Hace un mes que volví de Bolivia. Hace dos semanas que empecé la Universidad. Ya he conocido a mis cinco profesores, he hecho dos trabajos y dos exposiciones orales, he investigado sobre el Fatum en la tragedia griega y sobre un poema de Pedro Salinas. He ido a dos fiestas, he despedido a dos amigas que se iban de Erasmus, he llegado a mis cuatro cafés diarios de antes del verano, me he comprado un par de jerseys. He cogido diez libros prestados de la librería, me han regalado un cómic, he estrenado uno de mis jerseys nuevos porque ya hace frío.
He vuelto a mi vida. Una vida normal, una vida a la que estoy acostumbrada y en la que me encuentro cómoda. Y, curiosamente, una vida que no me gusta tanto como solía gustarme. O, rectifico, una vida que podría gustarme más, porque ahora sé más cosas. Quiero más cosas. Cosas que no son materiales.
Pero he vuelto a mi vida. A mi rutina. Y no sabéis cómo me asusta lo fácil que me ha resultado.
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