Quién
habría dicho que acabaríamos así… Tú, yo, la luna llena y la noche más larga de
mi vida. Al principio sólo estaba yo, claro. Tú llegaste después. Aunque llegar
es un eufemismo para lo que pasó realmente: tú irrumpiste. Sin preguntar, sin avisar, sin ni siquiera
presentarte… Te plantaste en medio de mi vida y le diste la vuelta por
completo. No sabía que algo así podía suceder en tan pocas horas, pero lo
cierto es que no pareces el tipo de persona que vive despacio. Quizás seas como
los viejos rockeros, y sigas su mismo lema: vive deprisa, muere joven y deja un
bonito cadáver. Aunque, la verdad, disfrutas tanto de la vida que no creo que
tengas valor para abandonarla temprano.
Al
principio de esta noche eterna, el sol seguía brillando en el cielo. Cuando
salí de casa, con prisas, como siempre, la luz aún jugaba al escondite entre
los altísimos edificios. Yo me peinaba con los dedos y me ponía color en los
labios. En ese momento, no alcanzaba a imaginar que al final de aquella noche
mi vida, y yo misma, sería totalmente diferente.
Todavía
no sé qué hiciste, qué dijiste, qué resorte tocaste, para transformarme en una
persona completamente nueva. Quizás fuese tu olor, esa mezcla de colonia y chocolate
que te hacía parecer recién salido de una pastelería. Quizá esa sonrisa, tan
abierta, como si nunca te hubiesen hecho daño. Puede que fuese saber que,
después de esa noche, no te volvería a ver. El tener tan poco tiempo para
conocerte, para que me conocieses, para dejar una huella en tu vida de la misma
magnitud que tu sello en la mía, me cambió.
Estoy
marcada. Ahora, cualquiera que me mire sabrá que te conocí. Y que te perdí.
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