lo mires por donde lo mires? Me da igual: lo pones también. Hay que ser riguroso. Hay que ser escrupuloso. Y sobre todo, hay que poner lo que él quiere oír. Antes de que te cuente lo que quiere oír.
Así que este curso me estoy dedicando a, cada dos semanas, plantarme delante del ordenador y mecánicamente redactar temasubtemamododeldiscursofunciónlingüísticaniveleslingüísticosgénersubgéneroemisordestinatarioanálisismétricofigurasliterariasideasfuentescontextualización. Sí, es exactamente tan aburrido como suena.
¿Todavía no os estáis riendo?
Pues hay más.
Porque los jueves llego a clase y entrego mi comentario. Mi comentario de no menos de diez páginas, que he tenido que hacer en una semana. ¿Y luego? ¿Lo comentamos? ¿Lo exponemos? No. Lo leemos. Uno por uno, quince alumnos leyendo el comentario de texto del mismo texto con el mismo esquema y, lógicamente, prácticamente el mismo contenido. Mientras tanto, él lee su propia copia del comentario y lo corrige. Y el resto de alumnos te ignoran, como está mandado, porque nadie puede aguantar a otra persona leyendo durante cincuenta minutos algo que ya se sabe.
Y así, hasta que acabamos y nos envía el siguiente texto.
¿No os reís?
Yo sí.
Por no llorar, claro.
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