domingo, 19 de junio de 2011

Gasolina.

A veces, pierdes fuelle. Vas a tope, dispuesta a comerte el mundo, convencida de que vas a conseguirlo, porque tú eres así. Eres de las que lo consiguen. Tó chula. Y, de repente, pierdes fuelle. Das un paso más corto que otro, dejas de correr en dos pasos y te paras. Y no sabes por qué corrías, qué perseguíais o de qué huías. Dejas de creértelo.

Es muy fácil dejar de creerse las cosas. Dejarse llevar por el desaliento y por la desesperanza, y por la certeza de que el mundo va muy mal y no te va a ir bien sólo a ti, por tu cara bonita. Es muy fácil venirse abajo y un día, viendo el atardecer más bonito de Madrid, quedarse sin nada. Sin sueños, sin planes, sin esperanzas. Quedarte sólo con las ganas de llorar en ese mismo banco, sin moverte, porque después de todo no vas a llegar a ninguna parte.

Cuando te has vaciado así, es difícil, casi imposible (al menos para mí) ponerse de nuevo en marcha. Rellenar el depósito y ponerse a andar hacia tu futuro otra vez. Pero la cosa es que a mí no se me ha acabado la gasolina, que la gasolina eres tú. Se me ha calado el motor, pero el depósito sigue lleno, listo para cuando quiera ponerme otra vez a funcionar.

Ahora sólo tengo que creérmelo.

2 comentarios:

  1. Espero que no haya pasado nada grave y, que en todo caso, pueda arreglarse... ¡Mucho ánimo y a creérselo!

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  2. Me he sentido exactamente así estos días. ¿Sabes? Yo más que gasolina, pienso en el agua. En que a veces tenemos mucha sed. Y hace falta ir a beber a una fuente. ¿Tú conoces tus fuentes?

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