Quizá aquel día hubiese
llegado a coger el tren y entrado en casa sin llamar. Podría haberles descubierto
en mi cama, ensuciando mis sábanas. Quizá me hubiese divorciado a tiempo. Quizá
hubiese aprendido a pescar en Tailandia. Quizá hubiese tenido aquella ansiada
aventura sáfica. Quizá hubiese entrado en la red de tráfico de marihuana que sé
que hay en mi barrio. Pero tropecé con aquel maldito escalón, perdí el tren,
llegué tarde. Veinticinco años con la mosca detrás de la oreja, sabiendo que en
cualquier momento pillaría a mi marido con cualquier fulana. Nunca lo hice. Qué
desperdicio.
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